La ansiedad es parte de la existencia humana, todas las personas sentimos un grado moderado de la misma en nuestra vida cotidiana. Y es que, se trata de una respuesta adaptativa de anticipación de un daño futuro. Esta va acompañada de una emoción displacentera que se manifiesta mediante tensión emocional y somática. Ahora, ¿cuándo se habla de una ansiedad funcional y cuándo de una ansiedad patológica?

Hablemos de la ansiedad funcional y patológica

La función de la ansiedad es advertir sobre un peligro inminente y nos permite adoptar las medidas necesarias para enfrentar situaciones amenazantes (Cerecedo y Pascual, 2010). Ante estas circunstancias se activan mecanismos biológicos que involucran al sistema nervioso central, cardiovascular, neuroendocrino, inmunológico y digestivo, entre otros.

Lo que se ve y lo que no

Los sistemas mencionados son los responsables de respuestas como el aumento del ritmo cardíaco, vasoconstricción en las extremidades, aceleración de la respiración, sudoración y dilatación de las pupilas. Dichas respuestas se corresponden con los comportamientos que se asocian a la lucha o fuga, por ejemplo, las necesidades básicas implicadas en correr o combatir (Sarudiansky, 2013).

Otro ejemplo de respuesta adaptativa es la inmovilidad tónica, la cual se caracteriza por una parálisis temporal del cuerpo, disminución de la frecuencia cardíaca y la respiración, y reducción de la respuesta emocional. No obstante, si persiste después del evento acontecido, puede ser un factor de riesgo para el desarrollo de trastornos de salud mental

En este sentido, Sierra et al. (2003) informan que la ansiedad es incluso deseable, ya que aumenta nuestra capacidad de respuesta ante situaciones que pueden conllevar riesgo. Ahora, cuando alcanza un nivel de intensidad elevado y supera nuestra capacidad adaptativa se convierte en patológica.

Ansiedad patológica: Una forma de llamarlo

Cuando la ansiedad es patológica se manifiesta de manera persistente, generalizada y desproporcionada con respecto al estímulo que la ha ocasionado. Además, provoca malestar significativo, bloquea respuestas adecuadas en la vida diaria y afecta al rendimiento. En tales casos, la ansiedad no favorece una mejor adaptación debido a que se activan alarmas ante peligros inexistentes o se perciben reiteradamente amenazas de manera magnificada (Pérez, 2007).

¿Cómo afecta la ansiedad patológica a nuestro cuerpo?

Cuando la ansiedad se presenta en niveles desproporcionados aparecen síntomas físicos desagradables como:

  • Tensión muscular
  • Cefalea
  • Cansancio
  • Taquicardia
  • Alteraciones sexuales
  • Sudor excesivo
  • Sequedad de boca
  • Visión borrosa
  • Sensación de ahogo

Estos síntomas no se presentan como peligrosos, pero generan gran malestar y dificultades en la vida cotidiana.

¿Y a nuestra mente?

Ante la ansiedad patológica existe una percepción de falta de control y suelen originarse los llamados pensamientos automáticos. Estos son irracionales y poco realistas, pasará lo peor, enloqueceré, no podré soportarlo.

Es necesario tener en cuenta que realmente no enloqueceremos y que, en estos momentos, la mente nos está alertando acerca de un peligro mucho menor que es el que en realidad hemos de afrontar. Por otro lado, se pueden presentar dificultades en la concentración, sentimientos recurrentes de intranquilidad y problemas en la conciliación del sueño (García-Herrera y Nogueras, 2013).

¿Cómo afecta nuestra conducta?

Las conductas de evitación y/o de escape son recurrentes. Estas se pueden presentar tanto en situaciones de tipo social como en la realización de actividades que resultan excesivamente estresantes. Cuando la ansiedad no es tratada correctamente, se cronifica en el tiempo y cumple criterios de enfermedad caracterizados por un deterioro significativo de la actividad del individuo. Ante esto estaríamos hablando de un trastorno de ansiedad

Dentro de los trastornos de ansiedad tipificados en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, Fifth Edition, DSM-V, en inglés) se encuentra el trastorno de ansiedad generalizada (TAG), trastorno de ansiedad por separación, mutismo selectivo, trastorno de angustia, agorafobia, trastorno de estrés postraumático (TEPT), trastorno de ansiedad social (TAS), fobias específicas, trastorno de ansiedad inducido por sustancias/medicación, trastorno de ansiedad por enfermedad médica y trastorno de ansiedad no especificado.

¿Cómo se puede controlar la ansiedad?

Como hemos visto, la ansiedad no es una enfermedad en sí misma, por lo tanto, no es necesario curarla. Sin embargo, debemos aprender a regularla, especialmente cuando resulte excesiva o desadaptativa. A continuación, se describen algunas herramientas para trabajar en el manejo de la ansiedad.

Mejor entendimiento de la ansiedad

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La escritura de un diario de ansiedad, en el que se plasmen las características de la situación ansiógena, incluyendo frecuencia, duración, intensidad. En ese sentido, también se debe indicar dónde y cómo se desencadenó, teniendo en cuenta el lugar, hora, desencadenantes y factores que se consideren relevantes.

Por último, la persona ha de explicar cómo se sintió en dichos momentos. Todo esto tiene como fin una mayor comprensión de lo que le sucede y poder distinguir si se trata de ansiedad funcional o no.

Reducción de síntomas físicos

Una técnica muy utilizada es la relajación. Hay diversas formas de relajarse como el yoga, la relajación progresiva de Jacobsonmindfulness, ejercicio físico, etc. Otra técnica utilizada es la respiración controlada. Muy por encima, primero, se reconoce que hay una hiperventilación o respiración excesiva. Una vez que se identifica el síntoma se intenta reducir gradualmente la respiración hasta volver al estado de normalidad.

Modificación de pensamientos relacionados con la ansiedad patológica y funcional

Los pensamientos juegan un papel muy importante tanto en el aumento como en la disminución de la ansiedad. De ahí, la relevancia de poder controlarlos para regularla. Así, cada vez que este tipo de pensamientos se cruzan por nuestra mente, en vez de tratar de sustituirlos por pensamientos positivos la cuestión es darles poca importancia y ser conscientes de que son eso, pensamientos que no determinan nada. De esta forma, con práctica, al tratar de restarles importancia veremos que la ansiedad disminuye. 

Modificación de los comportamientos relacionados con la ansiedad patológica y funcional

Una herramienta eficaz es tratar, en la medida de lo posible, hacer frente de manera gradual a los temores que aumentan la carga ansiógena. Asimismo, se puede intentar de forma paulatina, ir dejando de lado las conductas que nos generan un sentimiento falso de seguridad.

Un ejemplo de tales conductas puede ser: si no me gusta salir de mi casa, entonces siempre salgo acompañado. Estas costumbres pueden parecer útiles en un principio, pero ayudan a mantener la carga elevada de ansiedad ya que no nos permiten darnos cuenta de que podemos hacer las cosas sin la necesidad de otra persona o algo externo (García-Herrera y Nogueras, 2013).

Conclusión

Como se aclaró anteriormente, la ansiedad es parte de nuestra condición humana, todas las personas sentimos un grado de la misma en nuestro día a día, por lo tanto no se trata de un fenómeno que debamos intentar suprimir de nuestras vidas. De hecho, la ansiedad en ciertas situaciones nos ayuda a adaptarnos y funcionar mejor en nuestra cotidianidad.

Ahora, cuando la ansiedad alcanza niveles elevados de intensidad, es cuando comienza a afectar de manera considerable nuestro cuerpo, mente e incluso conducta. En estos casos se hace pertinente aprender a regularla mediante técnicas.

Por otro lado, cuando la ansiedad se vuelve generalizada, intensa y se cronifica en el tiempo podemos estar hablando de un posible trastorno de ansiedad, en estos casos se necesitará de una evaluación y tratamiento indicado por profesionales de la salud como psicólogos y/o psiquiatras. Para aprender más sobre este cuadro y sus bases neuropsicológicas, te recomendamos nuestro curso en ansiedad.

Referencias bibliográficas

  • Cerecedo, M. J. y Pascual, P. (2010). Ansiedad. Actualización en Medicina de Familia6(3), 122-133.
  • García-Herrera, J. y Nogueras, N. (2013). Guía de Autoayuda para la Depresión y los Trastornos de Ansiedad: Aprenda a controlar los pensamientos negativos. Servicio de Andaluz de Salud. https://www.sspa.juntadeandalucia.es/servicioandaluzdesalud/el-sas/servicios-y-centros/salud-mental/guia-de-autoayuda-para-la-depresion-y-los-trastornos-de-ansiedad
  • Pérez, R. (2007). Tratamiento de la ansiedad en el adulto mayor. Geroinfo, 2(1). https://www.medigraphic.com/cgi-bin/new/resumen.cgi?IDARTICULO=80649
  • Sarudiansky, M. (2013). Ansiedad, angustia y neurosis. Antecedentes conceptuales e históricos. Psicología Iberoamericana, 21(2), 19-28. https://doi.org/10.48102/pi.v21i2.151
  • Sierra, J. C., Ortega, V. y Zubeidat, I. (2003). Ansiedad, angustia y estrés: tres conceptos a diferenciar. Revista malestar e subjetividade, 3(1), 10-59. https://biblat.unam.mx/es/revista/revista-mal-estar-e-subjetividade/articulo/ansiedad-angustia-y-estres-tres-conceptos-a-diferenciar