En muchas situaciones, la sociedad espera que el niño se desempeñe de una forma determinada, pero si esto no sucede… ¿Qué pasa? La autorregulación en la infancia, en algunas ocasiones, es incomprendida por los adultos que rodean al menor, mientras que también es pensada como un fenómeno lejano. Sin embargo, está más presente de lo que creemos. De hecho, tiene especial trascendencia en el desarrollo evolutivo. Es un proceso que se desarrolla desde el nacimiento. Forma parte de la crianza y todos los adultos que rodean al niño inciden significativamente en él. A continuación, abordaremos la relación entre autorregulación en la infancia y desarrollo. Así como las diferentes formas de acompañar positivamente.

¿Qué es la autorregulación en la infancia? 

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Aludiendo a los aportes de Vidal (2017), la autorregulación es un proceso por el cual una persona responde al interjuego entre sus propias necesidades y la relación con el ambiente.

Al tener carácter de proceso, implica un desarrollo y un aprendizaje que transcurren desde que el niño nace, de forma particular y subjetiva.

Un ejemplo que permite visualizar muy claramente este proceso sería cuando el recién nacido tiene hambre.

Si bien en ese momento no puede manifestarse a través de la palabra, su forma de dirigir la búsqueda para satisfacer su necesidad es mediante el llanto.

Características del proceso de autorregulación en la infancia y desarrollo

Como punto de partida es interesante señalar que, para que el proceso de autorregulación se desarrolle de forma saludable, el bebé requiere de un adulto referente que oficie como mediador entre sus necesidades y la satisfacción de las mismas. 

Dubkin et al. (2005) definen este vínculo inicial como relación intersubjetiva. En esta relación se espera que el adulto se interiorice con el bebé y sus necesidades, oficiando de auxiliador.

Retomando el ejemplo de la manifestación de hambre del recién nacido, podemos observar claramente que en esos primeros momentos, la satisfacción de sus necesidades depende únicamente de los adultos que se encargan de su cuidado. De ahí radica la importancia en que dichas personas cercanas al desarrollo del niño puedan conectarse e interpretar lo que este último demanda.

Asimismo, es sustancial manifestar que al ser una relación intersubjetiva, se irá construyendo a medida que ambas partes se conocenPor otro lado, resulta interesante resaltar que esta será una de las primeras relaciones vinculares del bebé, por lo que su experiencia tendrá especial importancia en el desarrollo próximo.

El proceso de autorregulación en la infancia y su desarrollo

Los medios de satisfacción y expresión del infante se desarrollan y perfeccionan conforme este crece. Y, es por ello que las necesidades que el niño requiere y/o demanda, con el paso del tiempo, son cada vez más complejas.

Autorregulación en la infancia

De esta manera, mientras el menor va desarrollando diferentes aspectos intelectuales, las posibilidades de autorregulación se expanden.

En consonancia con estos aportes, a medida que el pequeño crece, en su entorno se espera un comportamiento más exigente y que este se adecúe a los comportamientos aceptados por la sociedad.

Esto es posible visualizarlo en la forma en la que el niño demanda una necesidad.

Como se dijo anteriormente, en los primeros momentos de vida, el bebé no desarrolla todavía el lenguaje oral por lo que se comunica a través del llanto (manifestando sueño, hambre, dolor, etc).

No obstante, cuando ya está cerca de los dos años estos comportamientos se tornan socialmente inaceptados. Así pues, se espera que en ese momento el niño pueda dirigir la necesidad por un claro lenguaje oral, pudiendo entrelazar lo que su cuerpo demanda y lo que su cognición ha incorporado.

Ciertamente, en algunas situaciones esto no sucede, generando así una irrupción entre lo que se espera y lo que ocurre.

En consecuencia, se producen, por ejemplo, situaciones de frustración tanto en los padres (que se adjudican la culpa del comportamiento), como en el niño (que no comprende qué es lo que está haciendo de forma errónea).

Los adultos significativos y su incidencia

Los adultos significativos para el niño (generalmente, padres y/o cuidadores) siempre tienen incidencia en el proceso de autorregulación, pudiendo ser tanto positiva como negativa.

Un ejemplo cotidiano de cómo el adulto puede llegar a incidir negativamente en la autorregulación del niño es en el control de esfínteres.

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Popularmente, se conoce que cuando el niño tiene, aproximadamente, dos años empieza a controlar sus esfínteres.

Sin embargo, esta no es una regla exacta ya que cada niño es diferente.

Sucede que, en algunas ocasiones, los adultos esperan que determinado hito del desarrollo se produzca de forma exacta a las creencias socialmente estipuladas, impidiendo percibir que la realidad del niño es otra.

En consecuencia, el menor es presionado a realizar algo que no comprende, ya sea por estar muy preparado como por no estarlo, requiriendo de un gran sacrificio por lograrlo y entenderlo. El resultado es la existencia de incomprensión entre la vivencia del niño y lo que se espera en su actuar.

Los niños tienen sus “sensores” puros y despiertos, y deberíamos detenernos a considerar más en serio alguna de sus reacciones, que nos comunican sobre su propia naturaleza y sensibilidad, y cómo es para ellos lo que les damos (Vidal, 2017).

¿Cómo acompañar de forma adecuada en la autorregulación? 

El proceso de autorregulación forma parte de la crianza de los niños. Por esto, es necesario que los adultos que se encargan de ello tengan en cuenta que:

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  • La observación en el desarrollo es el punto de partida. Es necesario detenerse y conectar con la forma en la que se desarrolla el niño. Por ejemplo, intentar conocer y discernir entre las necesidades que manifiestan los diferentes llantos del recién nacido.
  • Los vínculos estables, cotidianos y previsibles en los primeros momentos del desarrollo son de suma importancia (UNICEF y Fundación Kaleidos, 2012).
  • Promover la comunicación concreta y directa desde el nacimiento tiene gran trascendencia. Por ejemplo, mantener el contacto corporal (un beso, una caricia), comportamiento interactivo, tocar o mirar cuando todavía el niño no emite palabras.
  • La capacidad de empatizar genera seguridad y tranquilidad en el menor.
  • Promover la autonomía y la toma de decisiones contribuye positivamente en el desarrollo de la autorregulación, permitiendo de esta forma que el niño se equivoque, explore el mundo que lo rodea y se conozca.
  • Respetar los tiempos confiando en lo que el pequeño nos muestra y teniendo la convicción de que es lo mejor que puede hacer en ese momento.

Conclusión

Finalizando con estos aportes, es interesante tener en cuenta que el proceso de autorregulación en la infancia se va desarrollando desde que el bebé nace. Posteriormente, es necesario considerar que las necesidades se complejizan, así como también su satisfacción y expresión se optimiza.

Los adultos significativos adquieren una gran incidencia, tanto positiva como negativamente.

Siguiendo esta línea, Carrillo (2008) sostiene que cuando el cuidador acierta en tiempo y forma en la respuesta que brinda a la necesidad manifestada por el niño, se interiorizan los patrones de dicha relación y comienza a oficiar como base segura.

Finalmente, destacar que la crianza positiva y el vínculo afectivo entre padres e hijos fortalece emocionalmente al niño y le permite desenvolverse con seguridad y autonomía en el mundo que lo rodea.

Por consiguiente, construir con paciencia, respeto y afecto esta relación, es la fórmula mágica entre autorregulación en la infancia y desarrollo, potenciando positivamente el crecimiento del infante.

Referencias bibliográficas

  • Armus, M., Duhalde, C., Oliver, M. y Woscoboinik, N. (2012). Desarrollo emocional. Clave para la primera infancia. UNICEF y Fundación Kaleidos. Argentina.
  • Carrillo, S. (2008). Relaciones afectivas tempranas: presupuestos teóricos y preguntas fundamentales. En J. Larreamendy-Joerns, R. Puche-Navarro y A. Restrepo-Ibiza (Comp). Claves para pensar el cambio: Ensayos sobre Psicología del desarrollo (pp. 95-121). Ediciones Uniandes.
  • Dubkin, A., Gluzman, G. y Schejtman, C. (2005). Regulación afectiva en la primera infancia y su relación con la simbolización en niños en situaciones en riesgo social [Presentación congreso]. XII Jornadas de Investigación y Primer Encuentro de Investigadores en Psicología del Mercosur. Buenos Aires, Argentina.
  • Vidal, P. (2007). Las formas del amor: abordaje gestáltico sistémico del niño en la familia. Psicolibros Universitario.