¿Has escuchado alguna vez la expresión subirse al carro? Seguramente sí. Y es que se trata de una frase común en contextos donde las personas buscan seguir una tendencia, sin saber bien de qué se trata, solo porque la identifican como exitosa. Debido a este fenómeno frecuente, parte de la psicología social se ha dedicado a estudiar este comportamiento denominado como efecto arrastre. En este parecen haber identificado ciertos factores que lo promueven, como lo es la presión grupal. En la presente nota ahondaremos un poco en este curioso concepto del efecto arrastre.

¿Qué es el efecto arrastre?

El efecto arrastre, también conocido como efecto bandwagon, es un fenómeno en el que la tasa de adopción de creencias, ideas, modas y tendencias aumenta cuanto más han sido ya adoptadas por otros. En otras palabras, a medida que más personas comienzan a creer en algo, otros también saltan al carro sin importar las evidencias subyacentes. Generalmente, esto ocurre cuando las personas comienzan a experimentar una especie de presión social.

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El origen del término

La expresión subirse al carro (jump on the bandwagon, en inglés) apareció por primera vez en Estados Unidos (EE. UU.). Específicamente, en el ámbito de la política (O’Connor y Clark, 2019).

Fue así que, en 1848, Dan Rice, un famoso y popular payaso de circo, utilizó un carro para su campaña política. A medida que esta tuvo éxito, otros políticos se esforzaron por conseguir un lugar en el carro, esperando, de este modo, estar asociados con su triunfo.

Posteriormente, los carros se convirtieron en un elemento estándar en las campañas, y la expresión de subirse al carro se empezó a utilizar como un término despectivo. Pues el mismo insinuaba que las personas querían relacionarse con el éxito sin considerar primero con qué se estaban asociando.

¿Por qué ocurre el efecto arrastre?

El efecto arrastre se produce cuando se adoptan creencias o tendencias debido a la presión grupal y el contagio social. En esto, la conformidad, comparación social y los lazos sociales pueden influir en dicha tendencia. Además, este efecto se generaliza dado que las personas pueden obtener información de otros a través de redes sociales y cascadas de información.

En el ámbito grupal, dinámicas como el deseo de cohesión y el sesgo de confirmación contribuyen al llamado pensamiento de grupo y la espiral del silencio. Esta última, refiere a una tendencia donde el individuo se frena de expresar su opinión por ser contraria a lo que todos piensan. Las cascadas de información, a su vez, pueden llevar a la polarización del grupo y hasta a la falsificación del conocimiento. Ahora, no hay que olvidar que también puede existir un efecto de conciencia colectiva debido a un trasfondo cultural compartido.

Un ejemplo en microeconomía

En el ámbito de la economía y el marketing, el efecto arrastre se observa cuando la preferencia de un sujeto por un bien aumenta a medida que la demanda de dicho bien aumenta. De esta forma, cuando más personas adquieren un producto, otros se sienten atraídos a seguir la tendencia, pensando algo parecido a quiero uno porque todos tienen uno (Rodríguez Quintana, 2012).

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A su vez, este pensamiento suele desencadenar un miedo a perder de vivir una experiencia satisfactoria, conocido popularmente como FOMO. Por lo tanto, aquellos que no compraran el producto podrían sentirse excluidos o señalados negativamente.

Ahora, para lograr este efecto, se necesita que muchas personas compren el bien. O al menos, que los consumidores crean que ha sido así, lo que se logra mediante la publicidad.

El resultado es una curva de demanda más elástica, donde una reducción en el precio provoca el aumento significativo en la demanda, generando una mayor atracción hacia el bien, lo que genera que se vuelve aún más popular.

El famoso experimento de Solomon Asch

El popular psicólogo Solomon Asch llevó a cabo una serie de experimentos influyentes para investigar los efectos de la presión grupal. En su famoso experimento, los participantes tenían que comparar la longitud de líneas mostradas en tarjetas. Se les presentaban dos tarjetas: una con una línea de referencia y otra con tres líneas verticales de diferentes longitudes.

¿Qué crees que pasó?

De las tres líneas en la segunda tarjeta, solo una tenía la misma longitud que la línea de referencia en la primera tarjeta. Por tanto, lo que se debía hacer era identificar cuál de las tres líneas en la segunda tarjeta coincidía en longitud con la línea de referencia en la primera tarjeta.

El modo que encontró Solomon para estudiar la presión del grupo, fue pedirle a la mayoría de los participantes que brindaran respuestas incorrectas cuando se les preguntara sobre la longitud de las líneas. Por ejemplo, de acuerdo a la siguiente imagen (fig. 1), se les instruía a casi todos los participantes que respondieran que era la línea A o la línea B la que tenía igual longitud que la línea X. Claramente, esto era incorrecto, pues si nos fijamos en la imagen, la de igual longitud es la línea C (Asch, 1955).

El participante que era arrastrado a opinar como el resto

De todos los participantes, uno de ellos no sabía de este engaño arreglado entre el experimentador y los demás participantes cómplices. Por lo que, cuando la mayoría deliberadamente elegía la respuesta incorrecta, el participante inocente se enfrentaba a una decisión desafiante: confiar en su propio juicio o conformarse con la respuesta unánime del grupo.

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Fig. 1. El experimento de Solomon Asch. [Imagen]. Recuperada de espanol.libretexts.org

Con este arreglo, la pretensión de Asch era, básicamente, ver si se producía lo que hoy identificamos como efecto arrastre y actuamos tras la presión de grupo. Sorprendentemente, de todos los participantes inocentes que Solomon analizó, la mayoría de ellos empezó a responder de forma incorrecta cuál línea era de igual longitud a la línea X.

Como resultado, el autor demostró que, a pesar de la fortaleza de las propias convicciones personales, la mayoría tiende ceñirse a lo que piensa el resto. En otras palabras, existe un sesgo cognitivo que empuja a creer que, si la mayoría opina de cierta forma, seguramente sea verdad y, en todo caso, el equivocado es uno mismo.

Conclusión

Como se ha visto a lo largo de la nota, los seres humanos no podemos escapar de los sesgos. Estos están presentes en muchas situaciones cotidianas, sin que reparemos en ellos. Es así que, fenómenos como el efecto arrastre, parecen desafiar la concepción del ser humano como un ser puramente racional, que piensa críticamente todo el tiempo. En todo caso, nos recuerda que el pensamiento se rige por heurísticos. Y, de aprender a identificarlos, ya se habrá dado un gran paso.

Referencias bibliográficas

  • Asch, S. E. (1955). Opinions and Social Pressure. Scientific American193(5), 31-35. https://doi.org/10.1038/scientificamerican1155-31
  • Farjam, M. y Loxbo, K. (2023). Social conformity or attitude persistence? The bandwagon effect and the spiral of silence in a polarized context. Journal of Elections, Public Opinion and Parties, 1-21. https://doi.org/10.1080/17457289.2023.2189730
  • Rodríguez Quintana, E. (2012). Toma de decisiones: la economía conductual [Tesis de máster, Universidad de Oviedo]. http://hdl.handle.net/10651/13074
  • O’Connor, N. y Clark, S. (2019). Beware bandwagons! The bandwagon phenomenon in medicine, psychiatry and management. Australasian Psychiatry: Bulletin of Royal Australian and New Zealand College of Psychiatrists27(6), 603-606. https://doi.org/10.1177/1039856219848829