Las emociones inconscientes no pertenecen únicamente al plano pseudocientífico. En realidad, son una variable que viene siendo estudiada por la neurociencia y la psicología desde las últimas décadas. Aunque inicialmente fueron abordadas por el psicoanálisis y fundaron su base teórica y práctica, en la actualidad son investigadas en experimentos controlados que, luego, se sintetizan en artículos publicados en revistas indexadas. El interés en esta clase de emociones reside tanto en la curiosidad y extrañeza que suscitan, como en la capacidad que podrían tener para actuar sobre ciertos procesos cerebrales. Entonces… ¿Cómo funcionan a nivel cerebral? ¿Es posible que presenten algún influjo sobre los procesos cognitivos, como la atención y la toma de decisiones? Estas son algunas preguntas que se realizan los investigadores. Para comprender mejor qué son las emociones inconscientes, profundizaremos en la conceptualización científica que se ha ido desarrollando sobre ellas. 

¿Qué son las emociones inconscientes para la ciencia?

La ciencia, principalmente la neurociencia y la psicología con todas sus ramas aplicadas, se ha interesado por estudiar objetiva y controladamente las emociones inconscientes. Es por ello que existen investigaciones que las toman como variable y definen operacionalmente.

Emociones inconscientes: ¿Qué son para la ciencia?

Básicamente, se pueden definir como aquellas emociones que no llegan a ser registradas por la consciencia.

O, más específicamente, por las estructuras cerebrales que permiten que lo que sentimos sea reconocido.

Dicho de otro modo, aunque mantienen toda la activación neurofisiológica propia de cada emoción, no logran acceder a la corteza cerebral, región que le otorga el carácter consciente a lo que sentimos.

Así, el miedo inconsciente sí generaría el patrón de defensa típico que involucra a estructuras más primitivas, como el tronco encefálico y la amígdala, las cuales dan la voz de alerta para que, desde la glándula pituitaria, se genere una demanda de producción de adrenalina y noradrenalina hacia las glándulas suprarrenales (Gu et al., 2020; Liddell et al., 2005).

No obstante, a pesar de todo el trabajo conjunto de diferentes centros anatómicos, este miedo, al ser inconsciente, no podría ser reconocido por las personas.

¿Y para la neurociencia?

Adolph y Anderson (2018) explican didácticamente la aparente paradoja entre la activación neurofisiológica de las emociones y su carácter inconsciente. Para ello, utilizan como ejemplo el sistema sensorial de la visión.

El sistema sensorial de la visión como ejemplo

Cuando las personas observan algún estímulo (por ejemplo, el dispositivo tecnológico a través del cual están leyendo esto), ingresa información visual desde los ojos hasta el cerebro. Pero este proceso no es unitario. En realidad, se puede dividir grosso modo en dos etapas.

En la primera, las características salientes del estímulo, como el color, forma y tamaño del dispositivo electrónico, se imprimen en la retina y viajan mediante el nervio óptico hasta el núcleo geniculado lateral del tálamo dorsal, centro de relevo sensorial.

Es decir, lugar por donde pasa la data visual sin ver afectado su contenido en su recorrido hacia la corteza cerebral, específicamente, la región occipital (Usrey y Alitto, 2015).

En esta fase, por más labor de distintas partes del cerebro, todavía no ocurre la consciencia de la imagen (Gulsen et al., 2010).

Esto es, las personas no registran que se encuentran viendo un dispositivo inteligente.

Es en la segunda etapa, en la que la información visual llega a la corteza visual en la zona occipital, que la imagen se hace consciente y las personas reconocen lo que llevan viendo. 

Centrémonos en las emociones inconscientes

A nivel emocional, el proceso cerebral también se puede fraccionar en dos partes. Frente a un estímulo, se pueden activar regiones más primarias que procesan de forma notablemente rápida la información sin estimular aquel gran conjunto neural llamado corteza cerebral (Adolph y Anderson, 2018).

Por ejemplo, si una persona ha solicitado un incremento de su salario por las funciones y responsabilidades que ha ido adquiriendo con el paso de los años, y recibe un “no” como respuesta, la percepción de injusticia podría activar la amígdala con el fin de que se genere una respuesta de defensa cercana al enojo (Stallen et al., 2018).

Sin embargo, si esta activación afectiva no alcanza a la corteza cerebral, a través de las proyecciones neuronales originadas en la amígdala, la persona no podría ser consciente del enojo.

Dos factores que influyen en la generación de emociones inconscientes

Inconsciencia del estímulo

La primera propuesta hace referencia a la inconsciencia acerca del estímulo generador de la emoción, esto es, a la dificultad cerebral para reconocer la existencia de un estímulo capaz de producir un estado afectivo específico. En este caso, para la persona, el estímulo habría pasado completamente desapercibido.

No es extraño, por ejemplo, que ciertos olores de intensidad débil no logren ser identificados y, sin embargo, susciten emociones, como el desagrado. De hecho, aunque aún es un tema en investigación, se sugiere que las personas pueden percibir señales químicas a través del olfato sin que este proceso llegue a ser consciente.

Así, la revisión de Calvi et al. (2020) revela que se pueden comunicar estados emocionales mediante señales químicas, provenientes de los olores de personas cuando sienten tristeza, miedo, alegría, etc.

Y no solo ello, estos olores inconscientes pueden afectar la interacción social. De hecho, en animales se sabe que influyen en el comportamiento y respuesta de estrés. 

Inconsciencia de la emoción

Las personas no consiguen percibir que su cerebro ha iniciado una activación afectiva.

Así, aunque el estado emocional se hace evidente por las manifestaciones externas, como los comportamientos, las personas no reparan en que están sintiendo una emoción.

En el caso más extremo, por ejemplo, se puede mencionar la alexitimia, condición cuyo síntoma principal es la incapacidad para identificar y verbalizar las emociones que se experimentan.

Bien como entidad psicopatológica independiente o como síndrome secundario que coexiste con la depresión, la alexitimia ocasiona que los pacientes, en psicoterapia, no puedan determinar cuál es la emoción que están sintiendo (Rady et al., 2021). 

Se debe hacer hincapié, con todo, en que las investigaciones han hallado la presencia de emociones inconscientes con una intensidad baja, no han estudiado emociones de gran activación neurofisiológica que puedan no ser detectadas por las personas (Adolph y Anderson, 2018).

Conclusión

La neurociencia y la psicología han incorporado las emociones inconscientes como una variable de investigación.

Esencialmente, se trata de emociones que experimenta el cerebro, pero que no llegan a cruzar el umbral de la consciencia. En consecuencia, generan la activación neurofisiológica particular de cada emoción sin que la persona reconozca que está sintiendo un estado afectivo.

Esto puede deberse a la dificultad para detectar el estímulo que suscita la emoción o para identificar la misma emoción. Sin embargo, es necesario aclarar que las investigaciones se han centrado en estudiar la presencia de emociones con baja intensidad.

Con los años, se hará indispensable subir un peldaño más en la investigación sobre las emociones inconscientes e incluir aquellas con intensidades de mayor valor. 

Referencias bibliográficas

  • Adolphs, R. y Anderson, D. J. (2018). The Neuroscience of Emotion: A New Synthesis. Princeton University Press.
  • Calvi, E., Quassolo, U., Massaia, M., Scandurra, A., D’Aniello, B. y D’Amelio, P. (2020). The scent of emotions: A systematic review of human intra- and interspecific chemical communication of emotions. Brain and Behavior, 10(5). https://doi.org/10.1002/brb3.1585
  • Gu, Y., Piper, W. T., Branigan, L. A., Vazey, E. M., Aston-Jones, G., Lin, L., LeDoux, J. E. y Sears, R. M. (2020). A brainstem-central amygdala circuit underlies defensive responses to learned threats. Molecular Psychiatry, 25, 640-654. https://doi.org/10.1038/s41380-019-0599-6
  • Gulsen, S., Dinc, A. H., Unal, M., Cantürk, N. y Altinors, N. (2010). Characterization of the anatomic location of the pituitary stalk and its relationship to the dorsum sellae, tuberculum sellae and chiasmatic cistern. Journal of Korean Neurosurgical Society, 47(3), 169-173. https://doi.org/10.3340/jkns.2010.47.3.169
  • Liddell, B. J., Brown, K. J., Kemp, A. H., Barton, M. J., Das, P., Peduto, A., Gordon, E. y Williams, L. M. (2005). A direct brainstem-amygdala-cortical ‘alarm’ system for subliminal signals of fear. Neuroimage, 24(1), 235-243. https://doi.org/10.1016/j.neuroimage.2004.08.016
  • Rady, A., Alamrawy, R., Ramadan, I. y Raouf, M. A. E. (2021). Does alexithymia, independent of depressive and anxiety disorders, correlate with the severity of somatic manifestations among patients with medically unexplained physical symptoms? Journal of Experimental Psychopathology, 12(4). https://doi.org/10.1177/20438087211043729
  • Stallen, M., Rossi, F., Heijne, A., Smidts, A., De Dreu, C. K. W. y Sanfey, A. G. (2018). Neurobiological Mechanisms of Responding to Injustice. Journal of Neuroscience, 38(12), 2944-2954. https://doi.org/10.1523/JNEUROSCI.1242-17.2018
  • Usrey, W. M. y Alitto, H. J. (2015). Visual Functions of the Thalamus. Annual Review of Vision Science, 1, 351-371. https://doi.org/10.1146/annurev-vision-082114-035920