La frustración es una respuesta emocional que parte de la decepción y que experimentamos cuando nuestros objetivos no se cumplen, o también cuando enfrentamos obstáculos que nos impiden alcanzarlos. En este sentido, cumple la función de reestructurar las estrategias o reformular las metas. Por lo tanto, poder gestionar esta emoción es clave para conducirnos según nuestros valores. Y es que, la tolerancia a la frustración es importante en la medida en que afecta tanto a las relaciones sociales como incluso a la propia salud. En esta nota, exploraremos en detalle el concepto de frustración, sus diversas facetas y su función adaptativa en nuestras vidas.
¿Qué es la frustración?
Las emociones aparecen a partir de estímulos del entorno, condicionan nuestro comportamiento y la forma en la que interpretamos el mundo. En tal sentido, la frustración, es la emoción que se experimenta cuando un objetivo deseado no se alcanza o se encuentra un obstáculo que impide su consecución.
Esta emoción puede ser acompañada de sentimientos de decepción, tristeza, ira o ansiedad, entre otros. Así, en términos técnicos, la frustración se define como una respuesta emocional y cognitiva a una situación que no cumple con las expectativas o necesidades de una persona (Harrington, 2005a).
¿Cuál es su función?
En pocas palabras, la frustración tiene dos funciones claves. En primer lugar, provoca un afecto negativo. Este da la señal de que los intereses y las interacciones deben ajustarse.
Al mismo tiempo, genera la activación emocional necesaria para emprender de manera eficiente esta tarea. Desde una perspectiva funcional, debería facilitar la formulación de nuevas estrategias de acercamiento o directamente la evitación, según cómo sea percibido el problema (solucionable o no).
En otras palabras, al frustrarnos, nuestra forma de interpretar la realidad se modifica, a la vez que obtenemos el impulso necesario para intentar adaptarnos al contexto novedoso. En este sentido, parte de la capacidad de lidiar con la frustración implica el desarrollo de la habilidad de aceptar la realidad indeseada, en pos de lograr cumplir metas de mediano y largo plazo.
La intolerancia a la frustración
Así, en el caso de que esta habilidad no se haya desarrollado con éxito, decimos que existe una baja tolerancia o intolerancia a la frustración. En principio, una persona con intolerancia a la frustración se apega a la creencia de que la frustración no debería existir.
Cuando esto sucede, el individuo va a tener dificultades para aceptar aquello que no desea. Probablemente, intente distorsionar la realidad para que se ajuste a los deseos en lugar de adaptarse a la misma.
De este modo, la intolerancia a la frustración es notoria. Especialmente en situaciones novedosas o bajo altos niveles de estrés. Y, en ocasiones, puede desencadenar reacciones auto y heteroagresivas (Harrington, 2005b).
Un ejemplo sencillo
Pensemos, por ejemplo, en el juego infantil. En sus primeros años meses de vida, un niño comenzará a aprender a usar un juguete nuevo. Desde el inicio, encontrará que las estrategias con las que cuenta no son las adecuadas para hacer que el juguete funcione.
¿Qué sucede? Ante la frustración, el menor tiende a intentar otras formas de hacer funcionar el juguete. Si no lo logra, probablemente se enoje. Una de las opciones es solicitar ayuda para poder aprender de qué manera usarlo; otra puede ser directamente abandonar la tarea, sin lograr lo que se proponía. Ambas opciones son resultados posibles ante la frustración.
La primera, probablemente incorpore una nueva posibilidad y nuevas experiencias: un nuevo juguete con el que jugar. La segunda, impide la consolidación de un nuevo aprendizaje y la realización de un deseo pendiente. Para profundizar en aspectos claves del desarrollo emocional en la niñez, te invitamos a nuestro curso en inteligencia emocional.
El desarrollo de la tolerancia a la frustración
La emoción de la frustración varía a lo largo del ciclo vital, puede rastrearse desde la niñez, encontrando su momento de pico de en la adolescencia y disminuyendo lentamente en su expresión en la adultez.
Lo cierto es que el desarrollo o no de un nivel funcional de tolerancia a la frustración, parece ser el resultado de un interjuego entre factores biológicos, temperamentales y psicosociales.
De esta forma, el contexto psicosocial puede moldear, inhibir o reforzar, la forma de lidiar con la frustración. De hecho, algunos autores destacan la importancia que tienen el estilo de crianza y la exposición a eventos frustrantes en el desarrollo eficaz de esta (Jeronimus y Laceulle, 2017).
¿Qué creencias disfuncionales pueden aparecer?
El modelo multidimensional de la intolerancia a la frustración, desarrollado por Harrington (2007), sostiene que la intolerancia a la frustración no es un constructo único. Mas bien, se mantiene gracias a un grupo de creencias disfuncionales. Creencias que impiden que la emoción sea gestionada de forma adecuada.
Algunas creencias en la persona pueden ser:
- Que los propios deseos deben ser satisfechos y de manera inmediata. Esto es, la falta de una recompensa inmediata, en este caso, es percibida como una injusticia.
- Que las emociones desagradables no deben ser toleradas. Por lo tanto, controladas o evitadas.
- La tendencia a priorizar el confort a corto plazo por sobre las metas en el medio o largo plazo. Es decir, la vida debería ser fácil y sin obstáculos ni esfuerzo.
- La creencia de que el desempeño debe ser perfecto y sin fallas.
¿Alguna relación con la psicopatología?
Cada una de estas dimensiones, a su vez, pueden encontrarse asociadas a distintas emociones negativas y problemas psicológicos, tales como trastornos de ansiedad, estado de ánimo deprimido y consumo problemático de sustancias. Por el contrario, una buena tolerancia a la frustración se asocia con mejores resultados académicos, laborales y sociales (Varela y Mustaca, 2021).
Conclusión
La frustración es una emoción habitual, esperable y necesaria para adaptar las conductas en función de los desafíos que impone el contexto. Así, nos advierte que es necesario ajustar los comportamientos si se quieren alcanzar los deseos o, por el contrario, modificar las metas si estos deseos no se condicen con la realidad.
Tal capacidad tiene grandes consecuencias en la calidad de vida, determinando la manera en la que nos relacionamos con las personas, trabajo o vocación, e incluso con el bienestar físico. Dado que, en ocasiones, la intolerancia a la frustración resulta ser un factor importante en el mantenimiento de ciertos problemas psicológicos, es un constructo relevante a abordar dentro de un proceso terapéutico.
Referencias bibliográficas
- Harrington, N. (2005). The frustration discomfort scale: Development and psychometric properties. Clinical Psychology and Psychotherapy, 12(5), 374-387. https://doi.org/10.1002/cpp.465
- Harrington, N. (2006). Frustration intolerance beliefs: Their relationship with depression, anxiety, and anger, in a clinical population. Cognitive Therapy and Research, 30(6), 699-709. https://doi.org/10.1007/s10608-006-9061-6
- Harrington, N. (2007). Frustration intolerance as a multidimensional concept. Journal of Rational – Emotive and Cognitive – Behavior Therapy, 25(3), 191-211. https://doi.org/10.1007/s10942-006-0051-0
- Jeronimus, B. F. y Laceulle, O. M. (2017). Frustration. En Encyclopedia of Personality and Individual Differences (pp. 1–5). Springer International Publishing. https://doi.org/10.1007/978-3-319-28099-8_815-1
- Tolin, D. F. (2016). Doing CBT. A Comprehensive Guide to Working with Behaviors, Thoughts, and Emotions. The Guilford Press.
- Varela, A. S. y Mustaca, A. E. (2021). Habilidades Sociales e Intolerancia a la Frustración en adultos argentinos. Revista ConCiencia EPG, 6(2), 99-116. https://doi.org/10.32654/concienciaepg.6-2.7