Sabemos que la Neurociencia se define como una ciencia encargada de estudiar el funcionamiento del sistema nervioso y todos los aspectos que lo componen. Además de esto, su conocimiento guarda una relación directa entre el cerebro y la conducta. Pero… ¿Qué relación tiene con el acoso escolar o bullying? El acoso es un subconjunto específico de actos interpersonales agresivos que puede adoptar muchas formas, como amenazas físicas, verbales, psicológicas o escritas. Cuando un niño recibe maltrato o violencia, las trayectorias de su desarrollo cerebral quedan alteradas. Así, este tipo de acción se vuelve una preocupación considerable de salud pública, tanto por los resultados sociales como psicológicos que produce a largo plazo. Ya sea en los perpetradores como los objetivos del acoso. Veamos más sobre la relación existente entre el acoso escolar y la Neurociencia.

¿Qué se observa a nivel conductual en el acoso?

 En quienes lo reciben

Este fenómeno crea síntomas graves de internalización y externalización en niños y adolescentes que lo sufren, incluyendo ansiedad, depresión, aislamiento, baja autoestima, comportamiento suicida, síntomas psicosomáticos, bajo rendimiento académico y abandono escolar. Con esto, se ha hipotetizado que quienes están sujetos a victimización física suelen mostrar un aumento de comportamientos agresivos, mientras que la victimización relacional se asocia más a menudo con el desarrollo de problemas de internalización.

Lo anterior, puede desencadenar una mayor activación o conectividad en las regiones que apoyan los procesos de valoración y prominencia, por ejemplo. Además de una mayor necesidad de uso de los sistemas regulatorios (como la corteza dorsolateral prefrontal). Es decir, adaptaciones conductuales, cognitivas y emocionales sin éxito (Cubillo, 2022).

Lo perpetúan

Los perpetradores tienden a experimentar dificultades para establecer relaciones afectivas y sociales y seguir las reglas. También presentan menos autocontrol, rasgos insensibles, comportamiento suicida, mal rendimiento académico, abandono escolar y una mayor probabilidad de participar en un comportamiento criminal. Así mismo, se ha observado que manifiestan un deterioro en la toma de decisiones y, con ello, la preferencia de comportamientos desfavorables con ganancias inmediatas al castigo y pérdidas a largo plazo, por ejemplo (Wen et al., 2022).

Y aquellos que observan

Los observadores de situaciones de acoso escolar pueden experimentar dificultades sociales y emocionales significativas. Esto puede manifestarse en un aumento del aislamiento emocional, donde se sienten desconectados de los demás debido a la angustia que experimentan al presenciar el acoso. Además, es común que experimenten niveles elevados de ansiedad y depresión, afectados por el estrés y la preocupación relacionados con lo que están presenciando.

La hostilidad también puede surgir como una respuesta emocional inmediata o como una manifestación de la frustración y la impotencia para intervenir. Además, la paranoia puede desarrollarse, especialmente si los observadores perciben que ellos mismos podrían convertirse en víctimas de acoso en el futuro, lo que puede llevarlos a sentirse constantemente vigilados o en peligro incluso en entornos seguros (Bonilla-Santos, et al., 2022).

¿Y cerebral?

Sabemos que entre las regiones cerebrales principales que quedan afectadas ante el bullying se encuentra la amígdala (respuestas de supervivencia), el hipocampo (centro neurálgico de la memoria a corto plazo), cuerpo calloso (unión fundamental entre estructuras cerebrales profundas y los hemisferios), corteza anterior o cingulada (funciones autónomas) y corteza prefrontal (papel en el desarrollo del cerebro social), por ejemplo.

Neurociencia y acoso escolar: ¿Qué tienen que ver?

Y esto no es todo, desde la Neurociencia se ha encontrado que una exposición a la violencia de forma crónica durante el acoso escolar puede dar paso a neurogénesis suprimida (crecimiento y desarrollo neuronal), mielinización retardada asociada al estrés (proceso de recubrimiento de los axones que aumenta la velocidad de transmisión nerviosa), así como apoptosis distorsionada (muerte celular programada fisiológicamente, que se eleva durante el estrés psicológico).

Cuando la violencia del acoso se queda

El patrón de riesgo acumulativo del acoso se observa tanto en características clínicas (es decir, psicopatología y agresión) como en el desarrollo cerebral. Así, el impacto a largo plazo del acoso puede estudiarse por las correlaciones neurobiológicas.

De hecho, un estudio reciente demostró un vínculo entre la participación en el acoso y la morfología cerebral en niños en edad escolar. Reportando que aquellos menores que recibieron la violencia por parte de los perpetradores, tienen una corteza más gruesa en el giro fusiforme en comparación con los que no están involucrados en el acoso.

Esta zona, que parte del área 37 de Brodmann, ha estado implicada en una amplia gama de funciones, incluyendo el procesamiento facial y emocional, lenguaje y teoría de la mente (Muetzel et al., 2019). Quienes han sufrido maltrato también muestran menor centralidad, en comparación con quienes no lo han padecido, en:

  • El lóbulo temporal, responsable de la atribución a otros de pensamientos, intenciones o creencias.
  • El lóbulo occipital, del procesamiento visual y la percepción consciente.
  • La circunvolución parietal superior, de la memoria funcional.
  • La cisura y circunvolución precentral, de la coordinación motriz y percepciones sensoriales.

Neurotransmisores en acción durante el acoso

Se destaca la actuación del eje hipotalámico-hipofisario-adrenal que altera los niveles de glucocorticoides (es decir, la concentración de cortisol circulado, hormona que juega un papel en la activación inicial del estrés). A lo anterior, puede unirse una alteración de la señalización de dopamina en los circuitos de la corteza prefrontal y el cuerpo estriado. Además de la norepinefrina, relacionada con la excitación y las vías serotoninérgicas (5-HT) (Palamarchuk y Vaillancourt, 2022).

bullying

Agotamiento de neurotransmisores

Los investigadores han encontrado diferencias significativas entre los niveles de cortisol de los estudiantes que experimentaron acoso incidental y aquellos de acoso regular. Desde la Neurociencia se reporta que el acoso escolar incidental conduce a un aumento de los niveles de cortisol, mientras que los alumnos que son acosados regularmente tienen niveles de cortisol más bajos que sus compañeros que no son acosados (Rossouw, 2013).

¿A qué puede deberse? La exposición progresiva al acoso conduce a una regulación a la baja de la producción de cortisol, ya sea por desensibilización física o “agotamiento por cortisol”, o a ambos. Un aspecto que puede ser motivo del deterioro del funcionamiento neurocognitivo.

Conclusión

El acoso es ampliamente considerado como una característica ubicua de la experiencia escolar. Sin embargo, va mucho más allá de este ámbito, pues también altera la activación neuroquímica, inhibe la proliferación neuronal y provoca cambios neuroestructurales. Muchas de las zonas mencionadas se asocian en una compleja interacción que caracterizan la psicopatología del estrés. Por lo que podría decirse que ocurre una cascada neuropsicológica inducida por las respuestas propias ante el acoso y las redes cerebrales asociadas, además de la convergencia cognitiva y emocional que conlleva.

Así, los estudios destacan las áreas cerebrales más apremiantes que requieren mayor investigación a nivel neurobiológico. Además de los procesos cognitivos subyacentes. Haciendo latente el papel de la Neurociencia en el acoso escolar. Dadas estas consecuencias, una de las primeras medidas de prevención radica en la necesidad de incluir el acoso en los programas de formación de profesionales. Así como la psicoeducación a cuidadores, progenitores y a los propios niños y jóvenes.

Referencias bibliográficas

  • Bonilla-Santos, G., Gantiva, C., González-Hernández, A., Padilla-García, T. y Bonilla-Santos, J. (2022). Emotional processing in bullying: an event-related potential study. Scientific reports12(1), 7954. https://doi.org/10.1038/s41598-022-12120-9
  • Cubillo A. (2022). Neurobiological correlates of the social and emotional impact of peer victimization: A review. Frontiers in psychiatry13, 866926. https://doi.org/10.3389/fpsyt.2022.866926
  • Muetzel, R. L., Mulder, R. H., Lamballais, S., Cortes Hidalgo, A. P., Jansen, P., Güroğlu, B., Vernooiji, M. W., Hillegers, M., White, T., El Marroun, H. y Tiemeier, H. (2019). Frequent Bullying Involvement and Brain Morphology in Children. Frontiers in psychiatry10, 696. https://doi.org/10.3389/fpsyt.2019.00696
  • Palamarchuk, I. S. y Vaillancourt, T. (2022). Integrative Brain Dynamics in Childhood Bullying Victimization: Cognitive and Emotional Convergence Associated With Stress Psychopathology. Frontiers in integrative neuroscience16, 782154. https://doi.org/10.3389/fnint.2022.782154
  • Rossouw, P. (2013). Defining Bullying: The Role of Neurobiological Markers. International Journal of Neuropsychotherapy1(1), 2-8. https://doi.org/10.12744/ijnpt.2013.0002-0008
  • Teicher, M. H., Anderson, C. M., Ohashi, K. y Polcari, A. (2014). Childhood maltreatment: altered network centrality of cingulate, precuneus, temporal pole and insula. Biological psychiatry76(4), 297-305. https://doi.org/10.1016/j.biopsych.2013.09.016
  • Wen, X., Wang, Y., Cui, Z., Zhang, X. y Chen, R. (2022)Bullying perpetration, peer victimisation, suicidality, and their cumulative effect on preadolescents’ behaviour and brain development. Psychiatry and Clinical Psychology. https://doi.org/10.1101/2022.07.28.22278177