A medida que envejecemos, las conexiones sociales a menudo disminuyen, lo que puede llevar a sentimientos de aislamiento y soledad. Así, la importancia de mantener relaciones significativas y actividades sociales en esta etapa de la vida no debe subestimarse, y es que, la soledad puede tener un impacto negativo en la salud mental, aumentando el riesgo de depresión y ansiedad. Por lo tanto, mantener relaciones valiosas y fomentar la interacción con amigos y familiares es esencial para un envejecimiento saludable. ¿Qué sabemos sobre la relación entre soledad y vejez? ¿Se trata de un condicionante de salud?
Un concepto multifacético
La soledad, sentimiento angustiante que acompaña la percepción de que las necesidades sociales de uno no se encuentran satisfechas, puede impactar significativamente la salud mental en la tercera edad. La definición del término, según diversos autores, se centra en la calidad y cantidad de las relaciones sociales que mantiene una persona.

Dicho sentimiento no se limita al aislamiento físico, es una experiencia subjetiva, personal y, especialmente, emocional. Por otra parte, múltiples investigaciones coinciden en que existen tipos de soledad cualitativamente distintos.
¿Cuáles son?
Se ha distinguido entre soledad emocional y soledad social. La primera, la soledad emocional, se deriva de la falta de un vínculo cercano e íntimo con otra persona. Más frecuente entre quienes han perdido a sus seres queridos o han experimentado un divorcio.
La segunda, la soledad social, se origina en la carencia o debilidad de una red social con la que compartir intereses y actividades comunes. Tal percepción es común en personas mayores que se han retirado de sus vidas profesionales, por ejemplo (Liu et al., 2016).
Vivir solo vs. soledad: Una distinción clave
Vivir solo y experimentar soledad, aunque a menudo se confunden, son dos realidades distintas en la vida de las personas, especialmente en la vejez. La idea de que vivir solo es sinónimo de soledad no es precisa.
Y es que, la investigación en adultos mayores demuestra que vivir solo no necesariamente implica sentirse solo. Así, muchas personas que residen solas informan mantener contactos sociales frecuentes y participar activamente en organizaciones comunitarias, lo que subraya la importancia de distinguir entre estas dos categorías (Ong et al., 2016).
¿En qué se diferencian?
La diferencia clave entre vivir solo y la soledad radica en la naturaleza de la experiencia. Vivir solo es una elección consciente de establecer una residencia sin compañía, mientras que la soledad es una sensación involuntaria de aislamiento social que se relaciona más estrechamente con la percepción de que las interacciones sociales carecen de la calidad deseada.
Por lo tanto, resulta importante aclarar que vivir solo no es, en sí mismo, una causa directa de la soledad. La soledad puede afectar tanto a quienes viven solos como a quienes comparten su espacio con otros. Pues, como hemos mencionado, la soledad es una experiencia subjetiva, emocional y psicológica, que no depende únicamente de los contactos interpersonales mantenidos a diario (Ong et al., 2016).

Un condicionante de salud
En la búsqueda de una vida más saludable y duradera, es esencial reconocer que la salud no se limita solo a la genética y a las condiciones médicas. Cada vez más, los determinantes sociales de la salud toman protagonismo, ya que influyen profundamente en cómo vivimos y envejecemos.
En esta línea, la soledad y el aislamiento social han emergido como factores significativos en la ecuación, con evidencia contundente que respalda su impacto en la salud y la longevidad. De hecho, la soledad y el aislamiento social, según Freedman y Nicolle (2020), se asocian con un riesgo aumentado de mortalidad del 26% y 29%, respectivamente.
Soledad y aislamiento como problema
Para ponerlo en perspectiva, dicho aumento en el riesgo de muerte se compara con fumar 15 cigarrillos al día o padecer un trastorno por uso de alcohol. Incluso más sorprendente, los riesgos de salud vinculados a la soledad superan a los relacionados con la obesidad. Incluso, se han llegado a titular publicaciones con impactantes declaraciones como “la soledad es el nuevo tabaquismo”.
Además, la soledad también se ha relacionado con un mayor riesgo de desarrollar demencia. En este sentido, se calcula que el riesgo es 1.58 veces mayor para aquellos que experimentan altos niveles de soledad en comparación con quienes tienen una red social sólida. Adicionalmente, las personas que perciben mayores redes de apoyo, suelen adherirse más al tratamiento médico y pasan menor tiempo en regímenes de internación hospitalaria (Freedman y Nicolle, 2020).
Depresión, soledad y vejez
La relación entre la soledad y la depresión es un tema que ha cobrado creciente importancia en el ámbito clínico. Estudios recientes han establecido que la soledad puede actuar como un predictor de la depresión, al facilitar la aparición de síntomas depresivos.

Asimismo, investigaciones que se centraron en la evolución clínica de la depresión y su relación longitudinal con la soledad han arrojado luz sobre el papel de la soledad en el empeoramiento de la depresión. Pues se sabe que, el efecto a largo plazo de la soledad en las personas mayores parece entorpecer la recuperación de la depresión.
¿A qué se debe?
Aunque muchos de los estudios aclaran una posible secuencia temporal de la soledad, la vejez y la depresión, la relación causal entre ambas requiere una investigación más profunda. No obstante, se reconoce que existen condiciones relacionadas con la edad que promueven dicha relación.
Entre ellas, el deterioro cognitivo, la movilidad física limitada, disminución en las actividades de la vida diaria, dificultades financieras, el duelo, las condiciones de vida y rasgos de personalidad. Estos factores pueden ocasionar dificultades en el mantenimiento de relaciones y actuar como posibles covariables que moderen la relación entre la soledad y la depresión. Por otro lado, estudios previos también han identificado la edad y el género femenino como variables importantes en este contexto (Vas as et al., 2022).
Conclusión
La vejez a menudo se cruza con la soledad, una realidad dolorosa para muchos. Sin embargo, las redes de contención social actúan como factor de bienestar. Por ello, en la tercera edad, es fundamental tejer vínculos afectivos y mantener conexiones significativas.
Dichas redes, compuestas por amigos, familiares y comunidad, ofrecen apoyo emocional y oportunidades para compartir experiencias. Así, la amistad y la inclusión social son un recordatorio de que, en cualquier etapa de la vida, las relaciones humanas son fundamentales.
Referencias bibliográficas
- Freedman, A. y Nicolle, J. (2020). Social isolation and loneliness: the new geriatric giants: Approach for primary care. Canadian family physician Medecin de famille canadien, 66(3), 176-182.
- Liu, L., Gou, Z. y Zuo, J. (2016). Social support mediates loneliness and depression in elderly people. Journal of health psychology, 21(5), 750-758. https://doi.org/10.1177/1359105314536941
- Ong, A. D., Uchino, B. N. y Wethington, E. (2016). Loneliness and Health in Older Adults: A Mini-Review and Synthesis. Gerontology, 62(4), 443-449. https://doi.org/10.1159/000441651
- Van As, B. A. L., Imbimbo, E., Franceschi, A., Menesini, E. y Nocentini, A. (2022). The longitudinal association between loneliness and depressive symptoms in the elderly: a systematic review. International psychogeriatrics, 34(7), 657-669. https://doi.org/10.1017/S1041610221000399