Acompañar el duelo en la infancia exige más que sensibilidad; requiere comprensión clínica del desarrollo y del vínculo. Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, Quinta Edición, Revisión de Texto (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, Fifth Edition, Text Revision, DSM-5-TR, en inglés), el duelo infantil puede adquirir formas complejas y prolongadas, agrupadas bajo la categoría de trastorno de duelo prolongado (Prolonged Grief Disorder, PGD, en inglés) cuando los síntomas persisten más allá de seis meses en menores de edad (American Psychiatric Association [APA], 2022). Lejos de los tópicos consoladores, aquí vemos aquello que no debe hacerse al acompañar a un niño o niña en duelo: prácticas, actitudes y omisiones que, aunque bienintencionadas, obstaculizan el proceso de integración emocional y simbólica de la pérdida.

Anular o minimizar la expresión emocional

Decirle a un niño, por ejemplo, “no llores”, “sé fuerte” o “tienes que seguir adelante” anula su derecho a expresar dolor. Tal inhibición puede intensificar la desregulación emocional a medio plazo. Spuij et al. (2013) demostraron que la supresión afectiva precoz se correlaciona con síntomas internalizantes prolongados, incluyendo ansiedad y síntomas depresivos, incluso años después de la pérdida.

El DSM-5-TR deja claro que las emociones intensas son esperables en los primeros meses tras una pérdida significativa. Lo que no es esperable —y puede considerarse patológico— es su inhibición persistente o, por el contrario, su persistencia rígida y no integrada (APA, 2022).

Impulsar la normalización prematura

Uno de los errores más extendidos es empujar al niño a “recuperar la rutina” sin haber dado espacio simbólico al duelo. Como señalan Melhem et al. (2011), una presión excesiva por adaptarse puede interferir con el procesamiento afectivo, derivando en lo que denominan duelo enmascarado. Así, la evidencia empírica sugiere que la adaptación funcional no puede forzarse sin riesgo. Es decir, los niños que no tienen espacio para elaborar la pérdida pueden presentar disfunción académica, síntomas de disociación o problemas somáticos (Kaplow et al., 2012).

Estimular recuerdos sin contención emocional

Lo que no se debe hacer en el duelo infantil

Pedir al menor que recuerde, dibuje o narre constantemente al fallecido puede tener efectos contraproducentes si no está emocionalmente acompañado. Aunque el recuerdo forma parte del duelo sano, su uso indiscriminado puede intensificar los síntomas intrusivos. Las investigaciones sobre terapias de exposición guiada en duelo infantil subrayan que el recuerdo debe ser gradual, simbólicamente elaborado y acompañado de regulación emocional (Bryant et al., 2014).

Hiperestimulación de la memoria

Cuando el pequeño es expuesto de manera insistente a conversaciones, rituales o materiales vinculados al fallecido —especialmente sin haber mostrado iniciativa propia para ello— puede generarse un fenómeno de sobrecarga emocional sin integración simbólica. Este tipo de estimulación, aunque parezca fomentar la elaboración del duelo, puede tener un efecto inverso. ¿Cuál? Bloquear el proceso de simbolización y dificultar la internalización del vínculo perdido.

Desde un enfoque del desarrollo, la hiperestimulación interfiere con la capacidad del niño de alternar, de manera espontánea y autorregulada, entre momentos de contacto con el dolor y momentos de desconexión saludable. El duelo infantil no es lineal, y necesita espacios de “no duelo”, de juego, de distracción, donde el aparato psíquico pueda metabolizar gradualmente lo vivido. Saturar la memoria del niño con contenidos vinculados a la pérdida lo priva de estos intersticios reparadores.

Silenciar la muerte en el duelo infantil

Esto es importante. Evitar la palabra “muerte” por eufemismos puede provocar que el niño no logre diferenciar entre ausencia y pérdida irreversible. Kaplow et al. (2012) encontraron que los menores que no recibían explicaciones claras sobre la muerte tenían mayores niveles de ansiedad generalizada y conductas evitativas.

Expresar la muerte como: “Se ha ido”, “nos cuida desde el cielo”…

El uso de eufemismos como “se ha ido”, “nos cuida desde el cielo” o “está dormido” es común en los adultos que intentan suavizar el impacto de la muerte. Sin embargo, esta ambigüedad verbal, aunque motivada por la protección emocional, interfiere gravemente en el proceso de simbolización del duelo infantil. Para un niño pequeño, que aún se encuentra en una etapa de pensamiento concreto según Piaget, estas expresiones pueden ser interpretadas de manera literal. Si se le dice que el abuelo “se ha ido”, puede esperar que regrese. Si se afirma que “está dormido”, puede desarrollar miedo al sueño, a los viajes o incluso a la separación cotidiana.

La muerte, para que pueda ser integrada psíquicamente, necesita ser nombrada como tal. No hay duelo posible si no hay una pérdida claramente identificada.

Al eludir la palabra “muerte”, se impide que el niño construya una narrativa coherente que le permita elaborar emocional y simbólicamente lo ocurrido. Según el modelo de construcción de significado en el duelo infantil (Neimeyer, 2000), el acceso al lenguaje preciso es un requisito para la elaboración de una narrativa personal transformadora.

¿Acompañan o confunden en el duelo?

Además, cuando los adultos utilizan expresiones como “está en el cielo” o “se convirtió en una estrella”, sin aclaraciones, pueden inducir una fantasía de continuidad concreta, que retrasa o distorsiona el proceso de despedida interna. El infante puede buscar señales, hablarle a la estrella esperando respuesta, o sentirse culpable si no siente conexión con ese “más allá”.

Ahora, es importante diferenciar entre ofrecer consuelo simbólico y evitar la realidad. Nombrar la muerte no implica ser frío ni clínico, sino mostrar respeto por la capacidad del niño para entender dentro de su propio marco evolutivo. Decir “murió” o “no va a volver porque su cuerpo dejó de funcionar” puede sonar duro, pero da al niño una base sólida para elaborar emocionalmente lo que ha sucedido

Rechazar manifestaciones “inapropiadas” del duelo

El adulto que espera del niño llanto continuo y retraimiento podría leer erróneamente el duelo infantil. Sin embargo, las respuestas del menor son frecuentemente oscilantes: pueden jugar, reír, distraerse, y al día siguiente romper en llanto. Este patrón no indica falta de afecto, son mecanismos adaptativos propios del desarrollo (Sandler et al., 2003).

duelo infantil

De este modo, reprimir tales formas de expresión consideradas “inadecuadas” —como si el juego invalidara el sufrimiento— es proyectar una visión adultocéntrica del dolor que niega la peculiaridad infantil de procesar el sufrimiento de forma discontinua.

Y es que, cuando el entorno censura la risa, los espacios lúdicos o el deseo de no hablar en determinados momentos, el niño puede comenzar a desconfiar de su manera espontánea de elaborar la pérdida. Algo que puede derivar en una inhibición emocional secundaria. En la que se internaliza la creencia de que sus propias respuestas son erróneas o inaceptables. A largo plazo, este tipo de invalidación puede contribuir al desarrollo de síntomas internalizantes, somatizaciones o formas de duelo latente que resurgen años después con formas clínicas más complejas.

Delegar exclusivamente en la escuela o ignorar el vínculo familiar

Si bien la escuela puede ofrecer recursos psicoeducativos, la responsabilidad del acompañamiento afectivo no puede recaer únicamente en el sistema escolar. Sandler et al. (2003) demostraron que las intervenciones familiares sostenidas en el tiempo tienen un impacto preventivo mucho mayor que cualquier acción puntual desde lo institucional.

La función protectora del entorno inmediato en el duelo

Los niños en duelo necesitan la presencia emocional de sus cuidadores primarios. No basta con mantener las rutinas: es preciso ofrecer palabras, tiempo compartido y seguridad afectiva.

Demorar la intervención psicológica cuando hay señales de riesgo

El DSM-5-TR establece criterios diagnósticos para el trastorno de duelo prolongado en población infantil cuando los síntomas afectan significativamente el funcionamiento emocional y relacional por más de seis meses. A pesar de ello, muchos adultos sostienen la creencia de que “es mejor no remover”.

No es esperar “a que pase solo”

Esa pasividad puede tener efectos devastadores. Spuij et al. (2013) demostraron que el tratamiento cognitivo-conductual adaptado al duelo infantil (CBT Grief-Help) es altamente eficaz en niños con duelo prolongado. Reduciendo significativamente síntomas de depresión y ansiedad en menos de doce sesiones. No actuar a tiempo implica desproteger.

Técnicas sin respaldo empírico

Existe una proliferación de recursos simbólicos (cajas de recuerdos, juegos proyectivos, actividades artísticas), pero aplicarlos sin formación o sin un encuadre clínico claro puede tener efectos ambiguos. No se trata de suprimir lo creativo, es evitar que se convierta en un sustituto superficial del trabajo emocional profundo.

Las guías clínicas actuales recomiendan abordajes estructurados como el Programa de Duelo Familiar (Family Bereavement Program, FBP, en inglés) y el Programa de Ayuda Cognitivo-Conductual para el Duelo Complicado en Niños (CBT Grief-Help, en inglés), ambos evaluados mediante ensayos clínicos aleatorizados con resultados consistentes (Sandler et al., 2003; Spuij et al., 2013).

Conclusión

En el acompañamiento del duelo infantil, el error más común no es la ausencia de técnicas, sino la presencia de interferencias: frases que deslegitiman, silencios que aturden, consignas apresuradas. No hacer daño implica evitar atajos, respetar los ritmos del niño, contener sin invadir, nombrar sin disfrazar, y permitir que el proceso se despliegue simbólicamente. Así pues, es necesario hablar menos y escuchar más. No resolver, sino sostener. No empujar al niño hacia la normalidad, permitirle construir una nueva realidad con lo perdido dentro. De esa forma se construye el duelo sano: no en la eliminación del dolor, sino en su inscripción simbólica.

Referencias bibliográficas

  • American Psychiatric Association. (2022). Diagnostic and statistical manual of mental disorders (5ª ed., revisión de texto; DSM–5–TR). https://doi.org/10.1176/appi.books.9780890425787
  • Bryant, R. A., Kenny, L., Joscelyne, A., Rawson, N., Maccallum, F., Cahill, C. y Nickerson, A. (2014). Treating prolonged grief disorder: A randomized clinical trial. JAMA Psychiatry, 71(12), 1332-1339. https://doi.org/10.1001/jamapsychiatry.2014.1600
  • Kaplow, J. B., Layne, C. M., Pynoos, R. S., Cohen, J. A. y Lieberman, A. (2012). DSM-5 Diagnostic Criteria for Bereavement-Related Disorders in Children and Adolescents: Developmental Considerations. Psychiatry, 75(3), 243–266. https://doi.org/10.1521/psyc.2012.75.3.243
  • Melhem, N. M., Porta, G., Shamseddeen, W., Walker Payne, M. y Brent, D. A. (2011). Grief in children and adolescents bereaved by sudden parental death. Archives of general psychiatry68(9), 911-919. https://doi.org/10.1001/archgenpsychiatry.2011.101
  • Sandler, I. N., Ayers, T. S., Wolchik, S. A., Tein, J. Y., Kwok, O. M., Haine, R. A., Twohey-Jacobs, J., Suter, J., Lin, K., Padgett-Jones, S., Weyer, J. L., Cole, E., Kriege, G. y Griffin, W. A. (2003). The family bereavement program: efficacy evaluation of a theory-based prevention program for parentally bereaved children and adolescents. Journal of consulting and clinical psychology71(3), 587-600. https://doi.org/10.1037/0022-006x.71.3.587
  • Spuij, M., Prinzie, P., Dekovic, M., van den Bout, J. y Boelen, P. A. (2013). The effectiveness of Grief-Help, a cognitive behavioural treatment for prolonged grief in children: study protocol for a randomised controlled trial. Trials14, 395. https://doi.org/10.1186/1745-6215-14-395