Todos queremos pensar que el futuro nos depara cosas buenas. Dicha tendencia, tan humana como esperanzadora, es conocida como sesgo del optimismo, inclinación psicológica que nos lleva a creer que los eventos negativos les suceden más a los demás que a nosotros mismos. Pero aunque mantener una visión positiva tal vez mantenga beneficios emocionales, también tiende a distorsionar seriamente nuestra percepción de riesgo y conducir a un optimismo irrealista. Entonces, ¿hasta qué punto influye realmente en la toma de decisiones diarias?
Antes, ¿qué es el sesgo del optimismo?
Se trata de una forma sistemática de pensar en la que las personas creen que tienen menos probabilidades que otros de sufrir consecuencias negativas. Fue descrito por primera vez por Neil Weinstein en 1980, y desde entonces ha sido ampliamente documentado en diversos contextos. Precisamente, es un tipo de “comparación social” en la que uno se considera menos vulnerable que un par similar, aun cuando las estadísticas indiquen lo contrario.

Por ejemplo, una persona tal vez sea plenamente consciente de que conducir a alta velocidad aumenta el riesgo de accidentes de tránsito, pero, a pesar de eso, creer que eso no le ocurrirá a ella en concreto. De este modo, la brecha descrita entre el conocimiento general del riesgo y la percepción personal es precisamente lo que define al sesgo cognitivo.
¿Adaptativo o riesgoso?
Aunque podría parecer un simple mecanismo de defensa emocional, tiene implicancias ambivalentes. Por un lado, una actitud optimista tiende a fomentar la motivación, el bienestar e incluso el afrontamiento en momentos difíciles. Por el contrario, cuando la percepción se vuelve exagerada o infundada, deriva en subestimar riesgos importantes y adoptar conductas peligrosas.
De tal manera, la sobreconfianza, lejos de protegernos, es capaz de orientarnos a tomar decisiones poco prudentes. El presente tipo de sesgo ha sido observado en contextos sanitarios, financieros, legales y, como veremos más adelante, también en la esfera digital.
La percepción del riesgo en COVID-19
Durante los primeros meses de la pandemia por COVID-19, un equipo de investigadores liderado por Kuper-Smith y colaboradores (2021) llevó a cabo un estudio longitudinal en Alemania, Reino Unido y Estados Unidos. Su objetivo era explorar cómo las personas percibían el riesgo de infectarse, contagiar a otros y desarrollar síntomas graves.
Los resultados fueron claros: la mayoría de los participantes creía tener menos probabilidades que otros de contagiarse o de contagiar, pero no mostraban diferencias significativas en la percepción de riesgo ante síntomas graves. Es decir, había una fuerte ilusión de invulnerabilidad frente a la posibilidad de contraer el virus o diseminarlo, pero no respecto a la gravedad de sus consecuencias. Dicho patrón se mantuvo estable a lo largo del tiempo, incluso cuando las cifras de contagio crecían.
Optimismo irrealista: Influencias en la percepción

El mencionado estudio también identificó varios factores que modulaban el grado de este sesgo. En tal sentido, las personas jóvenes, con buena salud y sin cercanía a casos graves de COVID-19, mostraban niveles más altos de optimismo comparativo. Además, la percepción de control jugó un rol importante, cuanto mayor era el sentido de control sobre la situación (por ejemplo, al evitar contactos o seguir normas de higiene), mayor era el sesgo.
Por otra parte, una de las hipótesis de la investigación fue que el optimismo irrealista disminuiría con el tiempo, a medida que la pandemia avanzara. Sin embargo, esto no ocurrió. Lo que sí cambió fue la percepción general del riesgo, que tendió a reducirse incluso cuando los peligros objetivos aumentaban. Tanto es así, que se cree que el desajuste entre la realidad epidemiológica y la percepción subjetiva puede haber contribuido a una falsa sensación de seguridad, debilitando el cumplimiento de medidas colectivas.
Cuando el sesgo amenaza la ciberseguridad
El sesgo del optimismo no solo se limita a cuestiones sanitarias. En concreto, un reciente metaanálisis realizado por Alnifie y Kim (2023) evaluó cómo esta distorsión cognitiva afecta la percepción del riesgo en el ámbito de la ciberseguridad. Tras analizar una serie de ensayos, los autores concluyeron que el sesgo tiene un efecto significativo en la toma de decisiones en entornos digitales.
Consecuentemente, implica tener la creencia de que uno es menos vulnerable que otros a ataques informáticos o fraudes digitales. La antedicha concepción llevaría, en muchos casos, a desestimar medidas de protección básicas, como actualizar contraseñas con regularidad, instalar un antivirus confiable o mantener una actitud cautelosa frente a correos electrónicos sospechosos.
Riesgos concretos derivados del sesgo

Siguiendo esta línea, la investigación identificó varios comportamientos de riesgo asociados al optimismo irrealista en ciberseguridad. Entre ellos se encuentran el compartir contraseñas con terceros, ignorar incidentes menores de seguridad y confiar excesivamente en las propias habilidades técnicas.
Dicha sobreconfianza es observable tanto en usuarios comunes como en personal técnico. Cuanto mayor era la percepción de “invulnerabilidad”, menor era la disposición a implementar medidas de protección efectivas. Por tanto, este optimismo irrealista compromete tanto la seguridad individual como la de organizaciones enteras.
Implicancias en la vida cotidiana
Si bien los ejemplos analizados pertenecen a ámbitos diferentes, comparten una dinámica común: el sesgo del optimismo reduce la percepción de riesgo y, en consecuencia, debilita las respuestas preventivas. La presente relación fue confirmada en ambos estudios, mostrando que la sobreestimación de nuestras capacidades o de los peligros, nos lleva a asumir riesgos innecesarios.
Más allá de la pandemia o la ciberseguridad, la distorsión también influye en decisiones financieras, laborales o relacionales. Reconocerlo no significa dejar de ser positivos, sino tomar conciencia de que nuestra percepción no siempre es objetiva.
¿El sesgo del optimismo nos hace decidir peor?
En síntesis, se trata de un fenómeno profundamente humano. Como tal, nos protege emocionalmente, pero también puede cegarnos ante amenazas concretas. Los estudios revisados muestran cómo esta distorsión afecta tanto las decisiones frente a crisis sanitarias como en el manejo de la seguridad digital. En ambos casos, la ilusión de invulnerabilidad nos hace menos proclives a actuar con prudencia.
En un mundo donde las amenazas —víricas, tecnológicas o sociales— son cada vez más complejas, aprender a reconocer nuestros sesgos cognitivos se vuelve fundamental. Y es que, quizás no se trata de dejar de ser optimistas, sino, tal vez, de aprender a ser “optimistas informados”.
Referencias bibliográficas
- Alnifie, K. M. y Kim, C. (2023). Appraising the manifestation of optimism bias and its impact on human perception of cyber security: A meta-analysis. Journal of Information Security, 14(2), 93-110. https://doi.org/10.4236/jis.2023.142007
- Kuper-Smith, B. J., Doppelhofer, L. M., Oganian, Y., Rosenblau, G. y Korn, C. W. (2021). Risk perception and optimism during the early stages of the COVID-19 pandemic. Royal Society Open Science, 8(11), 210904. https://doi.org/10.1098/rsos.210904
- Sánchez-Vallejo, F., Rubio, J., Páez, D. y Blanco, A. (1998). Optimismo ilusorio y percepción de riesgo. Boletín de psicología, 58(3), 7-17.