La narrativa biomédica ha tendido a separar el cuerpo del alma, la fisiología del sufrimiento emocional. Sin embargo, las investigaciones contemporáneas empiezan a rendir cuentas a una sospecha clínica persistente. Que ciertas enfermedades somáticas infantiles no se disuelven al cesar sus síntomas físicos, sino que mutan en una forma invisible de malestar que coloniza la vida adulta. Veamos, esta vez, un enfoque integrador que considera algunas enfermedades que, dándose en periodos infantiles (como la migraña, el asma, el acné severo, o trastornos como la enuresis) pueden constituirse en factores de riesgo psicosocial comparables a las adversidades clásicas de la infancia.
Una mirada al cuerpo doliente
El estudio de Revels-Strother et al. (2025) interroga una categoría poco explorada, la enfermedad médica como adversidad. Mediante el análisis de una muestra universitaria de 2.635 estudiantes, se halló que condiciones como la migraña, el asma, el acné o la enuresis se asocian con un incremento significativo en el riesgo de padecer trastornos afectivos en la vida adulta.
Lo más relevante es que estas asociaciones persistieron incluso después de controlar estadísticamente otras formas clásicas de trauma infantil, como el abuso físico, emocional y sexual. Es decir, ciertas enfermedades en el periodo infantil no fueron solo una variable de confusión, sino un predictor autónomo de malestar psicológico posterior.
Enfermedades “benignas” con consecuencias profundas

Este tipo de hallazgos reconfigura el paradigma de las Experiencias Adversas en la Infancia (Adverse Childhood Experiences, ACEs), ampliando el espectro desde la violencia explícita hacia las formas más sutiles de sufrimiento encarnado.
Pero además plantea una cuestión epistemológica relevante: ¿cuántas biografías clínicas han sido desestimadas por no encajar en las categorías clásicas del trauma? Cuando el dolor es validado solo si proviene de agentes externos intencionales, se invisibilizan experiencias continuadas de desregulación, incertidumbre y estigma que acompañan a muchos niños con enfermedades crónicas.
Esta ampliación del marco ACEs implica repensar el papel del cuerpo como escenario de vulnerabilidad psíquica temprana, y propone incluir como traumas acumulativos aquellas condiciones que, aunque médicamente gestionables, introducen en la vida del niño una narrativa de alteridad, dependencia y excepcionalidad que se internaliza sin necesidad de violencia explícita. En este sentido, la enfermedad no es solo un evento aislado, es una atmósfera que permea el desarrollo emocional. Afectando el modo en que el sujeto aprende a habitar su propio cuerpo, su tiempo y sus vínculos.
Migraña
Desde una perspectiva psicopatológica, la migraña en la infancia puede leerse como un síntoma sin relato. Estudios neurobiológicos recientes han señalado una correlación significativa entre migraña y trastornos del estado de ánimo, como la depresión mayor y la ansiedad generalizada. Sugiriendo una base neuroinflamatoria y serotoninérgica compartida (Yuan et al., 2023).

Asimismo, en el marco del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, Quinta Edición, Revisión de Texto (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, Fifth Edition, Text Revision, DSM-5-TR, en inglés), la alta comorbilidad entre migraña y trastornos de ansiedad anticipatoria sugiere que en muchos pacientes la hipervigilancia somática deviene un esquema de base, reforzando ciclos de evitación, aislamiento y afectación funcional.
Acné
Por su parte, el acné severo y persistente, lejos de ser un fenómeno dermatológico aislado, ha sido identificado como un potente predictor de baja autoestima, ansiedad social y depresión, particularmente en mujeres jóvenes. Según Schachner et al. (2023), las adolescentes con acné presentan tasas de síntomas depresivos comparables a las de personas con trastornos crónicos invalidantes.
Con lo dicho, muchos de estos pacientes podrían cumplir criterios subumbrales para trastornos de ansiedad social, o incluso para episodios depresivos mayores, en los que la dismorfia corporal actúa como núcleo cognitivo patógeno. Así, la piel, en estos casos, se convierte en una frontera estigmatizada entre el yo deseado y el yo visible.
Asma
El asma infantil, como enfermedad crónica del aparato respiratorio, se ha asociado tradicionalmente en este periodo a factores ambientales y genéticos. Sin embargo, su impacto sobre la salud mental comienza a perfilarse con más nitidez.

Un metaanálisis demostró que adolescentes asmáticos presentan un riesgo significativamente aumentado de desarrollar síntomas depresivos y ansiosos (Lu et al., 2012). Las ausencias escolares, la limitación física y la internalización de la fragilidad médica construyen un relato de vulnerabilidad que puede cristalizar en estructuras depresivas o de inhibición crónica.
A nivel clínico, se invita a valorar la presencia de síntomas ansiosos persistentes en personas con enfermedades crónicas, aun cuando estos no cumplan umbral diagnóstico, bajo la categoría de trastornos relacionados con síntomas somáticos.
Enuresis
A pesar de su baja prevalencia en la muestra del estudio, la enuresis mostró correlaciones significativas con ideación suicida, depresión y ansiedad. La exposición prolongada a la vergüenza social, especialmente en contextos familiares no contenedores, puede dar lugar a sentimientos de invalidez, control deficiente de impulsos y retraimiento social.
Recordemos que aunque no se trata de una enfermedad orgánica en el sentido médico tradicional, su inclusión obedece a una lógica de impacto emocional y trayectoria psíquica. Dado que, al igual que las enfermedades crónicas, en el periodo infantil se puede instalar un sentimiento de anormalidad persistente, una vivencia de déficit corporal y una narrativa de exclusión que continúan operando en la vida adulta. Dicho esto, la evidencia apunta a que su cronicidad puede configurar un terreno fértil para la emergencia posterior de trastornos depresivos o trastornos de ansiedad por separación (Kiddoo, 2011).
Más allá del síntoma: Enfermedades médicas como formas precoces de adversidad
La inclusión de enfermedades comunes como variables predictoras de psicopatología adulta desestabiliza una idea muy arraigada. Y es, que el dolor físico, en ausencia de violencia, es neutro psicológicamente. Revels-Strother et al. (2025) demuestran que la enfermedad, incluso sin abuso concomitante, puede operar como microtrauma estructurante.
Esta noción se alinea con modelos transdiagnósticos como el de Mariotti (2015), quien sugiere que el estrés crónico —ya sea por enfermedad, pobreza o rechazo— genera cambios duraderos en el eje hipotálamo-hipofisario-adrenal (HPA). Reduciendo la resiliencia emocional e incrementando la sensibilidad al miedo y a la pérdida de control.

La enfermedad como narrativa
Por todo lo expuesto, integrar la historia médica infantil en la anamnesis psicológica no es solo una cuestión de exhaustividad diagnóstica. Es, más bien, una invitación ética a comprender al paciente en su continuidad somato-psíquica. Pues muchos adultos no asocian su ansiedad actual con ciertas enfermedades en la infancia, como su asma infantil, o sus crisis depresivas con los años de acné y aislamiento escolar. Nombrar esos vínculos puede ofrecer una narrativa reparadora.
Es clínicamente más útil entender los síntomas en términos de espectros que de entidades aisladas. Por ello, una infancia marcada por enfermedades recurrentes puede predisponer a respuestas afectivas más intensas, a interpretaciones catastrofistas de los malestares corporales y a patrones de evitación.
Conclusión
No toda herida visible deja una cicatriz emocional, pero hay síntomas que, bajo su aparente banalidad clínica, revelan una arquitectura de malestar precoz. Pensar la migraña, el acné, el asma o la enuresis como formas silenciosas de biografía anticipada, exige desmantelar el modelo binario que ha dividido durante décadas lo orgánico de lo psíquico.
Esta lectura clínica no busca medicalizar la infancia ni patologizar lo común, sino hacer lugar a la complejidad de las enfermedades en el periodo infantil. Ese territorio donde lo fisiológico y lo afectivo se entrelazan en narrativas más densas que el síntoma en sí. Aceptar que el cuerpo puede ser un lenguaje precoz del trauma —aunque no haya gritos ni golpes— transforma el modo en que comprendemos la salud mental adulta.
Referencia bibliográfica
- American Psychiatric Association. (2022). Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (5ª ed. revisada). Arlington, VA: American Psychiatric Publishing.
- Antonaci, F., Nappi, G., Galli, F., Manzoni, G. C., Calabresi, P. y Costa, A. (2011). Migraine and psychiatric comorbidity: a review of clinical findings. The journal of headache and pain, 12(2), 115-125. https://doi.org/10.1007/s10194-010-0282-4
- Kiddoo, D. (2011). Nocturnal enuresis. BMJ clinical evidence, 2011, 0305.
- Lu, Y., Mak, K. K., van Bever, H. P., Ng, T. P., Mak, A. y Ho, R. C. (2012). Prevalence of anxiety and depressive symptoms in adolescents with asthma: a meta-analysis and meta-regression. Pediatric allergy and immunology : official publication of the European Society of Pediatric Allergy and Immunology, 23(8), 707-715. https://doi.org/10.1111/pai.12000
- Mariotti, A. (2015). The effects of chronic stress on health: new insights into the molecular mechanisms of brain-body communication. Future science OA, 1(3), FSO23. https://doi.org/10.4155/fso.15.21
- Schachner, L. A., Alexis, A. F., Andriessen, A., Berson, D., Gold, M., Goldberg, D. J., Hu, S., Keri, J., Kircik, L. y Woolery-Lloyd, H. (2023). Insights into acne and the skin barrier: Optimizing treatment regimens with ceramide-containing skincare. Journal of cosmetic dermatology, 22(11), 2902-2909. https://doi.org/10.1111/jocd.15946