La irrupción de lo virtual ha desplazado el escenario clásico del delirio amoroso. Si antaño el objeto de la erotomanía era una figura de carne y hueso —el médico, el actor, el vecino, el superior jerárquico—, hoy ese objeto puede ser un holograma de datos, una identidad fabricada, un algoritmo con rostro humano. La creencia delirante, lejos de extinguirse en la era tecnológica, ha encontrado nuevos templos donde oficiar su fe: la pantalla, el chat, la notificación. Veamos más sobre el delirio en tiempos digitales.

El espejismo amoroso en la era del yo conectado

En el umbral del romanticismo moderno yace un territorio poco explorado, el delirio amoroso cooptado por la virtualidad, un verdadero delirio en tiempos digitales.La historia clínica que Alotti et al. (2024) presentan no es un simple caso – es un espejo de cómo los ecos románticos mediáticos pueden cristalizar en la convicción delirante de un “otro enamorado” (inexistente) a través del artificio digital.

Delirio en tiempos digitales

Este fenómeno inaugura una figura híbrida: erotomanía inducida por fraude romántico en línea. No estamos ante el erotomaníaco clásico que proyecta sobre una figura real, sino ante alguien que ha sido engañado o seducido (literalmente) por una construcción digital, y que termina por internalizar esa ficción como realidad psiquica.

Entonces…

Este nuevo umbral del delirio en tiempos digitales pide ser pensado, no solo diagnosticado. ¿Qué sucede cuando la lógica del amor – con sus promesas, espejismos y silencios – colinda con la técnica, con los perfiles, con la interfaz y el engaño? ¿Cómo se inscribe lo digital en las raíces más profundas de la vulnerabilidad psíquica?

Un caso paradigmático de delirio en tiempos digitales

Una mujer de setenta años, casada, con antecedentes de trastorno depresivo persistente (distrofía) controlado médicamente, además de comorbilidades orgánicas y eventos vitales estresantes. 

Se ve atraída hacia perfiles en línea que reproducen la imagen de un músico famoso. En medio de interacciones virtuales idealizadas, gradualmente es arrastrada por un fraude romántico: se le induce una narrativa de reciprocidad amorosa inexistente. Esa trama ajena logra instalar un delirio: ella sostiene que ese músico (o figura idealizada) la ama. El episodio culmina en intento suicida, y el diagnóstico se configura como trastorno delirante erotomaníaco secundario, con afectación cognitiva leve, en contexto vascular. Con risperidona a dosis bajas más apoyo psicoterapéutico, el delirio se atempera en unas semanas, aunque persisten creencias falsas residualizadas. 

Este caso es semi-arquetípico de una erotomanía pos-moderna, donde no hay contacto previo real, sino un artificio digital que media todo. En él se encarnan al menos dos fisuras. ¿Cuáles? La de la vejez (fragilidad cognitiva, aislamiento, búsqueda de sentido afectivo) y la de la tecnología como medium del amor delirante.

Erotomanía clásica y su desplazamiento

Para comprender lo nuevo, conviene contrastarlo con el erotomaníaco clásico, tal como lo delineó De Clérambault y lo han revisitado autores modernos. En la forma “pura” del síndrome, la creencia delirante de ser amado por alguien (usualmente inaccesible) se instala abruptamente, sin otros síntomas psicóticos, y suele persistir crónicamente.

El erotomaníaco teme que el objeto del amor (a menudo superior, inaccesible, casado, famoso) haya hecho el “primer movimiento”, y el sujeto lo traduce como prueba de reciprocidad secreta. La estructura del delirio gira en torno a la idea de ser “elegido”. 

Pero en el caso anterior, lo que cambia es que este circuito simbólico no surge solamente de la poética interna de la persona, es activado desde afuera. Es decir, el fraude romántico organiza un escenario simbólico que luego el psiquismo adopta. Esto transforma el erotomaníaco de autor en lector vivo de un guion ajeno, ella actúa la ficción.

Es algo curioso, porque tal corrimiento llama a repensar la erotomanía como fenómeno dinámico más que como síndrome rígido, y a preguntarse por las condiciones tecnológicas que co-construyen el delirio.

Anatomía del delirio digital: Dimensión fenomenológica

Cuando un fraude romántico digital siembra una ficción amorosa, está creando lo que podríamos llamar un micro-ambiente simbólico inducido. Osea, un espacio textual-sensorial en el que se ofrecen indicios (mensajes, fotos, promesas) diseñados para provocar resonancias afectivas. Esa “puesta en escena” no es neutra, trabaja sobre las zonas sensibles de uno (la nostalgia, la soledad, el deseo de reconocimiento) buscando anclajes emocionales.

De este modo, el erotomaníaco inducido no elabora desde cero. Entra en un relato que ya viene codificado, pero que debe ser co-escrito psíquicamente. La distancia entre “contenido externo” y “creencia interna” se reduce. En ese sentido, la relación entre sujeto y artificio se vuelve simbiótica. Así, el fraude alimenta el delirio, y el delirio alimenta la vivencia del fraude.

Lo anterior significa que algunas funciones tradicionales del delirio (autoafirmación, reordenamiento simbólico de pérdidas) se externalizan. Son provocadas por un otro invisible. La vulnerabilidad psíquica no es solo “interna”, es contingente a la interfaz.

Fugas de ambigüedad, umbrales de convicción en el delirio

Delirio en tiempos digitales

Un rasgo estructural del delirio es su incorrigibilidad. Esto es, por más evidencia que se ofrezca en contra, la creencia no se modifica. En erotomanía, esa incorrigibilidad es reforzada por una lógica de “mensaje codificado”, de signos ocultos que uno traduce como confirmaciones (miradas, silencios, gestos subliminales). Es una lógica que puede parecer paranoica, pero para quien la padece es una hermenéutica coherente.

En el caso inducido, esa hermenéutica se carga de ambigüedad adicional. La víctima del fraude está convencida de que el engaño era una prueba, un filtro, un mecanismo de protección. Por tanto, incluso cuando hay contradicciones, esas mismas contradicciones se reinterpretan como pistas esotéricas. De forma que el sujeto se vuelve intérprete de símbolos ambiguos.

Ojo, una clave aquí es el umbral de convicción. El delirio no emerge como una proposición mecánica, se va construyendo por intensificaciones graduadas de certeza emocional. El fraude actúa como palanca, pero la convicción debe ser “rabiosa”, poseída por una voz interior que reclama su verdad.

Disonancia entre memoria y presente

En muchas narrativas erotomaníacas, la persona relaciona imágenes fantasiosas con recuerdos reales (un encuentro casual, una palabra tenue). Este “tejer” entre lo real y lo imaginado es el nudo del delirio. En el caso inducido, esa operación tiene un carácter especialmente tramado porque la premisa externa (fraude) proporciona fotogramas sugerentes que se integran a la memoria.

Así, el delirio no se yergue sobre un vacío, lo sostienen retazos de experiencia y expectativas rotas. Aquí, claro, la cognición orgánica vulnerada (como en el caso mencionado, donde hay deterioro cognitivo leve) puede disminuir el umbral de disonancia. Tal entrecruzamiento causa una disociación interna, puesto que el cuerpo reclama afectos que la memoria no puede sostener, y el presente se siente desbordado. Uno queda atrapado entre un “antes creíble” y un “ahora fantástico”.

Erotomanía inducida y su contexto social-tecnológico

El fenómeno de fraude romántico (romance scams, en inglés) se ha expandido con la proliferación de apps de citas, redes sociales y plataformas que facilitan anonimato y proximidad simbólica. Un curioso estudio sistemático (Bilz et al., 2023) investigó las estructuras de estos fraudes, los perfiles de víctimas y estrategias de mitigación; evidenció que los estafadores diseñan narrativas de intimidad progresiva, uso de señales falsas de confianza y manipulación emocional sostenida.

En ese contexto, lo que hemos denominado como delirio en tiempos digitales emerge como la forma extrema y psicopatológica de esta arquitectura sentimental falsificada. Cuando la persona manipulada pierde el eje entre escenario y realidad, y empieza a habitar la ficción como verdad.

Diseño digital como co-agente del delirio

No basta decir “el fraude engañó”. Las plataformas tecnológicas operan con sesgos estructurales: diseño de perfiles verificados (incluso falsamente), algoritmos de emparejamiento que validan continuidad de contacto, sistemas de mensajería privada que facilitan la prolongación emocional. Un trabajo reciente (Xiao et al., 2025) analiza cómo los diseños de plataforma sostienen estafas a largo plazo: “pareció real” no solo por el contenido, sino por la interfaz misma. 

En el erotomaníaco inducido, esas infraestructuras no son neutras; son co-mediadoras del delirio. El fraude no opera en un desierto digital, existe un diseño que legitima, prolonga y sostiene la ilusión.

Riesgos psicosociales: Estigmas, agresividad y legalidad

La erotomanía, especialmente cuando implica acción (stalking, cartas, amenazas), topa con la esfera legal y social. Se les suele criminalizar, marginar o tratar como acosadores (véase el caso que describen Goldstein y Laskin, 2002). La forma inducida acentúa esta tensión, la persona engañada puede sentirse doblemente humillada (primero del engaño, luego del juicio moral).

Además, la estigmatización de lo delirante dificulta el diálogo, pocos comprenden la historia simbólica detrás del enamoramiento imposible. Por eso, la cultura proyecta las locuras amorosas en anécdotas humorísticas, pero casi nunca en su dimensión dolorosa.

Conclusión

El delirio es una creación simbólica que reclama su lógica interna. En su forma inducida, esa creación simbólica se infiltra desde afuera, pero debe ser acogida, atravesada, transformada desde adentro. El terapeuta no destruye el delirio, lo acompaña hacia “otro delirio posible” (menos deletéreo, más simbólico, menos posesivo).

En este delirio en tiempos digitales, cuando alguien cree que es amado por un otro invisible, no está mintiendo, está usando un lenguaje simbólico para expresar su urgencia existencial. Nuestro deber es traducir ese lenguaje.

Referencias bibliográficas

  • Alotti, N., Osvath, P., Tenyi, T. y Voros, V. (2024). Induced erotomania by online romance fraud – a novel form of de Clérambault’s syndrome. BMC psychiatry24(1), 218. https://doi.org/10.1186/s12888-024-05667-6
  • Bilz, H., Thomas, S. y Gupta, S. (2023). Victim perspectives on platform design and longer-running scams [Preprint]. arXiv. https://arxiv.org/abs/2303.00070
  • Goldstein, R. L. y Laskin, A. M. (2002). De Clérambault’s Syndrome (Erotomania) and claims of psychiatric malpractice. Journal of forensic sciences47(4), 852-855.
  • Jordan, H. W., Lockert, E. W., Johnson-Warren, M., Cabell, C., Cooke, T., Greer, W. y Howe, G. (2006). Erotomania revisited: thirty-four years later. Journal of the National Medical Association98(5), 787-793.
  • Xiao, J., Xiao, Q. y Shen, H. (2025). “It Felt Real”: Victim Perspectives on Platform Design and Longer-Running Scams [Preprint]. arXiv. https://doi.org/10.48550/arXiv.2510.02680