Detectar el autismo en etapas iniciales podría marcar una gran diferencia en la calidad de vida de quienes lo presentan. No obstante, las primeras señales suelen ser sutiles y difíciles de identificar, retrasando así el acceso a intervenciones. A lo anterior, se le suma el hecho de que, para una identificación de signos adecuada, se deben considerar las variables del desarrollo y particularidades de cada niño. Considerando lo mencionado, la ciencia ha avanzado en proponer herramientas y criterios más eficaces para un diagnóstico precoz y oportuno. En la siguiente nota, analizaremos un estudio reciente que busca mejorar la identificación en la infancia temprana, marcando los factores que deben considerarse en la práctica clínica.

Cuando las señales pasan desapercibidas…

detectar el autismo y diagnóstico precoz

El Trastorno del espectro autista (TEA), condición del neurodesarrollo que impacta en la comunicación y la flexibilidad conductual, fue durante décadas evaluado mayoritariamente en edades escolares. Ello se debía a que muchas señales no se interpretaban como parte de un cuadro clínico, o bien se atribuían a cuestiones temperamentales o educativas. De esa manera, la mayoría de los instrumentos disponibles estaban pensados para niños mayores, limitando su sensibilidad en los primeros años de vida.

Con el tiempo, se ha comprendido que los indicios pueden emerger desde los 12 meses, aunque no siempre con claridad. Entre los signos tempranos se encuentran la falta de contacto visual, la escasa respuesta al nombre, el juego repetitivo y la ausencia de gestos comunicativos. Sin embargo, tales manifestaciones varían mucho entre personas, lo que dificulta su detección sistemática y, por ende, el diagnóstico precoz.

Un nuevo aporte para mejorar la detección

Frente a estas dificultades y a su alta prevalencia, un grupo de investigadores desarrolló un protocolo de observación clínica centrado en el comportamiento comunicativo y social durante la infancia temprana. El trabajo, publicado en 2025, propone indicadores observables desde los 18 meses que podrían facilitar el diagnóstico precoz del autismo.

El estudio destaca la necesidad de herramientas que no dependan exclusivamente del lenguaje verbal ni de la interacción con adultos. Además, enfatiza la importancia de considerar el contexto cultural y el desarrollo individual. En ese sentido, el enfoque busca apoyar a profesionales de la salud, la educación y la primera infancia en la identificación temprana de señales consistentes con el espectro autista.

¿Cómo se diseñó la investigación?

Para desarrollar el protocolo, se realizó una combinación de análisis retrospectivos, observaciones clínicas y entrevistas a familias. Participaron 124 niños y niñas de entre 18 y 36 meses con desarrollo típico, retrasos en el lenguaje y diagnóstico confirmado de autismo.

El equipo evaluó distintos ítems relacionados con la atención compartida, la respuesta a gestos sociales, la flexibilidad en el juego y la expresión emocional. A partir de tales indicadores, diseñaron una escala breve de observación para aplicar en entornos naturales, como jardines o salas multisensoriales.

Indicios claros desde los 18 meses

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El análisis identificó varios comportamientos que, cuando se manifiestan persistentemente, podrían indicar posibilidad de autismo antes de los dos años. Entre ellos se destacan la escasa iniciativa comunicativa, la falta de imitación espontánea y la poca respuesta a gestos convencionales como señalar o saludar.

Adicionalmente, se detectó una menor frecuencia de interacción social recíproca en los participantes con autismo en comparación con otros grupos. Estas diferencias fueron detectables incluso en contextos de juego libre, lo que refuerza su valor clínico como signos tempranos de alerta.

Juego simbólico y flexibilidad conductual

Cabe destacar a su vez otra área clave: el espacio lúdico y simbólico. Mientras que los niños con desarrollo típico incorporaban variedad de objetos y roles en sus juegos, los participantes con TEA tendían a usar los mismos objetos de forma repetitiva o a centrar su atención en características sensoriales.

También se observó menor flexibilidad conductual. Es decir, mostraban mayor dificultad para adaptarse a cambios en la dinámica del juego o en las reglas propuestas por otros. Tales observaciones permiten establecer diferencias útiles entre el autismo y otras dificultades del desarrollo.

El tipo de comunicación como marcador diferencial

Por otra parte, la calidad de la comunicación no verbal fue un aspecto sumamente diferencial entre los grupos. En el caso del TEA, los gestos comunicativos eran escasos o descontextualizados, y muchas veces no se acompañaban de expresiones faciales congruentes.

A diferencia de participantes con retrasos del lenguaje, quienes sí compensaban con gestos o contacto visual, los participantes con autismo presentaban un perfil más restringido. Esto sugiere que el análisis cualitativo de estas conductas podría ser más informativo que la cantidad de palabras o frases utilizadas.

El rol de la emocionalidad en la interacción

Otro hallazgo relevante fue la expresión emocional durante la interacción. Los niños del grupo TEA mostraron menor variabilidad en sus expresiones, así como una menor respuesta empática frente a las emociones de los adultos o pares.

Dicho perfil afectivo, si bien no es exclusivo del espectro, podría funcionar como un marcador temprano si se presenta junto a otras señales. Por ello, la investigación propone incluir la observación de la emocionalidad espontánea como parte del protocolo diagnóstico.

Entre aciertos y desafíos pendientes

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Aunque el trabajo brinda criterios observacionales relevantes para detectar el autismo, presenta algunas limitaciones que deben considerarse. La muestra fue reducida y estuvo conformada únicamente por niños de contextos urbanos con acceso a servicios especializados. En segundo lugar, las observaciones se llevaron a cabo en entornos controlados, lo cual podría haber influido en la expresión de ciertos comportamientos.

Asimismo, tampoco se realizó una comparación directa con otras herramientas de evaluación ampliamente utilizadas, limitando la posibilidad de establecer ventajas o complementariedades. Y, por último, no se contemplaron diferencias de género, una omisión particularmente significativa si se considera que muchas niñas en el espectro suelen pasar desapercibidas en las evaluaciones tradicionales.

Hacia una identificación más temprana y precisa

En síntesis, la investigación representa un paso importante en el camino hacia el diagnóstico precoz y ajustado. Proporcionar herramientas observacionales simples y aplicables en la primera infancia podría reducir los tiempos de espera y facilitar intervenciones oportunas.

A futuro, será clave continuar validando este tipo de escalas en diferentes contextos y culturas. También resulta necesario formar a profesionales de la salud y la educación en la identificación de estas señales. Detectar el autismo a tiempo no solo permite mejorar el pronóstico, sino también acompañar a las familias desde el comienzo y con mayor sensibilidad.

Referencia bibliográfica

  • Zúñiga, A. H. y García, N. M (2025). Diagnóstico precoz y seguimiento del trastorno del espectro autista. Pediatría Integral; XXIX (6): 420-433 https://doi.org/10.63149/j.pedint.68