Hay formas de pérdida que no se inscriben en el calendario ni convocan rituales, pero dejan tras de sí un vacío estructurante. El desempleo prolongado, por ejemplo, opera en muchos individuos como una experiencia de duelo sin objeto claro, pero con síntomas claramente reconocibles: tristeza, desesperanza, paralización, rabia muda, y una angustia que no encuentra legitimidad social. Se trata de un duelo simbólico, donde lo que se ha perdido es el lugar en el mundo, la narrativa de utilidad, la integración en la trama intersubjetiva que ofrece el trabajo como función psicosocial, no solo como actividad económica. Veamos un estudio interesante que explora sobre el duelo en el desempleo.

Dos duelos, dos mundos

El análisis de conglomerados del estudio identifica dos perfiles bien diferenciados: uno, el conglomerado C1, con un duelo de mayor intensidad y estrategias de afrontamiento evitativas; otro, el C2, con menor carga emocional y afrontamiento más funcional.

¿Qué pasó en los grupos?

Lo verdaderamente relevante aquí no es la diferencia cuantitativa, sino el fenómeno de escisión adaptativa. Esto es, cuando el dolor no puede ser tramitado directamente, se canaliza hacia formas de desconexión emocional (autodistracción, negación, autoinculpación). C1 no es simplemente un grupo más afectado, es uno que ha colapsado simbólicamente bajo el peso de la pérdida, mientras que C2 ha conservado algún grado de reorganización narrativa.

Lo anterior implica una diferencia cualitativa en la capacidad mentalizadora. Es decir, los sujetos de C1 parecen haber perdido temporalmente la capacidad de representar mentalmente su malestar, recurriendo a estrategias defensivas más primitivas, compatibles con un funcionamiento límite o ansioso-depresivo desregulado.

La culpa como refugio de control

Uno de los hallazgos más interesantes (y menos evidentes) es el aumento significativo de autoinculpación en el grupo más afectado. Lejos de ser un síntoma meramente disfuncional, esta tendencia podría entenderse como una tentativa desesperada de restaurar agencia en un contexto vivido como humillante y caótico.

La lógica es la siguiente: si soy culpable de haber perdido mi trabajo, entonces tengo alguna posibilidad de recuperarlo o de cambiar el curso. Así, la autoinculpación es una defensa frente al sinsentido, que permite convertir el azar en responsabilidad personal, aunque a un alto coste subjetivo.

El trabajo como continente psíquico

El presente estudio recuerda que el trabajo cumple funciones psíquicas profundas. Al final, organiza el tiempo, estructura la identidad, media el reconocimiento social y vincula al sujeto a una constelación de deberes y rutinas que estabilizan. Al perderse, no solo se pierde un ingreso, también un eje narrativo.

En ese sentido, el desempleo prolongado se conceptualiza como una forma de desajuste estructural, donde el yo pierde su marco de referencia externo y entra en un estado de latencia forzada. El duelo no es solo por el trabajo perdido, es por el yo que se sostenía en esa estructura.

Profundicemos un poco sobre el afrontamiento evitativo

Las estrategias evitativas (autodistracción, desahogo no elaborado, negación) no deben interpretarse como fallos, porque son formas límite de contención psíquica. Son mecanismos que permiten sobrevivir al impacto emocional en ausencia de recursos simbólicos más elaborados.

La tendencia hacia la cronificación del malestar

Algo clínicamente interesante es que dichos estilos de afrontamiento no evolucionan espontáneamente hacia la resolución del duelo. Por ende, si no se interviene, la evitación tiende a cronificar el sufrimiento.

Lo anterior, tiene consecuencias claramente visibles, tales como: una desesperanza aprendida, sintomatología somática difusa (insomnio, fatiga, dolores inespecíficos) o a una retracción social profunda, lo que solidifica el estado de pérdida en una condición permanente. En resumen palabras, aquello que empezó como una defensa, en el largo plazo, puede convertirse en una trampa psíquica.

Implicaciones clínicas: Más allá de la orientación laboral

duelo y desempleo

Hay que replantear el trabajo con personas desempleadas como un espacio de acompañamiento al duelo, más que de simple orientación técnica. Implica, precisamente, trabajar con el significado subjetivo del trabajo perdido, con los recursos simbólicos disponibles y las defensas desplegadas para no desmoronarse.

La entrevista clínica debe incluir preguntas que legitimen el dolor, que no minimicen la pérdida ni reduzcan el desempleo a una fase. ¿Cuál es la función que cumplía ese trabajo en tu vida? ¿Qué sentiste al perderlo? ¿Qué parte de ti se sintió dañada? Al final, tales no son preguntas retóricas, son aperturas a un proceso de simbolización.

Conclusión

Esta investigación sobre el duelo y la pérdida de trabajo visibiliza lo que muchas veces pasa desapercibido, que el desempleo también se llora, aunque no haya flores ni esquelas. Y que muchos cuerpos sociales (funcionales, adaptados, resistentes) están aguantando el dolor de no tener sitio, recurriendo a intentos de no romperse por completo.

Si el trabajo es una estructura externa que sostiene al yo, el desempleo, cuando se prolonga, puede convertirse en una grieta profunda en la continuidad psíquica. Y como en todo duelo, el verdadero reto es poder nombrar la pérdida sin ser devorado por ella. Para seguir profundizando en el abordaje de esta temática, te sugerimos nuestro curso sobre abordaje integral del duelo.

Referencia bibliográfica

  • Climent-Rodríguez, J. A. Gómez-Salgado, J., García-Iglesias, J. J. y Navarro-Abal, Y. (2025). Enfrentamiento del duelo en situaciones de desempleo: un estudio exploratorio. Atencion primaria, 57(7), 103209. Publicación anticipada en línea. https://doi.org/10.1016/j.aprim.2024.103209