El vértigo es una condición frecuente que afecta a millones de personas en todo el mundo. Respecto a ello, se caracteriza por la sensación ilusoria de movimiento, como giros o desequilibrios, que alteran significativamente la calidad de vida. Si bien se presenta como un síntoma de diversas afecciones, su impacto trasciende lo físico, estando estrechamente vinculado con cuadros de ansiedad y depresión. Por tal motivo, comprender la interacción entre el sistema vestibular y los procesos emocionales resulta fundamental para mejorar su diagnóstico y tratamiento. En esta nota, exploraremos los tipos de vértigo, sus causas y relación con la salud mental.
El mundo gira: ¿Qué es el vértigo?
Como ya hemos adelantado, esta afección se define como la sensación ilusoria de movimiento, tanto de uno mismo como del entorno, y es un síntoma que suele indicar una disfunción en el sistema vestibular. A su vez, se clasifica en dos tipos principales: periférico y central.
Con respecto al periférico, se encuentra relacionado con alteraciones en el oído interno. Entre sus principales causas está el vértigo posicional paroxístico benigno, que es desencadenado por el desplazamiento de partículas en los canales semicirculares del oído interno. Otras de las causas frecuentes del vértigo periférico son la enfermedad de Ménière, donde se genera un exceso de endolinfa en el laberinto del oído; y la neuritis vestibular, que resulta de una inflamación del nervio vestibular.
Por otro lado, el vértigo central involucra el cerebro, particularmente regiones como el tronco encefálico y el cerebelo. El mismo puede surgir debido a trastornos como la migraña vestibular, que combina síntomas de migraña o alteraciones estructurales en el sistema nervioso central (Best et al., 2009).
Pero… ¿Cuáles son sus síntomas?
Esta afección se caracteriza principalmente por la sensación de movimiento, incluso cuando el cuerpo está inmóvil. Tal percepción puede ir acompañada de otros síntomas físicos y emocionales que varían en intensidad. Entre los más comunes se encuentran:
- Náuseas y vómitos: Generados por la sensación intensa de giro, especialmente en episodios agudos.
- Mareos y desorientación: Una percepción de inestabilidad que afecta la capacidad de mantener el equilibrio.
- Nistagmo: Movimientos oculares involuntarios y repetitivos, característicos del vértigo periférico.
- Dificultades para caminar o mantenerse de pie: El vértigo puede alterar la percepción del equilibrio, dificultando las actividades motoras básicas.
- Sudoración y palpitaciones: Síntomas asociados a la ansiedad que suelen acompañar al vértigo.
- Hipersensibilidad visual: Dificultad para tolerar movimientos visuales rápidos o patrones complejos.
Relación entre el vértigo y la salud mental
El vínculo entre el vértigo y los trastornos de salud mental, en especial la ansiedad y la depresión, es un tema ampliamente documentado. Estudios recientes han demostrado que, particularmente el periférico, está asociado con un aumento significativo en el riesgo de desarrollar cuadros psiquiátricos. A título ilustrativo, se ha encontrado que hasta un 50 % de los pacientes con trastornos vestibulares presentan síntomas de ansiedad o depresión. Esta alta prevalencia podría explicarse por la naturaleza impredecible y disruptiva de los episodios, que generan un impacto emocional considerable.
Adicionalmente, se ha propuesto que existe una conexión biológica entre el sistema vestibular y el procesamiento emocional en el cerebro. Así pues, alteraciones en la red límbica y la corteza prefrontal, explicarían dicha relación. Incluso, se ha identificado un incremento en los niveles de cortisol, lo que también contribuye al desarrollo de síntomas de depresión y ansiedad (Chen et al., 2024).
Efectos del vértigo en la calidad de vida
La afección impacta en múltiples aspectos de la vida diaria, desde actividades físicas básicas como caminar, hasta tareas cognitivas como concentrarse o trabajar. En este sentido, los pacientes informan de manera frecuente pérdida de confianza en su capacidad para moverse, lo que a menudo ocasiona aislamiento social y una reducción significativa en la calidad de vida. Tal limitación funcional es capaz de agravar el impacto emocional del vértigo, aumentando los niveles de ansiedad y perpetuando el malestar.
Y… ¿Cómo se diagnostica el vértigo?
El diagnóstico, ya sea periférico o central, requiere una evaluación minuciosa para determinar sus causas. Una de las pruebas más utilizadas es la maniobra de Dix-Hallpike, que ayuda a identificar el vértigo posicional paroxístico benigno.
Dicha técnica consiste en posicionar al paciente de manera que se estimulen los canales semicirculares del oído interno, evaluando la presencia de síntomas característicos. Asimismo, diferentes herramientas incluyen audiometrías y pruebas vestibulares, técnicas de neuroimagen o cuestionarios de evaluación funcional.
Retos en el diagnóstico diferencial
En otro orden de ideas, es necesario señalar que el diagnóstico del vértigo puede representar grandes desafíos debido a la superposición de síntomas entre las diferentes causas. A su vez, algunos consultantes con ansiedad describen síntomas de mareo o desequilibrio que no están relacionados con un trastorno vestibular subyacente, complicando aún más la evaluación.
Otro reto importante es la identificación de trastornos secundarios. Por ejemplo, en pacientes con vértigo crónico, la comorbilidad con ansiedad y depresión enmascara los síntomas vestibulares, dificultando el enfoque terapéutico adecuado. Tal fenómeno destaca la necesidad de equipos multidisciplinarios que incluyan otorrinolaringólogos, neurólogos y psicólogos para un diagnóstico y tratamiento integrales (Sepehry et al., 2024).
Tratamientos y abordajes terapéuticos
Las intervenciones frente al vértigo varían según su causa subyacente e incluyen desde intervenciones farmacológicas y terapias físicas, hasta estrategias psicológicas. En el ámbito médico, suelen enfocarse en controlar los síntomas agudos y prevenir recurrencias. Para el vértigo periférico, se utilizan medicamentos como diuréticos con el objetivo de reducir el volumen de endolinfa. Mientras, en migrañas vestibulares, se emplean fármacos antimigrañosos, como beta-bloqueadores o antagonistas del calcio (Brandt et al., 2014).
Durante los episodios agudos, medicamentos como antihistamínicos o benzodiacepinas, entre ellos la meclizina y el diazepam, pueden ser efectivos, aunque su uso prolongado no se recomienda debido a efectos secundarios y riesgo de dependencia. En casos graves, como tumores o enfermedad de Ménière avanzada, son necesarias intervenciones quirúrgicas, como la laberintectomía o la descompresión endolinfática (Best et al., 2009).
Estrategias no farmacológicas
Por otro lado, la rehabilitación vestibular se ha consolidado como una herramienta crucial para pacientes con vértigo crónico. El enfoque consiste en programas personalizados de ejercicios que entrenan al sistema vestibular para compensar las alteraciones del equilibrio, mejorando la tolerancia al movimiento y la estabilidad postural.
Paralelamente, las intervenciones psicológicas, como la terapia cognitivo conductual (TCC), han demostrado ser altamente efectivas para tratar la ansiedad asociada al vértigo. La TCC ayuda a reestructurar patrones de pensamiento catastróficos y disminuir la evitación de actividades diarias. Asimismo, técnicas como la relajación y el mindfulness lo complementan, reduciendo el estrés y mejorando la percepción del equilibrio.
Conclusión
El vértigo es una condición compleja que combina síntomas físicos debilitantes con un impacto emocional significativo, afectando profundamente la calidad de vida de quienes lo padecen. Su tratamiento requiere un enfoque integral que abarque desde intervenciones médicas hasta estrategias psicológicas y de rehabilitación vestibular, adaptadas a las necesidades específicas de cada paciente.
En este sentido, el avance en tecnologías diagnósticas y terapéuticas abre nuevas posibilidades para transformar el abordaje clínico del vértigo. La integración de herramientas digitales y técnicas innovadoras, como la estimulación vestibular no invasiva, podría optimizar el manejo de esta condición. Al mismo tiempo, explorar la relación entre el sistema vestibular y la salud mental podría ofrecer enfoques más integrados y efectivos.
Referencias bibliográficas
- Best, C., Tschan, R., Eckhardt-Henn, A. y Dieterich, M. (2009). Who is at risk for ongoing dizziness and psychological strain after a vestibular disorder? Neuroscience, 164(4), 1579-1587. https://doi.org/10.1016/j.neuroscience.2009.09.034
- Brandt, T., Dieterich, M. y Strupp, M. (2014). Vertigo and dizziness: Common complaints. Springer. https://doi.org/10.1007/978-3-319-97858-1
- Chen, X., Wei, D., Fang, F., Song, H., Yin, L., Kaijser, M., Pedersen Gurholt, T., Andreassen, O. A., Valdimarsdóttir, U., Hu, K. y Duan, M. (2024). Peripheral vertigo and subsequent risk of depression and anxiety disorders: A prospective cohort study using the UK Biobank. BMC Medicine, 22(63). https://doi.org/10.1186/s12916-023-03179-w
- Sepehry, A. A., Schultz, I. Z., Mallinson, A. I. y Longridge, N. (2024). Chronic vestibular system dysfunction after mTBI: Neuropsychology, neuropsychiatry, neuroscience and treatment. Psychological Injury and Law, 17(2), 152-173. https://doi.org/10.1007/s12207-024-09506-7