¿Existen las personas “malas”? ¿Puede un mal lugar corromper a los “buenos”? La conducta humana ha sido motivo de estudio desde hace décadas. Phillip Zimbardo (1933), psicólogo social estadounidense de la Universidad de Standford, es uno de los mayores investigadores en este campo. Dentro de sus principales temas de interés se encuentran las conductas antisociales, la maldad, el heroísmo y los fenómenos sociales a través de la experimentación. Su objetivo es demostrar los procesos de desindividuación, agresión y vandalismo. A continuación, te contamos sobre dos de sus experimentos más conocidos, centrados en la conducta antisocial y las implicaciones que han tenido hasta la actualidad.

Experimento de las ventanas rotas: Anonimato y vandalismo

Este experimento se realizó en Estados Unidos, en el año 1969. Consistió en colocar dos coches de características similares en dos lugares distintos. Así, uno de ellos fue colocado en una zona de peligro catalogada como “pobre y violenta” (Bronx, Nueva York). Mientras que el otro en una zona socioeconómica “más alta y segura” (Palo Alto, California).

Ambos coches carecían de una matrícula y tenían el capó levantado. El objetivo de dicho experimento, según Zimbardo, fue: “demostrar las diferencias ecológicas que existen entre un lugar donde predomina el anonimato y otro en el que predomina el sentido de comunidad” (1997, p. 107).

¿Qué sucedió con los coches abandonados?: Conducta antisocial

El primer coche fue el más afectado, pues hurtaron las partes más valiosas del mismo, dando pie a una notable conducta antisocial. Y, junto a esto, una muestra clara de un acto de vandalismo. De hecho, Zimbardo (1997) comenta que, a los 10 minutos del abandono del coche, confirmaron la presencia de personas que se acercaron y comenzaron a hacer daños al automóvil, así hasta dos días después en el que el vehículo quedó reducido a pedazos.

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Contabilizaron un total de 23 personas o grupos que se acercaron con ánimo de robar y romper lo que encontraron a su paso. Por otro lado, el autor menciona que solo una vez fue un grupo de adolescentes; en el resto de los casos, lo realizaron personas adultas de clase media-baja.

El coche en Palo Alto

El segundo vehículo resultó estar intacto y sin daño alguno durante los 5 días de seguimiento. Asimismo, verificaron que cuando lo retiraron, tres residentes de la zona habían llamado a la policía a reportar el robo y la presencia de vandalismo. A pesar de que, aparentemente, esta no era ninguna sorpresa. El equipo de investigadores decidió analizar más sobre ello.

Por ende, en una siguiente parte del experimento, Zimbardo y colaboradores decidieron romper la ventana del coche que había permanecido sin daño alguno. A partir de ello, dicho automóvil presentó daños similares a los del coche en la zona insegura, llegando a quedar tan desvalijado como el otro. Y, resultando en una conducta antisocial similar a la otra.

Conclusiones: Vandalismo como resultado de la falta de ley y orden

A pesar de ser de propiedad privada, Zimbardo llegó a la conclusión de que, cuando hay una propiedad descuidada o deteriorada, el colectivo tiende a asociar este desorden como la ausencia de dueño, autoridad y normas. Así, bajo el escudo del anonimato, todos pudieron convertirse en “vándalos” o ser parte de este vandalismo.

Como resultado, las ventanas rotas transmitieron ciertos mensajes a la población que dieron paso a una “pérdida de civismo” y libertad de acción, independientemente de la zona en la que se encontraban los coches (Welsh, Braga y Bruinsma, 2015). Con esto, el experimento demostró la importancia de mantener un orden y cuidado en las zonas urbanas para generar condiciones que permitan el desarrollo adecuado de sus habitantes.

El experimento de la cárcel de Standford de Zimbardo

En 1971, Philip Zimbardo diseñó otro experimento que puso a prueba los estados de desindividuación de un grupo de estudiantes universitarios. Pero, ¿cómo lo hizo? Dentro de un contexto que replicaba una cárcel. Zimbardo decidió reunir a un grupo de personas que actuarían como carceleros o prisioneros. De hecho, el experimento recibió su nombre porque se ambientó en el sótano del Departamento de Psicología de la Universidad de Stanford.

Características del experimento

En primer lugar, se definieron ciertas características previas para la realización del experimento. Las mismas fueron las siguientes:

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  1. El experimento tendría una duración de dos semanas para que los participantes pudieran involucrarse completamente en sus roles. Los seleccionados como prisioneros tendrían que vivir en dicho entorno día y noche. Por otro lado, los carceleros trabajarían por periodos de 8 horas, lo que daría paso a una serie de seguimientos de normas y patrones de comportamiento.
  2. En segundo lugar, asegurarse de que los participantes fueran emocionalmente estables y que no contaban con antecedentes de consumo de sustancias tóxicas o la experiencia previa de estar en una prisión.
  3. En tercer lugar, ninguno de los voluntarios tendría la oportunidad de prepararse previamente para su interpretación. Es decir, se comportarían de acuerdo al aprendizaje social que tendrían y asumirían los papeles de acuerdo con sus roles.
  4. La cuarta característica fue recrear el contexto carcelario, lo más parecido a uno real.

Zimbardo: “Mentalizar los roles de los participantes”

Zimbardo y colaboradores (1997) decidieron centrarse en lo siguiente: “poder e impotencia, dominancia y sumisión, libertad y servidumbre, control y rebelión, identidad y anonimato, roles coercitivos y roles restrictivos” (p. 110). Todos estos factores se acentuaron gracias a la creación de los entornos elaborados cuidadosamente con herramientas y vestuarios realistas. Esto incluía celdas sin ventanas, barrotes, esposas, uniformes, ausencia de relojes (para que los participantes no tuvieran nociones del tiempo y espacio) y el anonimato de estos (cambiaron los nombres de los prisioneros por números y los carceleros tenían títulos como Alcalde, Director o Superintendente).

El seguimiento de los participantes

Los 24 voluntarios reclutaron a partir de anuncios publicitarios y los evaluaron emocionalmente mediante una batería de test psicológicos. Asignaron los roles de prisioneros y carceleros de manera aleatoria, dividiendo a los 24 participantes en dos grupos de 12 personas.

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Y, para contextualizarlos desde el primer momento, la policía colaboró arrestando a los prisioneros desde sus domicilios. Para registrar la información del experimento, se realizaron grabaciones sistemáticas y ocultas. Además, se llevó a cabo una observación directa sin que los participantes lo supieran. Así como entrevistas y test en diversos momentos del estudio.

Resultados y críticas del experimento

A pesar de que se previó el experimento para dos semanas, el equipo tuvo que suspenderlo al cabo del sexto día debido al riesgo que enfrentaron los prisioneros. Así, Zimbardo (1997) reportó cómo los jóvenes carceleros, que en un principio eran pacifistas, se fueron transformando en personas que infligían dolor, humillación y sufrimiento a los participantes que eran prisioneros. Y no solo esto, su equipo pudo comprobar la presencia de gozo por parte de estos participantes mientras estos eventos dolorosos sucedían.

Por otro lado, encontraron que cinco participantes catalogados como los más “emocionalmente estables y sanos”, presentaron diversas crisis emocionales, como trastornos de estrés, y tuvieron que ser retirados del experimento antes de tiempo. De igual manera, evidenciaron que los prisioneros mejor adaptados fueron aquellos que obedecieron las reglas de los carceleros sin dudar, permitiendo que ellos los deshumanizaran y humillaran.

Más críticas…

El equipo finalizó abruptamente el experimento debido a la escalada de violencia. De hecho, algo muy llamativo es lo que Zimbardo (1997) expresa sobre su propia experiencia: “Me había convertido en Superintendente de la prisión, el segundo rol que desempeñaba, aparte del de investigador principal” (p. 111).

Zimbardo

A partir de esto, tuvieron que realizar extensas sesiones de “desindoctrinación” con los participantes y un seguimiento posterior. ¿Qué ocurrió? El anonimato, como característica esencial del experimento, permitió que los participantes dejen de responsabilizarse por lo que hacían, dejándose llevar.

Cuestionamientos éticos del experimento

A partir de estas revelaciones, el experimento fue cuestionado debido a la falta de control y precisión de condiciones científicas de la investigación. Ciertamente, no es de extrañar que la recopilación de información haya sido otro argumento de crítica.

Esto, debido a que el mismo Zimbardo admitió haber dejado de ser un observador neutral y formó parte en el experimento. Finalmente, el hecho de que los voluntarios hubieran sufrido emocionalmente, dio paso a críticas relacionadas con la ética con la que fue llevado a cabo el experimento (Le Texier, 2019).

Conclusión

La conducta resulta de diversos procesos y está influenciada por la personalidad, la cultura y la sociedad. Phillip Zimbardo ha influido mucho en este ámbito, aunque sus estudios han sido cuestionados, especialmente a nivel ético. Dentro de sus investigaciones concluye que, a pesar de la fuerza del entorno, nada justifica una conducta antisocial y violenta, que denote vandalismo.

Como resultado, indica que estudios como estos nos aportan una base de conocimiento para identificar aquellos elementos que pueden promover dichas conductas delictivas. De esta manera, evitaremos caer en la tendencia de culpabilizar a las víctimas y podremos buscar alternativas para una reinserción psicosocial pertinente y apropiada. Porque, como el autor indica, todos podríamos caer en un momento de vulnerabilidad que nos pusiera al límite.

Referencias bibliográficas

  • Ansfield, B. (2020). The Broken Windows of the Bronx: Putting the Theory in Its Place. American Quarterly, 72(1), 103-127. Doi: 10.1353/aq.2020.0005
  • Le Texier, T. (2019). Debunking the Stanford Prison Experiment. American Psychologist, 74(7), 823-839. https://doi.org/10.1037/amp0000401
  • Welsh, B. C., Braga, A. A. y Bruinsma, G. J. N. (2015). Reimagining Broken Windows: From Theory to Policy. Journal of Research in Crime and Delinquency, 52(4), 447-463. https://doi.org/10.1177/0022427815581399
  • Zimbardo, P. (1997). Situaciones sociales: Su poder de transformación. Revista de Psicología Social, 12(1), 99-112. Doi: 10.1174/021347497320892054