La danza es un arte. Sin duda, el baile es una forma de expresión que nos ha acompañado desde tiempos inmemorables. Y es que, su contribución en nuestras vidas pasa de ser una fuente de entretenimiento y canalización de emociones, hasta incluso llegar a cumplir un objetivo terapéutico. Pues bailar, involucra una serie de procesos cognitivos, emocionales, físicos y neuropsicológicos que potencian nuestro desarrollo general. Hoy, nos centraremos en las bases neuropsicológicas de la danza.
La música y la danza
Cuando escuchamos una canción, es muy probable que esta nos evoque una sensación o emoción. Ya hemos hablado sobre la música y los procesos cerebrales subyacentes que se activan al empezar a escuchar una melodía. Cuando escuchamos música, le damos una interpretación abstracta y personal, lo que nos permite expresarnos de formas únicas.
Una de estas formas únicas es, precisamente, la danza. Actividad que comienza cuando percibimos emociones a partir de la música.
En primera instancia, el proceso empieza con la activación del sistema nervioso autónomo, que genera una hormona de activación denominada adrenalina.
La adrenalina suele activarse frente a una actividad que nos genera una emoción muy intensa.
Además, produce reacciones físicas como el aumento del ritmo cardíaco y respiratorio, transpiración, tensión muscular y dilatación pupilar, entre otros. Ahora, la activación del sistema nervioso autónomo sería el inicio de un proceso mucho más complejo, revisemos a continuación las bases neuropsicológicas de la danza (Fustinoni, 2016).
Bases neuropsicológicas de la danza: Sistemas motores y danza
Para bailar, necesitamos movernos. En ese sentido, se activan distintas áreas relacionadas al sistema motor. Empezamos por la corteza motora primaria, estructura cerebral en la que, gracias a la conexión de las neuronas, se envían señales hasta la médula espinal, que activan los músculos que, en consecuencia, provocan su contracción y, como resultado, el movimiento.
De hecho, ejecutar el movimiento es la última etapa de este proceso tan intrincado. Para coordinar los movimientos de una forma sistemática y organizada necesitamos de la activación de dos áreas de la corteza frontal (Gay-Juárez, 2020):
- Corteza premotora: Área cerebral situada en el lóbulo frontal que se activa en la planificación de movimientos y toma de decisiones.
- Corteza motora suplementaria: Permite la realización de movimientos voluntarios del sistema músculo-esquelético.
Control postural y equilibrio
Gracias a la práctica de baile, los danzantes mejoran las funciones de control sensoriomotor relacionadas al equilibrio estático y dinámico.
Como resultado, un mayor control de la postura influye con otros procesos sensoriales como la visión, una mayor precisión y sentido de posición (Bläsing et al., 2012).
Control de movimientos complejos
Los bailarines logran optimizar las sinergias motoras, es decir, reducir la energía que implica fuerza y tensión muscular.
De esta manera, se orientan de una forma más precisa para realizar las trayectorias necesarias.
Con esto, movimientos como la rotación del cuerpo, piruetas, giros en el mismo eje, alineación de caderas y hombros, capacidad de control de giros y distribución de peso, entre otros, forman parte de los movimientos que se han observado en bailarines profesionales de ballet (Bläsing et al., 2012).
Procesos neurológicos de la danza
El estudio de los procesos neurológicos de la danza es relativamente nuevo. Técnicas como la tomografía de emisión por positrones (TEP) o de resonancia magnética funcional (IRMf) nos han permitido observar aquellas áreas cerebrales que se activan cuando una persona baila.
Así pues, cuando una persona baila, gracias a los movimientos que van acordes a la música, se activan las áreas auditivas. También se activan regiones que permiten la sincronización del ritmo y los patrones especiales, como el vermis del lóbulo cerebelar anterior y los lóbulos cerebelares V y VI, que están implicados en el control del movimiento (Calvo-Merino et al., 2006).
Por su parte, zonas como el lóbulo parietal superior, áreas de Brodmann, corteza premotora, área sumplementaria motora y área superior parietal cingulada se activan en el momento en el que empezamos a movernos al ritmo de la música (o incluso cuando no la hay). Posteriormente, el tálamo nos permite integrar toda esta información para poder dar paso al movimiento (Calderón y Gil, 2018).
¿Cómo aprendemos a bailar?
Para responder a esta pregunta, estudios como el de Calvo-Merino et al. (2006) han descubierto que el sistema espejo se activa cuando estamos observando a alguien mientras baila. De esta forma, podemos comprender la secuencia motora de una rutina determinada.
Asimismo, en dicha investigación reportan que se produce la activación de la corteza premotora izquierda, el cerebelo bilateral y la corteza bilateral intraparietal.
Por supuesto, no debemos dejar de lado algunas funciones cognitivas predispuestas para dicho aprendizaje como son la memoria, la atención o creatividad.
Esta última tiene un rol fundamental en la persona que baila.
Es decir, el hecho de marcar una rutina de pasos, secuenciación, coordinación de movimientos y balance entre la melodía y la música, encontrando el equilibrio preciso para lograr expresar adecuadamente lo que siente, es un proceso complejo y de gran imaginación.
Adicionalmente, la percepción es un elemento que también se activa para que logremos interpretar esta conducta que se basa en la comunicación no verbal y los gestos.
Bases neuropsicológicas de la danza
La organización de los movimientos que vamos a ejecutar mientras bailamos son coordinados por la corteza frontal y las áreas subcorticales. Asimismo, necesitamos del desarrollo de habilidades y la activación de algunos procesos más complejos que nos permitan activar el esquema corporal. Entre las bases neuropsicológicas de la danza encontramos algunas como:
- Propiocepción: Por medio de receptores nerviosos, somos capaces de reconocer las nociones de nuestro propio cuerpo. La información se envía a la corteza sensorial en el lóbulo parietal para generar el esquema corporal.
- Planeación y ejecución de movimiento: Desde el lóbulo parietal se envía información hacia el lóbulo frontal, permitiendo una comunicación dinámica entre los sistemas motores y las áreas propioceptivas. Es así como se informa al cerebro sobre la ocupación y movimientos que estamos realizando.
- Cerebelo: Recibe la información propioceptiva, de movimiento y del oído interno (encargado del equilibrio interno). En consecuencia, la integra para coordinar movimientos complejos para una mejor ejecución.
- Sistema vestibular: Nos permite ubicarnos de forma temporoespacial mientras se realizan los movimientos.
- Sentidos sensoriales: Nos provee de la información del entorno y los músculos.
- Sistema límbico: Coordina y da paso a las respuestas emocionales que presentamos al escuchar la música.
En resumen, todas las estructuras cerebrales y sistemas involucrados permiten al bailarín (Bläsing et al., 2012):
- Medir el momento y sincronización del tiempo para acoplarse al ritmo de la melodía.
- Acoplar procesos de aprendizaje, percepción y memoria para aplicarlos en el baile.
- Dar paso a imágenes mentales del movimiento que permiten su optimización.
- Poner en acción los sustratos neuronales para la ejecución del movimiento.
- Aplicar principios estéticos y de expresión para crear movimientos artísticos deliberadamente.
Conclusión
Hoy, hemos analizado el rol de nuestro cerebro en la danza y las bases neuropsicológicas que nos permiten conocer cómo esta actividad supone la activación de varias estructuras cerebrales. Y es que, bailar implica que desarrollemos una conciencia espacial, sentido de la posición corporal, balance y coordinación (Gay-Juárez, 2020).
Bailar es dejar que el cuerpo hable por nosotros, una experiencia enriquecedora desde cualquier perspectiva por donde la miremos. Lejos del tipo de música que optemos por disfrutar, dejarnos llevar es una experiencia creativa, emocional, cognitiva… En definitiva, una experiencia integral, por lo que su práctica constante nos traerá múltiples beneficios.
Referencias bibliográficas
- Abello, J. D., Manzano, N. y Becerra, L. (2018). La danza, el movimiento y la salud. Salutem Scientia Spiritus, 4(1), 65-67. https://redib.org/Record/oai_articulo2213850-la-danza-el-movimiento-y-la-salud
- Bläsing, B., Calvo-Merino, B., Cross, E. S., Jola, C., Honisch, J. y Stevens, C. J. (2012). Neurocognitive control in dance perception and performance. Acta Psychologica, 139(2), 300-308. Doi: 10.1016/j.actpsy.2011.12.005
- Calderón, G. y Gil, K. (2018). Beneficios cognitivos cerebrales de la práctica de la danza. Ciencia y Futuro, 8(3), 142-160.
- Calvo-Merino, B., Glaser, D., Passingham, R. y Haggard, P. (2006). Seen or Doing? Influence of visual and motor familiarity in action observation. Current Biology, 16(19),1905-1910. Doi: 10.1016/j.cub.2006.07.065
- Fustinoni, O. (2016). La música: química, emoción y cerebro. Revista Química Viva, 15(1), 4-6. https://www.redalyc.org/pdf/863/86347589002.pdf
- Nieto, M., Chinchilla-Minguet, J. L. y Castillo-Rodríguez, A. (2020). Estudio de los procesos cognitivos en bailarines semi-profesionales. Retos, 37, 493-497. Doi: https://doi.org/10.47197/retos.v37i37.70936
- SINAPSIS: Conexiones entre el Arte y tu Cerebro. (2020). Sinapsis – Episodio 5: Danza y cerebro. (Vídeo). Youtube. https://www.youtube.com/watch?v=ut89ikVIBi8
Gracias por compartir, interesante e ilustrativo para un educador.
Buen día, Jen. ¡Qué bueno que encuentres útil nuestro contenido! Muchas gracias por el apoyo. Saludos 🙂
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