El trastorno de síntomas somáticos, derivado en parte de los trastornos somatoformes (trastorno de somatización, hipocondriasis), se inscribe en esa zona borrosa donde la medicina y la psicología se ven obligadas a dialogar. No remite a un cuerpo que miente ni a una mente que imagina, sino a una experiencia encarnada de malestar que desafía los marcos diagnósticos tradicionales. Su aparición suele iniciar con un síntoma físico genuino que, lejos de diluirse, se convierte en núcleo gravitacional de la vida psíquica. Veamos las estructuras clínicas, afectivas y vinculares que sostienen el trastorno de síntomas somáticos, especialmente en los niños. Una etapa donde el cuerpo se vuelve muchas veces el primer portavoz de lo innombrado.
¿Cómo se presenta un trastorno de síntomas somáticos en niños?
El trastorno de síntomas somáticos en la infancia se caracteriza por una preocupación persistente y desproporcionada del niño respecto a síntomas físicos como dolor abdominal, fatiga, malestar general o molestias inespecíficas. Aunque estos síntomas pueden tener o no una base médica identificable, lo relevante es la intensidad del malestar subjetivo y el grado en que interfieren en el funcionamiento diario del infante: ausencia escolar, evitación de actividades, irritabilidad, alteraciones del sueño o retraimiento.

Ahora, en la mayoría de los casos, los síntomas no duran mucho y, por tanto, no tienen un impacto negativo a largo plazo en el funcionamiento diario o el curso del desarrollo, ni causan angustia significativa ni cumplen con los criterios para un trastorno. Sin embargo, para algunos otros niños y adolescentes, los síntomas son persistentes y su capacidad para funcionar se ve gravemente afectada (Gershfeld-Litvin et al., 2022).
¿Por qué aparece?
La etiología no puede comprenderse a través de una única lente causal. Diversos factores psicosociales confluyen en la historia de quienes desarrollan esta modalidad de sufrimiento corporalizado. Entre ellos destacan los problemas en el desarrollo temprano, el abuso físico o sexual, las distorsiones cognitivas y perceptivas adquiridas en contextos invalidantes, y las dificultades para la autoexpresión emocional.
Asimismo, ciertos momentos biográficos marcados por transiciones vitales —cambios escolares, pubertad, pérdidas afectivas o reconfiguraciones familiares— actúan como desencadenantes frecuentes del síntoma. Por su parte, la presencia de conflicto familiar persistente ha sido también identificada como un factor de riesgo relevante. Esto tanto en la aparición como en la perpetuación del cuadro (Lieb et al., 2002).
La complejidad del trastorno de síntomas somáticos
En la práctica pediátrica, es frecuente que los niños acudan a urgencias o a consulta con síntomas físicos persistentes para los cuales no se identifica ninguna causa médica concreta, a pesar de múltiples pruebas diagnósticas. Estos cuadros reciben distintas denominaciones clínicas, como síntomas funcionales, somáticos o médicamente inexplicables, y suelen generar desconcierto tanto en las familias como en los profesionales.
A propósito de un caso
Un niño de 8 años comenzó con dolor abdominal vago, inicialmente atribuido a causas comunes como estreñimiento y parásitos. Aunque el dolor remitió temporalmente, durante los siguientes diez años presentó episodios recurrentes de dolor abdominal severo, punzante, incapacitante y sin causa médica identificada, afectando gravemente su calidad de vida, escolarización y funcionamiento general. Las crisis, episódicas, pero intensas, duraban entre 10 y 15 días, apareciendo dos veces al año.

A lo largo de una década, fue sometido a múltiples estudios diagnósticos (analíticas, imágenes, endoscopias, laparoscopia) y tratado por diferentes especialistas, sin hallazgos orgánicos concluyentes. Se prescribieron AINE, antibióticos, antieméticos, opioides e incluso ketamina (Pagan Cruz et al., 2023).
En 2011 se planteó inicialmente una migraña abdominal, pero los tratamientos perdieron eficacia. En la adolescencia, el paciente desarrolló sintomatología depresiva, y finalmente se diagnosticó un trastorno de síntomas somáticos comórbido con depresión.
A partir del tratamiento con escitalopram (ISRS) y bupropión (NDRI), los episodios disminuyeron notablemente en frecuencia e intensidad, hasta desaparecer por completo desde 2020 (Sardesai et al., 2023).
¿Qué funciona en el trastorno de síntomas somáticos?
Incorporar estrategias conductuales y de rehabilitación adaptadas al nivel madurativo del menor. Al final, el uso de un marco biopsicosocial sigue siendo fundamental tanto para la evaluación como para la intervención, integrando aspectos médicos, psicológicos, familiares y escolares. Contemplando tanto la historia afectiva del menor como la dinámica relacional en la que los síntomas emergen (Dunphy et al., 2019).
El tratamiento puede incluir técnicas específicas orientadas a reducir la intensidad de los síntomas y mejorar la funcionalidad diaria, como ejercicios de distracción estructurada, relajación muscular progresiva en casos de cefaleas tensionales, o programas de ejercicio físico graduado en cuadros con fatiga y debilidad musculoesquelética. Así como manejo práctico de crisis no epilépticas funcionales en el contexto de un trastorno de síntomas neurológicos funcionales (entrenamiento en identificación de señales premonitorias, junto con técnicas de grounding, respiración diafragmática y reconexión sensoriomotora).
Cuando el entorno es reforzador

La respuesta del entorno, especialmente de cuidadores y profesionales sanitarios, puede actuar como reforzador involuntario si no se comprende adecuadamente la dinámica subyacente. Por esto, además de lo dicho, se trabaja sobre los factores perpetuadores —como la hipervigilancia, el refuerzo secundario y la evitación— mediante intervenciones cognitivo-conductuales y psicoeducación familiar.
Conclusión
El recorrido clínico del trastorno de síntomas somáticos en la infancia no sigue caminos rectos ni rápidos. En su núcleo convergen trayectorias de desarrollo marcadas por experiencias emocionales no simbolizadas, modos precoces de relación con el cuerpo y expectativas aprendidas sobre la enfermedad como lenguaje.
Su diagnóstico no se limita a discernir entre lo orgánico y lo funcional, exige descifrar la narrativa afectiva encarnada en el síntoma. Cada exploración médica reiterada, cada tratamiento tiene un coste: no solo para el paciente y su entorno, también para el sistema de salud que responde donde no hay escucha. En esta complejidad radica el desafío de sostener una mirada que sepa reconocer lo que el cuerpo repite cuando las palabras no bastan.
Referencias bibliográficas
- American Psychiatric Association. (2022). Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (5ª ed. revisada). Arlington, VA: American Psychiatric Publishing.
- Dunphy, L., Penna, M. y El-Kafsi, J. (2019). Somatic symptom disorder: a diagnostic dilemma. BMJ case reports, 12(11), e231550. https://doi.org/10.1136/bcr-2019-231550
- Gershfeld-Litvin, A., Hertz-Palmor, N., Shtilerman, A., Rapaport, S., Gothelf, D. y Weisman, H. (2022). The Development of Somatic Symptom Disorder in Children: Psychological Characteristics and Psychiatric Comorbidity. Journal of the Academy of Consultation-Liaison Psychiatry, 63(4), 324–333. https://doi.org/10.1016/j.jaclp.2021.10.008
- Lieb, R., Zimmermann, P., Friis, R. H., Höfler, M., Tholen, S. y Wittchen, H. U. (2002). The natural course of DSM-IV somatoform disorders and syndromes among adolescents and young adults: a prospective-longitudinal community study. European psychiatry : the journal of the Association of European Psychiatrists, 17(6), 321–331. https://doi.org/10.1016/s0924-9338(02)00686-7
- Pagan Cruz, S., Guiribitey, P. M. y Shupe, G. (2023). The Role of Low-Dose Quetiapine in the Treatment of Somatic Symptom Disorder: A Case Report. Cureus, 15(12), e50116. https://doi.org/10.7759/cureus.50116
- Sardesai, A., Muneshwar, K. N., Bhardwaj, M. y Goel, D. B. (2023). The Importance of Early Diagnosis of Somatic Symptom Disorder: A Case Report. Cureus, 15(9), e44554. https://doi.org/10.7759/cureus.44554