La memoria es una función cognitiva fundamental que nos permite almacenar y recuperar información. Dicha capacidad es esencial para la supervivencia y el desarrollo personal, ya que facilita el aprendizaje, la toma de decisiones y construcción de nuestra identidad. Sin embargo, la comprensión de cómo funcionan sus procedimientos sigue siendo un área de investigación profunda y compleja. Entonces, ¿cómo guardamos y accedemos a nuestros recuerdos? Esta nota ofrece un acercamiento a los procesos de la memoria, desde las estructuras cerebrales implicadas y los diferentes tipos, hasta los factores que pueden afectarla y patologías asociadas.
Memoria: Algunas estructuras cerebrales destacadas
En primer lugar, para comprender el funcionamiento de la memoria es indispensable conocer el rol de ciertas estructuras como, por ejemplo, el hipocampo. El mismo, ubicado en el lóbulo temporal medial del cerebro, desempeña una función crucial en la formación y consolidación de recuerdos duraderos. Además, resulta fundamental para la navegación espacial y el aprendizaje de nuevos entornos, facilitando nuestra capacidad para orientarnos y recordar rutas y lugares.
Asimismo, otra estructura importante para la memoria emocional es la amígdala, situado cerca del hipocampo. Este componente del sistema límbico modula el almacenamiento de los recuerdos según su valor emocional. Lo que significa que los eventos con una carga emocional intensa son más propensos a ser recordados vívidamente.
En este sentido, la interacción entre ambas regiones cerebrales resulta crucial para el fortalecimiento del contenido almacenado. Que, además, se asocia con experiencias emocionales (McGaugh, 2013).
El almacenamiento de memorias
El primer paso en lo que refiere a la creación de recuerdos es la codificación, un proceso mediante el cual la información sensorial se transforma en una representación que el cerebro puede procesar. Dicha etapa es esencial, ya que determina la calidad y la durabilidad de lo que se almacena. A su vez, la codificación puede ocurrir de manera automática o requerir un esfuerzo consciente, dependiendo de la naturaleza de la información. Concretamente, durante esta fase el hipocampo se ocupa de integrar diversos datos sensoriales provenientes de diferentes áreas cerebrales (Eichenbaum, 2017).
Consolidación y almacenamiento
Después de la codificación, los recuerdos deben ser consolidados para que se almacenen de manera perdurable. Un proceso que implica una estabilización a través de la formación de nuevas conexiones sinápticas, lo cual depende en gran medida del sueño.
Durante este estado de reposo, las conexiones entre las neuronas se fortalecen, facilitando la transferencia de remembranzas duraderas. En consiguiente, el neocórtex procede a almacenar estos contenidos consolidados, asegurando su disponibilidad para su posterior recuperación.
Recuperación: Accediendo a los recuerdos
De este modo, la fase final del proceso es la recuperación, donde el cerebro accede a la información almacenada cuando es necesario. Durante la misma, reconstituye los recuerdos a partir de las huellas de memoria guardadas, permitiéndonos evocar hechos, eventos o habilidades cuando los necesitamos. Un proceso que comienza cuando una señal o estímulo, como una pregunta o un olor familiar, activa las redes neuronales relacionadas con el recuerdo deseado.
Principales tipos de memoria: Una clasificación esencial
Esta capacidad cognitiva se puede dividir en diferentes tipos, cada uno con características y funciones específicas. A grandes rasgos, la misma se clasifica en memoria sensorial, a corto plazo y a largo plazo. Y cada uno de ellas cumple una función imprescindible en el procesamiento y la retención de la información, desde la percepción inmediata hasta el almacenamiento de datos a largo plazo.
Memoria sensorial: Captura inmediata de información
La memoria sensorial actúa como un sistema de almacenamiento inicial que retiene información percibida a través de los sentidos durante un breve periodo. Así, el cerebro recibe y guarda los datos correspondientes a estímulos visuales, auditivos, táctiles, entre otros.
Por ejemplo, la memoria icónica se encarga de almacenar información visual durante milésimas de segundo, permitiendo que recordemos brevemente lo que hemos visto. De manera similar, la ecoica retiene información auditiva durante unos pocos segundos, lo que facilita recordar sonidos o palabras que acabamos de escuchar.
Memoria a corto plazo: Un proceso activo
Por otro lado, la memoria a corto plazo es responsable de retener información durante un periodo limitado de tiempo, generalmente de unos segundos a un minuto, antes de que sea transferida a la de largo plazo o se pierda. La misma comprende la memoria de trabajo, la cual se encarga de manipular y procesar la información activa.
Mismamente, cuando intentamos recordar un número de teléfono estamos utilizando dicha memoria para mantener la información temporalmente mientras realizamos la tarea. Este proceso incluye la compleja capacidad de retener y procesar datos simultáneamente (Lundqvist et al., 2023).
Memoria a largo plazo: El archivo duradero
La memoria a largo plazo almacena información de manera más duradera, abarcando desde minutos hasta toda la vida. Se divide en varias subcategorías, como la episódica a largo plazo (que almacena eventos personales y experiencias), y la semántica (que retiene conocimientos generales y hechos). También comprende las formas de memoria explícita e implícita. De esta manera, el cerebro reconstituye recuerdos, permitiendo la recuperación tanto de un dato concreto de forma voluntaria, como la de un contenido que surge automáticamente en respuesta a un estímulo (Williams et al., 2022).
Factores que afectan la memoria
Por otro lado, existen varios factores pueden influir en la eficacia de esta función cognitiva, desde el estrés y la ansiedad hasta la edad y el estado general de salud. En concreto, el estrés crónico y la ansiedad pueden interferir con la codificación y recuperación de recuerdos, ya que impactan negativamente en el hipocampo y en la corteza prefrontal. Lo anterior hace que sea más difícil retener nueva información y rememorar hechos.
Al mismo tiempo, la edad también deviene en un factor relevante. Pues, a medida que envejecemos, es común experimentar una disminución en la memoria a corto plazo y en la velocidad de procesamiento cognitivo. Y, siguiendo esta misma línea, otros factores importantes a tener en cuenta son el sueño, la educación y las estrategias de aprendizaje de cada persona (Eichenbaum, 2017).
¿Cuáles son los trastornos de memoria?
Existen diversas condiciones o cuadros que afectan a la capacidad de una persona para almacenar o recuperar información. Por ejemplo, una de las más conocidas popularmente es el alzhéimer, una forma común de demencia caracterizada por la pérdida progresiva de recuerdos y deterioro cognitivo. Esta afección afecta principalmente a la memoria episódica y se manifiesta en dificultades crecientes para recordar eventos recientes y antiguos.
Otros ejemplos de esta índole pueden ser la amnesia, causada por lesiones cerebrales, trastornos psiquiátricos o abuso de sustancias. A su vez, la misma puede ser retrógrada (afectando la capacidad de recordar eventos previos a su aparición), o anterógrada (que impide la formación de nuevos recuerdos después del inicio de la condición). Condiciones que destacan el peso que posee la memoria para el funcionamiento diario y la calidad de vida.
Conclusión
Teniendo lo anterior en cuenta, podemos afirmar que la memoria cuenta con un campo de estudio vasto que abarca desde los mecanismos biológicos hasta las aplicaciones prácticas en la vida cotidiana. En este sentido, el conocimiento sobre cómo se codifica y recupera la información puede favorecer el área de la educación, implementando técnicas basadas en el funcionamiento de la memoria para optimizar el proceso de adquisición de nuevos conocimientos y habilidades. Para aprender más sobre las bases neuropsicológicas de esta función cognitiva y cómo evaluarla, te invitamos a nuestro curso sobre memoria.
Por otra parte, en la investigación neurocientífica, tales conocimientos contribuyen al desarrollo de nuevas terapias y tratamientos para enfermedades neurodegenerativas y otros trastornos cognitivos. Entonces nos preguntamos, ¿de qué manera podría aprovecharse este conocimiento para desarrollar estrategias más efectivas? Sin duda, el avance en el área abrirá nuevas puertas para mejorar tanto la calidad de vida como nuestra capacidad de adaptación en un mundo en constante cambio.
Referencias bibliográficas
- Eichenbaum, H. (2017). Memory: Organization and control. Annual Review of Psychology, 68(1), 19-45. https://doi.org/10.1146/annurev-psych-010416-044131
- Lundqvist, M., Brincat, S. L., Rose, Warden, M., Buschman, T., Miller, E. y Herman, P. (2023). Working memory control dynamics follow principles of spatial computing. Nature Communications, 14, 1429. https://doi.org/10.1038/s41467-023-36555-4
- McGaugh, J. L. (2013). Making lasting memories: Remembering the significant. Proceedings of the National Academy of Sciences, 110(2), 10402-10407. https://doi.org/10.1073/pnas.1301209110
- Williams, S. E., Ford, J. H. y Kensinger, E. A. (2022). The power of negative and positive episodic memories. Cognitive, Affective, & Behavioral Neuroscience, 22, 869-903. https://doi.org/10.3758/s13415-022-01013-z