La depresión es una de las principales causas de morbilidad asociada con las enfermedades médicas. El trastorno afectivo estacional es una forma de depresión que sigue un patrón estacional, manifestándose comúnmente durante los meses de otoño e invierno. Si bien su sintomatología es bien reconocida, los mecanismos biológicos y psicológicos que lo sustentan son complejos y multifacéticos. Y es que, el trastorno afectivo estacional es una condición biológicamente heterogénea. Los episodios depresivos generalmente ocurren en otoño e invierno y se remiten a la primavera o verano siguiente. Por ello, la estacionalidad se añade como uno de los especificadores de los trastornos depresivos mayores bipolares o recurrente. Habiendo todavía debate sobre si esto es un subtipo depresivo distinto o un rasgo de estacionalidad pronunciado de pacientes con depresión menor y mayor fluctuante. A continuación, veamos las principales hipótesis que intentan explicar la etiología del trastorno afectivo estacional.
El desajuste del reloj biológico en el trastorno afectivo estacional

El ritmo circadiano es un ciclo biológico de aproximadamente 24 horas que regula funciones esenciales como el sueño, la liberación de hormonas y temperatura corporal. Este reloj interno se sincroniza principalmente con la luz solar.
Durante los meses invernales, la reducción de la exposición a la luz natural puede desajustar este ritmo, provocando desincronizaciones que afectan negativamente el estado de ánimo y los patrones de sueño. Alteración circadiana que se ha vinculado estrechamente con la aparición del trastorno afectivo estacional.
De hecho, al parecer, las personas con trastorno afectivo estacional presentan una respuesta hipotalámica anómala a la luz, específicamente en el hipotálamo posterior, región implicada en la regulación emocional y circadiana. Una desregulación que más que responder únicamente a la cantidad de luz percibida, lo hace a la forma en que es procesada e integrada en los sistemas de regulación homeostática y emocional (Vandewalle et al., 2011).
El impacto en la neuroquímica cerebral
La serotonina es un neurotransmisor clave en la regulación del estado de ánimo. En esto, la exposición reducida a la luz solar durante el invierno puede disminuir la actividad serotoninérgica en el cerebro. Aspecto que se asocia con una menor disponibilidad de triptófano (precursor de serotonina) y una mayor actividad de la enzima que la degrada (MAO-A). Aunque, ojo, conviene señalar que la implicación de la serotonina en la depresión no debe entenderse como causalidad directa, sino como parte de un sistema más amplio y dinámico de regulación afectiva.
Así, se produce una disminución que se relaciona con síntomas depresivos característicos del trastorno afectivo estacional, como tristeza persistente, pérdida de interés en actividades y fatiga.

Mismamente, los resultados indican que, en invierno, las mujeres con trastorno afectivo estacional presentan niveles elevados de 5-HTT (también conocido como gen SERT, serotonin transporter, en inglés), que codifica la proteína transportadora de serotonina en áreas como el estriado ventral, la corteza orbitofrontal derecha y el giro frontal medio, en comparación con aquellas sin trastorno afectivo estacional (Nørgaard et al., 2017).
Somnolencia y letargo invernal
Por su parte, la melatonina, como hormona que regula el ciclo sueño-vigilia, aumenta su producción en condiciones de oscuridad. Durante los meses de invierno, los días más cortos pueden inducir una producción excesiva de melatonina, resultando en somnolencia diurna y letargo, síntomas frecuentemente observados en aquellos con trastorno afectivo estacional. Un incremento en la melatonina que puede contribuir a la sensación de fatiga y desmotivación característica del cuadro.
¿Hay una sensibilidad retiniana a la luz en el trastorno afectivo estacional?
Algunas investigaciones sugieren que las personas con trastorno afectivo estacional pueden tener una sensibilidad retiniana reducida a la luz. Lo que implica que, incluso cuando están expuestas a niveles adecuados de iluminación, sus retinas no perciben la luz de manera eficiente, pudiendo dificultar la regulación adecuada del ritmo circadiano y la producción hormonal. Esta hipótesis destaca la importancia de la calidad de la percepción lumínica en la etiología del trastorno afectivo estacional (Gatón Moreno et al., 2015).
En cuanto a lo anterior, un estudio utilizó ratas diurnas (Arvicanthis niloticus) que fueron expuestas a condiciones de luz que imitaban el invierno: luz tenue y fotoperíodo corto. Se observó una disminución significativa en el número de neuronas dopaminérgicas y de somatostatina en el hipotálamo en comparación con ratas mantenidas en condiciones de luz brillante (Deats et al., 2015).

¿Esto se ha visto en más especies?
Además de la mencionada, curiosamente, se ha demostrado que más especies, como las codornices japonesas y los peces medaka, presentan adaptaciones neuroendocrinas sensibles al fotoperiodo. Estas modulan funciones como la reproducción o el comportamiento social en respuesta a la luz estacional.
En particular, en medaka se han identificado rutas de señalización que evocan fenotipos depresivos bajo condiciones lumínicas reducidas. Hallazgo que sugiere una homología funcional con los síntomas observados en humanos con el trastorno afectivo estacional. Aunque, por supuesto, la extrapolación directa presenta limitaciones, tales paralelismos permiten inferir que la sensibilidad circadiana a la luz puede estar regulada por mecanismos altamente conservados evolutivamente.
Esto es interesante porque, el que un pez desarrolle síntomas reversibles similares a la depresión bajo condiciones lumínicas invernales y que estos puedan revertirse al modular vías antioxidantes… ¿Podría sugerir que lo que en humanos llamamos trastorno podría ser, en parte, una expresión desajustada de mecanismos adaptativos antiguos, mal calibrados para entornos modernos? Si se va por esa línea, el foco no estaría tanto en un déficit interno, sino en una discordancia entre nuestra biología y las condiciones actuales de vida. Una discordancia que, paradójicamente, se vuelve más evidente cuanto más nos alejamos del ritmo de la naturaleza.
Factores psicológicos y cognitivos del trastorno
Aunque no incidiremos mucho sobre esto, más allá de los factores biológicos, los aspectos psicológicos también desempeñan un papel crucial en el trastorno afectivo estacional. Pensamientos y sentimientos negativos relacionados con el invierno, como la percepción de limitaciones o tensiones asociadas a esta estación, pueden exacerbar o incluso precipitar los síntomas depresivos. Ahora, tengamos en cuenta que hay investigaciones que sugieren que el malestar no solo es estacional, sino que también puede extenderse o intensificarse más allá del invierno (Winthorst et al., 2017).
Sea como fuere, la interacción entre dichos factores cognitivos y las alteraciones biológicas subyacentes subraya la complejidad del trastorno y la necesidad de abordajes terapéuticos integrales (Munir et al., 2024).
Inciso clave
Es importante distinguir entre:

- El trastorno afectivo estacional clínico: Implica síntomas depresivos significativos que afectan el funcionamiento diario y ocurren de manera cíclica, típicamente en otoño-invierno.
- El bajón invernal común: Muchas personas se sienten algo más cansadas o desanimadas en meses fríos o con poca luz, pero sin llegar a un cuadro clínico de depresión. Así, no hay una disrupción en el sistema dopaminérgico o serotoninérgico como en el anterior, más bien una respuesta adaptativa al entorno. Por otro lado, hay que contar con que la distinción entre ambos fenómenos no está solo en la intensidad, sino también en la pérdida de autorregulación emocional y fisiológica que caracteriza al trastorno clínico.
Conclusión
Lejos de una explicación simplista centrada en la disminución de la luz solar, los hallazgos actuales sugieren que las personas con trastorno afectivo estacional presentan una fisiología diferenciada, en la que la sincronización temporal del sueño, la regulación emocional del eje hipotalámico y la plasticidad de los sistemas de respuesta al estrés configuran una vulnerabilidad específica frente a formas estacionales de depresión.
Eso sí, el trastorno afectivo estacional no puede atribuirse a una única causa biológica. Más bien, emerge como una manifestación psicobiológica compleja, influida por la interacción entre variables circadianas, neurotransmisores, perfiles genéticos individuales y adaptaciones conductuales ante contextos ambientales adversos, donde la depresión actúa como síntoma final de múltiples desajustes interdependientes.
Referencias bibliográficas
- Deats, S. P., Adidharma, W. y Yan, L. (2015). Neuronas dopaminérgicas hipotalámicas en un modelo animal de trastorno afectivo estacional. Cartas de neurociencia, 602, 17-21. https://doi.org/10.1016/j.neulet.2015.06.038
- Gatón Moreno, M. A., González Torres, M. Á. y Gaviria, M. (2015). Trastornos afectivos estacionales, “winter blues”. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 35(126), 239-252. https://dx.doi.org/10.4321/S0211-57352015000200010
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