¿Por qué ante situaciones de peligro algunas personas se quedan completamente inmóviles? Este fenómeno, conocido como respuesta de congelación o freezing, es una reacción automática que ocurre ante una amenaza percibida, y es parte de los mecanismos de defensa del cuerpo. Junto con las reacciones de lucha y huida, la congelación forma parte del sistema de respuesta al estrés del cerebro que, desde una perspectiva evolutiva, ha contribuido a la supervivencia de los humanos y otros animales. A lo largo de esta nota se profundizará sobre las bases de la respuesta de congelación, su impacto psicológico en situaciones modernas, y cómo es posible gestionarla en la vida diaria.
Fundamentos de la respuesta de congelación
La respuesta de congelación es una reacción instintiva del cuerpo ante una amenaza percibida. La misma se caracteriza por una paralización momentánea, donde la persona que la experimenta no puede moverse ni reaccionar físicamente al peligro. Dicho estado no es voluntario, sino un proceso automático del sistema nervioso simpático, activado ante situaciones de gran estrés o miedo. Junto con las respuestas de lucha y huida, es parte del sistema de respuesta a amenazas del cerebro relacionado con la supervivencia, conocido como lucha-huida-congelación (Donahue, 2020).
Procesos neurobiológicos involucrados
A su vez, el sistema nervioso central (particularmente, la amígdala y el hipotálamo) resulta fundamental en esta respuesta. En primera instancia, la amígdala (que se activa ante estímulos de peligro), envía señales a otras partes del cerebro, incluidas las áreas motoras. Así, se da una inhibición temporal del movimiento producto de dicha comunicación.
A su vez, la respuesta del eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal es liberar hormonas del estrés como el cortisol, aumentando la vigilancia del cerebro. En consiguiente, uno de los posibles resultados frente a dicho proceso es la ya mencionada respuesta de congelación (Hagenaars et al., 2014).
Supervivencia y cerebro: Respuesta de congelación
A lo largo de la evolución, el presente mecanismo del cerebro fue una herramienta esencial en la supervivencia. Tanto así, que en presencia de depredadores, muchas especies animales desarrollaron la capacidad de quedarse inmóviles para evitar ser detectadas. En este contexto, la inmovilidad se traduce en una estrategia de invisibilidad que reduce la probabilidad de ataque.
A su vez, para los humanos de hace miles de años, la misma pudo haber sido vital en situaciones donde la lucha o huida no eran opciones viables, como por ejemplo ante depredadores más rápidos o fuertes. Entonces, a través de generaciones, este mecanismo se mantuvo como parte del repertorio de reacciones automáticas del cuerpo, adaptándose a las amenazas percibidas en la vida moderna (Hagenaars et al., 2014).
Congelación hoy en día: ¿Sigue siendo útil?
Si bien la inmovilidad automática era de mucha utilidad en el pasado, en la actualidad es común que su manifestación sea menos beneficiosa. Por ejemplo, la misma aparece en diversas situaciones como respuesta al estrés, como hablar en público, enfrentar una discusión intensa o recibir malas noticias.
En consiguiente, la paralización física puede presentarse como algo inconveniente, generando muchas veces sentimientos de frustración o vergüenza. A pesar de ello, dicho mecanismo sigue respondiendo a estímulos percibidos como amenazas para la seguridad o estabilidad (Klaassen et al., 2021).
¿Cuál es su impacto psicológico?
La presente respuesta tiene una estrecha relación con ciertas condiciones psicológicas, en especial con aquellas relacionadas con la ansiedad y los traumas. Especialmente, en personas que han sufrido eventos traumáticos, como accidentes o abusos, este recurso del cuerpo tiende a presentarse de manera crónica frente a situaciones que evocan recuerdos del trauma original.
Asimismo, en el trastorno de estrés postraumático (TEPT), la congelación suele aparecer en situaciones de flashbacks o al experimentar una amenaza similar a la vivida. En dichos casos, la respuesta automática del cuerpo llega a sentirse desproporcionada respecto a la realidad del peligro actual (Bisson et al., 2013).
Estrategias para manejar la respuesta de congelación
Uno de los primeros pasos para gestionarla es reconocer los desencadenantes que la activan. La mayoría de las veces, situaciones que generan altos niveles de estrés o ansiedad suelen ser los principales motivos. De este modo, identificar patrones en el entorno o las emociones previas a la congelación resulta útil para anticipar, y luego prevenir, su aparición. Así, la autorreflexión permite un mayor conciencia sobre el cuerpo y sus respuestas automáticas (Donahue, 2020).
Técnicas de regulación emocional
Las técnicas de regulación emocional pueden ser útil para evitar o reducir la intensidad de la respuesta de congelación. En especial, la meditación y práctica de mindfulness, ayudan a reducir la activación del sistema nervioso simpático y permiten que la persona mantenga la calma en situaciones de estrés. Asimismo, respirar profundamente o enfocarse en los sentidos también reconecta a la persona con el momento presente y disminuye la tendencia a paralizarse (Hölzel et al., 2011).
Exposición a situaciones estresantes
Adicionalmente, la exposición gradual a situaciones que provocan la respuesta de congelación es capaz de desensibilizar al cuerpo y la mente ante determinados estímulos. Dicha técnica, común en terapias psicológicas para la ansiedad y el trauma, consiste en enfrentar los miedos de manera controlada, permitiendo a la persona aprender a regular sus reacciones. Entonces, con el tiempo, la misma desarrolla mayor resiliencia frente a situaciones que antes desencadenaban la congelación (Bisson et al., 2013).
Conclusión
La respuesta de congelación es un reflejo primitivo profundamente arraigado en el cerebro humano que ha sido crucial para la supervivencia de la especie. Sin embargo, el hecho de que esta respuesta al estrés pueda activarse en contextos que no representan una amenaza física directa, como los escenarios sociales, plantea nuevos desafíos en la actualidad.
A medida que se avanza en la comprensión de los mecanismos neurológicos y psicológicos detrás de la misma, surge la pregunta: ¿será posible entrenar al cerebro para modificar esta reacción de manera más efectiva? Con el desarrollo de nuevas terapias y enfoques basados en la neurociencia, parece cada vez más plausible regular este antiguo mecanismo defensivo en favor de respuestas más adaptativas. Finalmente, para aprender más sobre el impacto biológico, cognitivo y emocional que tiene esta respuesta del cuerpo a nivel cerebral, te invitamos a nuestro curso sobre estrés y cerebro.
Referencias bibliográficas
- Bisson, J. I., Roberts, N. P., Andrew, M., Cooper, R. y Lewis, C. (2013). Psychological therapies for chronic post‐traumatic stress disorder (PTSD) in adults. Cochrane Database of Systematic Reviews, (12). https://doi.org/10.1002/14651858.CD003388.pub4
- Donahue, J. J. (2020). Fight-Flight-Freeze System. In: Zeigler-Hill, V., Shackelford, T.K. (Eds) Encyclopedia of Personality and Individual Differences. Springer, Cham. https://doi.org/10.1007/978-3-319-24612-3_751
- Hagenaars, M. A., Oitzl, M. y Roelofs, K. (2014). Updating freeze: Aligning animal and human research. Neuroscience & Biobehavioral Reviews, 47, 165-176. https://doi.org/10.1016/j.neubiorev.2014.07
- Klaassen, F. H., Held, L., Figner, B., O’Reilly, J., Klumpers, F., deVoogd, F., y Roelofs, K. (2021). Defensive freezing and its relation to approach–avoidance decision-making under threat. Scientifc Reports, 11, 12030. https://doi.org/10.1038/s41598-021-90968-z
- Wendt, J., Löw, A., Weymar, M., Lotze, M. y Hamm, A. O. (2017). Active avoidance and attentive freezing in the face of approaching threat. NeuroImage, 158, 196-204. https://doi.org/10.1016/j.neuroimage.2017.06