La vida emocional, que en la mayoría transcurre con cierta coherencia y gradación, puede, en algunos individuos, devenir en un campo minado de afectos desbordantes, interpretaciones hipersensibles y respuestas reactivas. En el trastorno límite de la personalidad (TLP), la emoción no es simplemente una dimensión más de la experiencia psíquica, es un eje de inestabilidad estructural, una dimensión nuclear que desborda la capacidad de contención y desorganiza la identidad, el vínculo y la conducta. La desregulación emocional en el TLP no obedece a una lógica narrativa ni a un patrón autoregulativo comprensible. Veamos la desregulación emocional del TLP no como un epifenómeno ni como un simple síntoma, sino como una arquitectura disfuncional que organiza la subjetividad desde la fragilidad.

Sensibilidad emocional y umbral del dolor del TLP

Desde los albores del temperamento, el individuo con TLP muestra una hipersensibilidad emocional. Una capacidad innata para percibir señales emocionales con intensidad amplificada. Este rasgo se traduce en una respuesta exacerbada ante estímulos levemente negativos, desencadenando un ciclo de afectos intensos y fluctuantes (Carpenter y Trull, 2013).

Desregulación emocional en el TLP

Esta predisposición crea un “umbral emocional” excesivamente bajo, donde pequeñas adversidades cotidianas adquieren proporciones sísmicas. De este modo, un gesto neutro se convierte en señal de rechazo, una pausa se interpreta como abandono.

Inestabilidad afectiva

En el TLP, la afectividad no fluye; oscila con virulencia. Un reciente estudio ratifica que la inestabilidad emocional es una constante definitoria: emociones extremas que emergen sin aviso, se diluyen, reaparecen, y reconfiguran el estado interno en ciclos caóticos. Es decir, la inestabilidad emocional no es una característica marginal, es un rasgo definitorio y central del TLP. Entendiéndose esta como “experiencias emocionales inestables y cambios frecuentes de humor; emociones que se activan con facilidad, son intensas y/o están fuera de proporción con eventos y circunstancias” (D’Aurizio et al., 2023).

En consecuencia, esta “montaña rusa” interior no es un síntoma aislado. Constituye el eje central del TLP. La rapidez de los cambios impide el procesamiento cognitivo adecuado, coartando la oportunidad de empatizar, reflexionar o modular las respuestas. Así, la dificultad para procesar estímulos emocionales no solo empeora el trastorno, sino que incluso puede actuar como factor de riesgo para su aparición.

Déficit de regulación emocional en el TLP

A diferencia de quien sabe navegar sus emociones, vamos a decirlo así, las personas con TLP carecen de repertorios adaptativos. De forma que no poseen herramientas eficaces para atemperar su tormenta emocional. Sobre la desregulación emocional y comorbilidad, al parecer, quienes presentan TLP tienden a recurrir a supresión, evitación y rumiación, evitándose la práctica de estrategias adaptativas como la reevaluación cognitiva (Sanz León, 2022).

Este déficit se profundiza en contextos de estrés relacional, donde la estructura del vínculo —oscilante entre idealización y devaluación— colapsa aún más la capacidad de regularse emocionalmente.

Impulsividad e ira rumiante

En ausencia de canales adaptativos y con alta vulnerabilidad afectiva, la persona con TLP recurre a la impulsividad: acciones rápidas, sin reflexión, destinadas a silenciar el dolor emocional. Recientes estudios empíricos destacan que esta impulsividad está intrínsecamente ligada a la urgencia emocional negativa, funcionando como válvula de escape ante la avalancha emocional.

Por ejemplo, una investigación reciente incluyó a 220 pacientes (media de edad de 37 años) con diagnóstico de TLP. Utilizando el modelo UPPS de impulsividad, se halló que tanto la urgencia positiva como la negativa —especialmente la negativa— medían la relación entre la sintomatología del TLP y la agresividad impulsiva. Esto indica que, bajo emociones negativas intensas, las personas con TLP suelen actuar de forma impulsiva y agresiva, confirmando así el papel central de la urgencia emocional negativa en el comportamiento impulsivo (Martin et al., 2025).

Ahora bien, sería un error clínico y ético equiparar impulsividad con violencia en todos los casos. Aunque la urgencia emocional negativa puede derivar en actos agresivos, muchos canalizan esa intensidad en formas autoagresivas, pasivas o internalizantes. La impulsividad, en estos casos, no se manifiesta como agresión hacia otros, sino como desborde interno: autolesiones, consumo compulsivo o rupturas abruptas en los vínculos. El TLP no es sinónimo de violencia, sino de sufrimiento desregulado.

La rumiación de la ira, por otro lado, amplifica la tensión y retroalimenta patrones agresivos, autolesivos o de ruptura interpersonal, consolidando un circuito disfuncional emocional-cognitivo-comportamental.

TLP

Identidad, vacío y regulación frustrada

Las discontinuidades afectivas no solamente se manifiestan en el humor, también erosionan el sentido del yo. En los interregnos del estado de ánimo emocional, la identidad se diluye, dejando un vacío que espanta. La incapacidad para regular emociones genera una vulnerabilidad existencial, donde la persona se siente engañada por sí misma, a merced de reacciones imprevisibles.

Este vacío existencial no es solo resultado de estados depresivos, es una herida ontológica, cuyas raíces se hunden en la intersección entre sensibilidad afectiva, déficit regulatorio y turbulencia relacional.

Desregulación en el TLP como ruido social

El TLP no es solo un fenómeno intrapsíquico. Se expresa y perpetúa en contextos relacionales. Estudios recientes apuntan que son los estresores interpersonales —rechazo, inquietud, críticas— los detonantes más comunes de crisis emocionales en TLP. La búsqueda de validación no resuelta y los ciclos de idealización-devaluación dificultan la consolidación de respuestas afectivas coherentes, reforzando los sentimientos de abandono, culpa y fracaso existencial (Schmidt et al., 2025).

Voces del presente: Universales y contextuales

A nivel transcultural, la desregulación emocional mantiene su relevancia como constructo central, atravesando barreras culturales, sociales y generacionales. No obstante, su manifestación adquiere matices propios: la intensidad emocional se mapea sobre determinadas normas culturales; el recurso al silencio, a la somatización o a la tensión corporal varía. Esto sugiere que, aunque la esencia del TLP sea universal, su expresión clínica y su impacto intrapsíquico pueden verse modulados por el contexto socio-cultural.

Concretamente, en su revisión transcultural, Munson et al. (2022) analizaron cómo el TLP se manifiesta y es percibido en diferentes contextos culturales, encontrando que aunque la desregulación emocional constituye un núcleo común, su expresión clínica está fuertemente modulada por las normas culturales locales.

El estudio destaca diferencias notables en las formas de autolesión: en contextos occidentales, predomina la mutilación cutánea visible y directa, mientras que en culturas orientales se observa con mayor frecuencia el envenenamiento o la autolesión más encubierta. Asimismo, los estresores emocionales relevantes varían. En sociedades occidentales, los conflictos interpersonales se identifican como principales desencadenantes afectivos, mientras que en otras culturas estos conflictos pueden manifestarse de forma más internalizada, a través de la somatización o el silencio emocional.

Psicoeducación, mindfulness y reconfiguración emocional

Desregulación emocional en el TLP

El tratamiento dialéctico-conductual (Dialectical Behavior Therapy, DBT, en inglés) es el modelo de referencia para mediar la desregulación emocional en TLP. Su eficacia se basa en tres pilares:

  1. Psicoeducación: enseñar a identificar emociones, reconocer desencadenantes y evaluar respuestas.
  2. Mindfulness: entrenamiento en la atención presente no juzgadora, puente hacia una relación menos reactiva con la experiencia interna.
  3. Entrenamiento en regulación: módulos dirigidos a construir habilidades concretas para reducir la vulnerabilidad emocional, ampliar el repertorio de estrategias adaptativas y modular respuestas impulsivas .

Este enfoque no intenta anestesiar emociones, sino construir una nueva relación con ellas: una basada en respeto, comprensión y acción efectiva.

De la reacción a la resiliencia

La recuperación no es cuestión de eliminar emociones intensas —más bien, de reaprender a moverse entre ellas. La resiliencia emerge cuando la persona con TLP logra:

  • Reconocer la intensidad sin ceder ante ella.
  • Sustituir respuestas impulsivas por decisiones conscientes.
  • Buscar sentido en su relato emocional, integrando sus emociones en una narrativa más coherente.
  • Reconectar con su identidad a través de vínculos más estables.

Este tránsito implica cultivar una madurez emocional, en la que la complejidad afectiva se transforma en una herramienta de conocimiento profundo, no en una amenaza constante.

Nuevas fronteras investigativas en la desregulación emocional en el TLP

Las investigaciones recientes sugieren caminos fecundos:

  • Explorar flexibilidad regulatoria contextual, más allá de la eficacia genérica de estrategias emocionales .
  • Profundizar en los lazos entre regulación emocional y plasticidad neural, particularmente en los circuitos límbico-prefrontales.
  • Estudiar cómo la intervención temprana en Mindfulness puede prevenir la cristalización de un patrón de desregulación crónica.
  • Analizar las intersecciones cultura-localidad, para diseñar intervenciones culturales más pertinentes, sensibles y eficaces.

Conclusión

Más que una falla puntual en la autorregulación, la desregulación emocional en el TLP se revela como una arquitectura psíquica profundamente alterada, en la que la emoción no se experimenta como un estado transitorio, sino como un acontecimiento estructurante. Este modo de habitar la afectividad desafía las categorías clínicas convencionales y pone en entredicho nuestra idea de normalidad emocional.

Aceptar esta configuración no implica romantizar el sufrimiento ni resignarse a él, sino reconocer la necesidad de intervenciones clínicas que no busquen corregir lo anómalo desde una normatividad emocional implícita. En este sentido, el tratamiento debería enseñar a convivir con ellas sin que se colapse el sentido del yo.

Referencias bibliográficas

  • Carpenter, R. W. y Trull, T. J. (2013). Components of emotion dysregulation in borderline personality disorder: a review. Current psychiatry reports15(1), 335. https://doi.org/10.1007/s11920-012-0335-2
  • D’Aurizio, G., Di Stefano, R., Socci, V., Rossi, A., Barlattani, T., Pacitti, F. y Rossi, R. (2023). The role of emotional instability in borderline personality disorder: a systematic review. Annals of general psychiatry22(1), 9. https://doi.org/10.1186/s12991-023-00439-0
  • Martin, S., Del Monte, J y Howard, R. (2025). The relationship between emotional impulsivity (Urgency), aggression, and symptom dimensions in patients with borderline personality disorder. Borderline personality disorder and emotion dysregulation12(1), 19. https://doi.org/10.1186/s40479-025-00292-5
  • Munson, K. A., Janney, C. A., Goodwin, K. y Nagalla, M. (2022). Cultural Representations of Borderline Personality Disorder. Frontiers in sociology7, 832497. https://doi.org/10.3389/fsoc.2022.832497
  • Sanz León, N. (2022)Desregulación emocional e impulsividad en el Trastorno Límite de la Personalidad: Una revisión sistemática (Trabajo Fin de Grado, Universidad de Zaragoza). Repositorio Académico de la Universidad de Zaragoza. https://zaguan.unizar.es/record/155686/files/TAZ-TFG-2022-1365.pdf
  • Schmidt, C., Briones-Buixassa, L., Nicolaou, S., Soler, J., Pascual, J. C. y Vega, D. (2023). Autolesión no suicida en adultos jóvenes con y sin trastorno límite de la personalidad: el papel de la desregulación emocional y la urgencia negativa. Anales de Psicología / Annals of Psychology, 39(3), 345-353. https://doi.org/10.6018/analesps.492631