La depresión, una condición de alta prevalencia a nivel mundial, sigue siendo un desafío terapéutico significativo. A pesar de los avances, un porcentaje considerable de pacientes no logra una recuperación satisfactoria. En este contexto, la inflamación ha comenzado a vislumbrarse como un posible factor clave en la patogénesis de dicho trastorno, ofreciendo nuevas perspectivas para su comprensión y abordaje. A continuación, exploraremos la evidencia científica que vincula la inflamación con la depresión, analizando su impacto en los síntomas y la resistencia al tratamiento.

Una carga creciente con profundo impacto

Inflamación y depresión, inflamatoria y síntomas depresivos

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la depresión mayor afecta a más de 300 millones de personas en el mundo, con un aumento del 18 % entre 2005 y 2015. Distintos ensayos indican que sigue siendo una de las principales condiciones que impactan la calidad de vida de las personas. Más allá de las cifras, su impacto en la vida cotidiana es profundo: afecta relaciones, interfiere con el trabajo o los estudios y, en muchos casos, se asocia con un mayor riesgo de suicidio.

A pesar de los avances en psicofarmacología, muchos pacientes no logran una recuperación completa. Justamente, aunque los antidepresivos reducen gran parte de los síntomas, un tercio de los pacientes no alcanza la remisión, lo que incrementa el riesgo de recaídas y cronicidad. En este sentido, los síntomas residuales más comunes incluyen déficits cognitivos, anhedonia e inhibición social, lo que impacta significativamente la calidad de vida (Erazo, 2020).

Inflamación y depresión: Un vínculo biológico

Por otro lado, el sistema inmunológico, compuesto por células y moléculas especializadas, es fundamental para la defensa del organismo contra agentes patógenos. Cuando se detecta una amenaza, se activa una respuesta inflamatoria que incluye la liberación de citoquinas proinflamatorias. Las mencionadas proteínas, además de combatir infecciones, también tienen la capacidad de afectar el cerebro y contribuir al trastorno. De hecho, estudios recientes han demostrado que los pacientes deprimidos presentan niveles elevados de las señaladas citoquinas proinflamatorias en sangre (Majd et al., 2019).

El papel del estrés psicosocial

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Asimismo, el estrés psicosocial crónico juega un rol clave en la activación del sistema inmunológico y el aumento de la respuesta defensiva del organismo. En este sentido, experiencias prolongadas, como la pérdida de un ser querido o problemas laborales, tienden a desencadenar respuestas de inflamación que impactan el cerebro y favorecen el desarrollo de la depresión. De hecho, se ha demostrado que el estrés crónico se asocia con niveles elevados de citoquinas proinflamatorias en personas con depresión.

Rol adaptativo de la inflamación

La nombrada respuesta pudo haber evolucionado como un mecanismo de defensa ante infecciones y heridas en los primeros humanos. Sin embargo, en la actualidad, dada la menor exposición a patógenos y a la susceptibilidad del estrés psicológico, provocarían una activación inmunológica desregulada. En efecto, comprender dicha dinámica es crucial para abordar la depresión ante la inflamación en contextos contemporáneos, considerando tanto factores psicológicos, como biológicos.

Neuroinflamación y sus efectos en el cerebro

Esta activación del sistema inmune altera la barrera hematoencefálica, facilitando la entrada al cerebro de moléculas inmunitarias que afectan la función neuronal. Así, la interrupción en la comunicación entre el sistema inmune y el sistema nervioso favorece la aparición de síntomas depresivos. Además, la activación de la microglía, las células inmunitarias cerebrales, desempeña un papel clave en la neuroinflamación vinculada a los trastornos del estado de ánimo.

Neurotransmisores, respuesta inflamatoria y síntomas depresivos

Por otra parte, la respuesta inmune alterada impacta la producción de neurotransmisores clave para la regulación emocional. Las citoquinas proinflamatorias disminuyen la disponibilidad de triptófano, esencial para la síntesis de serotonina, y aceleran la degradación de la dopamina. En consecuencia, las alteraciones en la química cerebral intensifican síntomas como la tristeza y la apatía. Además, el proceso de inflamación compromete la plasticidad sináptica, dificultando la capacidad del cerebro para adaptarse y responder a experiencias positivas (Majd et al., 2019).

Resistencia al tratamiento antidepresivo

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Al mismo tiempo, la activación del sistema inmune se ha vinculado con una menor eficacia de los antidepresivos convencionales. Ciertamente, investigaciones indican que los pacientes con niveles elevados de citoquinas proinflamatorias tienen menos probabilidades de responder a los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS). De tal manera, se explica por qué algunos individuos no experimentan mejoría con el tratamiento farmacológico a pesar de recibir el tratamiento adecuado.

Lo anterior sugiere la necesidad de enfoques terapéuticos personalizados que aborden tanto la respuesta inflamatoria como los síntomas depresivos. En dicho caso, la presencia de estos marcadores podría predecir la resistencia al tratamiento, lo que abre la posibilidad de utilizarlos para identificar a quienes requieren enfoques terapéuticos alternativos (Erazo, 2020).

¿Estrategias antiinflamatorias para la depresión?

Estudios recientes han evaluado el potencial de los tratamientos antiinflamatorios como complemento en el abordaje de los trastornos del estado de ánimo. Se ha observado que fármacos como el infliximab, un inhibidor de citoquinas, en algunos casos reducen los síntomas en pacientes con marcadores inmunológicos elevados. Dichos resultados respaldan la idea de personalizar las intervenciones terapéuticas, considerando la respuesta del sistema inmune como un factor clave en ciertos casos de resistencia al tratamiento.

Desafíos y consideraciones futuras

La conexión entre el sistema inmunológico y los trastornos del estado de ánimo plantea una cuestión interesante: si los mismos deben considerarse enfermedades con un componente inflamatorio o no. Aunque ciertos pacientes presentan niveles elevados de marcadores proinflamatorios, no todos los casos siguen tal patrón. Además, la activación inmune también se ha relacionado con otros trastornos psiquiátricos, como la esquizofrenia y el trastorno bipolar, lo que sugiere que es solo uno de los múltiples factores implicados en su desarrollo (Erazo, 2020).

Para comprender mejor dicha interacción, se requieren estudios longitudinales que analicen la evolución de los síntomas en paralelo con los cambios en los biomarcadores inmunológicos. Los mismos podrían esclarecer los mecanismos subyacentes y facilitar el progreso de tratamientos más específicos (Majd et al., 2019).

Conclusión

La relación entre las respuestas inflamatorias y los síntomas depresivos abre una nueva perspectiva en su comprensión y tratamiento. Si bien la presente respuesta no es la única pieza del rompecabezas, su influencia en la aparición y persistencia de los síntomas es innegable. Identificar cómo estos procesos afectan al cerebro sería crucial para revolucionar las estrategias terapéuticas, ofreciendo soluciones más precisas para quienes no encuentran alivio en los tratamientos convencionales.

El futuro de la investigación no solo debe esclarecer los mecanismos que vinculan la respuesta inmune con el bienestar emocional, sino también explorar cómo intervenir de manera efectiva para restaurar el equilibrio en cuerpo y mente. Si te interesa aprender más acerca de la evaluación y diagnóstico de la depresión, te invitamos a nuestro curso sobre el Inventario de Depresión de Beck (BDI).

Referencias bibliográficas

  • Erazo, R. (2020). Depresión e inflamación: ¿Una relación más allá del azar? Revista Médica Clínica Las Condes31(3), 203-209. https://doi.org/10.1016/j.rmclc.2020.02.006
  • Majd, M., Saunders, E. F. H. y Engeland, C. G. (2019). Inflammation and the Dimensions of Depression: A Review. Frontiers in Neuroendocrinology56, 100800. https://doi.org/10.1016/j.yfrne.2019.100800