El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, quinta edición revisada (DSM-5-TR), representa una piedra angular en la psiquiatría moderna. Su intención declarada es ofrecer un lenguaje común para describir los trastornos mentales, estandarizando el diagnóstico en contextos clínicos, educativos y de investigación. Sin embargo, detrás de su aparente objetividad se encuentran tensiones epistemológicas y críticas que cuestionan la validez y utilidad de esta herramienta en el panorama de la salud mental. Porque… ¿Hasta qué punto un manual puede realmente comprender y categorizar el sufrimiento humano en toda su diversidad? Veamos los límites inherentes al DSM-5-TR, examinando las bases conceptuales del manual diagnóstico, implicaciones prácticas y críticas académicas.

La construcción de la enfermedad mental

La definición de los trastornos mentales en el DSM-5-TR se basa en criterios observables y descriptivos, evitando teorías causales. Este enfoque emana de una tradición empírica que intenta minimizar la subjetividad diagnóstica. Ahora, este reduccionismo también limita la comprensión de los fenómenos mentales en toda su complejidad (Pickersgill, 2022).

Por ejemplo, el concepto de trastorno en el manual del DSM se define como una disfunción clínicamente significativa en los procesos psicológicos, biológicos o del desarrollo. Pero… Esta definición no solo es vaga, sino que también depende de juicios de valor sobre qué constituye una función normal. Además, muchos críticos, como Kendler y Parnas (2012), señalan que esta categoría ignora los aspectos culturales y contextuales que influyen en la experiencia del sufrimiento.

La ampliación de los límites diagnósticos en el manual

Ahora bien, uno de los aspectos más controvertidos del manual diagnóstico es una especie de tendencia a la medicalización de la experiencia humana. Con esto, condiciones previamente consideradas como variaciones normales de la conducta, como el duelo o la timidez extrema, han sido reclasificadas como trastornos (Frances, 2022).

Por ejemplo, el duelo complicado prolongado fue incorporado como diagnóstico específico. Algo que generó un debate sobre si esta inclusión patologiza procesos humanos universales. Pues es una inclusión que subraya cierta tensión constante: la necesidad de clasificar experiencias humanas heterogéneas en criterios concretos y replicables. Pero esto puede llevar a reducir procesos intrínsecamente humanos, como el duelo, a patrones normativos que no siempre reflejan la diversidad emocional y cultural.

¿Qué pasa con el sobrediagnóstico en el DSM?

La expansión diagnóstica también plantea preocupaciones prácticas y éticas. Al fin y al cabo, ¿el sobrediagnóstico no puede conducir al uso excesivo de medicamentos, exponiendo a los pacientes a efectos secundarios innecesarios y estigmatización? Por no decir que esta tendencia refuerza una narrativa biomédica que marginaliza enfoques alternativos, como la terapia psicológica e intervenciones comunitarias.

La validez y fiabilidad diagnóstica bajo escrutinio

manual DSM

Por otro lado, el manual también ha sido criticado por sus problemas de validez y fiabilidad. Aunque sus criterios han sido revisados para mejorar la consistencia diagnóstica, no es nada nuevo que las tasas de acuerdo entre clínicos siguen siendo modestas en ciertos trastornos. Una inconsistencia que plantea preguntas fundamentales.

Por ejemplo, la categoría de trastornos de personalidad sigue siendo una de las más debatidas desde hace tiempo en el DSM. Manual que refleja las resistencias internas de la comunidad psiquiátrica y la falta de consenso sobre su aplicación (Morey et al., 2015).

La perspectiva cultural y el DSM

Otro límite significativo es la insuficiente consideración de las diferencias culturales. Y eso que se han introducido herramientas como la “Entrevista Cultural” para contextualizar el diagnóstico, pero estas medidas siguen siendo accesorias en lugar de centrales. Algo que, al final, perpetúa un sesgo etnocéntrico que puede llevar a diagnósticos erróneos o inadecuados en poblaciones no occidentales (Aggarwal et al., 2020).

Mismamente, la depresión se manifiesta de maneras distintas según el contexto cultural. Mientras que en las culturas occidentales predominan los síntomas afectivos, en otras culturas pueden predominar las quejas somáticas o sociales. El DSM-5-TR sí reconoce esta variabilidad, pero carece de directrices claras sobre cómo integrarla en la práctica clínica.

Y ojo, no hay que olvidar que el marco nosológico del DSM-5-TR, al priorizar el diagnóstico categorial sobre el dimensional, limita aún más la posibilidad de captar matices culturales. Porque la dimensión permite explorar cómo un síntoma varía en intensidad y expresión entre personas, pero la categorización exige que los síntomas encajen en moldes predefinidos. ¿Esto refuerza la tendencia a patologizar lo que, en algunos contextos, podría ser una respuesta adaptativa al entorno?

Los límites en la aplicación clínica

En la práctica clínica, el DSM-5-TR actúa como una guía, no como un sustituto del juicio profesional. Sin embargo, su uso mecanicista puede llevar a diagnósticos simplistas que no reflejan la complejidad del individuo. Además, la categorización diagnóstica puede influir en la forma en que los pacientes perciben su propia identidad, reforzando etiquetas que pueden ser más perjudiciales que beneficiosas.

manual DSM

¿No ocurre algo así con el diagnóstico de trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) en niños? Aunque el DSM-5-TR proporciona criterios detallados, estos pueden ser aplicados de manera inconsistente, llevando a una sobremedicación y patologización de conductas normales de la infancia.

No todo es “negativo”

No tenemos que ignorar tampoco que ha permitido que psicólogos, psiquiatras, médicos y otros especialistas hablen un lenguaje común, esencial en contextos clínicos, investigaciones científicas y colaboraciones interdisciplinarias.

Además de la incorporación de actualizaciones basadas en evidencia empírica. Por ejemplo, la introducción de diagnósticos más específicos, como el trastorno del espectro autista (que reemplazó al diagnóstico de trastornos generalizados del desarrollo), y la reformulación de categorías como los trastornos relacionados con sustancias, representan avances que responden a nuevas investigaciones y sensibilidades clínicas.

Y, junto a lo anterior, el DSM también ha sido clave para desestigmatizar ciertos trastornos mentales, al proporcionar un marco clínico que legitima experiencias previamente ignoradas o incomprendidas. Por lo que, aunque aún quedan desafíos por superar en este ámbito, hay un esfuerzo que refleja una creciente conciencia sobre la necesidad de adaptar los modelos diagnósticos a la diversidad humana.

Un aspecto para pensar

Y es la influencia indirecta en cómo las sociedades entienden y regulan las políticas de salud mental y los seguros médicos. Más allá de su rol clínico y académico, el DSM actúa como una herramienta que guía la asignación de recursos y la cobertura de tratamientos en muchos sistemas de salud, especialmente en países como Estados Unidos (EE. UU.). Con base a esto, hay una especie de transformación un documento inicialmente diseñado para la práctica clínica en un instrumento con consecuencias socioeconómicas significativas.

Por ejemplo, al establecer criterios diagnósticos específicos, el DSM define qué condiciones califican como tratables dentro de ciertos sistemas de seguros. Esto significa que, en algunos casos, un paciente puede acceder a servicios de salud mental solo si cumple con los criterios exactos de un diagnóstico.

Conclusión

El DSM-5-TR, como brújula diagnóstica, no solo organiza el caos aparente de los trastornos mentales, sino que también representa un esfuerzo monumental por categorizar lo inasible: la mente humana en su sufrimiento. Sin embargo, más que un simple manual, el DSM es un espejo de la época, cargado de las tensiones de una ciencia que intenta casar lo subjetivo con lo objetivo, lo cultural con lo universal, y lo humano con lo clínico.

Desde una perspectiva psicológica, es pertinente reflexionar que el DSM no define la patología tanto como modela nuestra percepción de ella. La realidad que codifica no es absoluta; es una narrativa consensuada por expertos, útil, pero no definitiva. Entonces… ¿Qué experiencias humanas son patologizadas por conveniencia diagnóstica o presión social? ¿Cómo influyen los valores culturales y las estructuras de poder en la construcción de lo normal y lo anormal?

Referencias bibliográficas

  • American Psychiatric Association. (2022). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, Fifth Edition, Text Revision (DSM-5-TR). American Psychiatric Publishing.
  • Aggarwal, N. K., Jarvis, G. E., Gómez-Carrillo, A., Kirmayer, L. J. y Lewis-Fernández, R. (2020). The Cultural Formulation Interview since DSM-5: Prospects for training, research, and clinical practice. Transcultural psychiatry57(4), 496-514. https://doi.org/10.1177/1363461520940481
  • Frances, A. (2022). Saving Normal: An Insider’s Revolt Against Out-of-Control Psychiatric Diagnosis, DSM-5, Big Pharma, and the Medicalization of Ordinary Life. HarperCollins.
  • Hinshaw, S. P. y Scheffler, R. M. (2022). The ADHD Explosion: Myths, Medication, Money, and Today’s Push for Performance. Oxford University Press.
  • Kendler, K. S. y Parnas, J. (Eds.). (2012). Philosophical issues in psychiatry II: Nosology. Oxford University Press.
  • Morey, L. C., Benson, K. T., Busch, A. J. y Skodol, A. E. (2015). Personality disorders in DSM-5: emerging research on the alternative model. Current psychiatry reports17(4), 558. https://doi.org/10.1007/s11920-015-0558-0
  • Pickersgill, M. (2022). Debating DSM-5: Diagnosis and the Sociology of Critique. Social Theory & Health, 18(2), 157-173. https://doi.org/10.xxxx/yyyy