Si hay algo estable en la vida, paradójicamente, es el cambio. Lo que gustó ayer, puede que mañana ya no. Y es que, al igual que cambia nuestro entorno, también cambiamos nosotros. Ya sean preferencias, ideas, pensamientos o creencias, entre otros. En fin, desde lo más superficial hasta lo más trascendental, la vida trata de eso. Es irónico, sin embargo, como aún sabiendo que esto sucede y es inevitable, cuesta aceptarlo. Así, surge la pregunta: ¿Por qué nos resistimos al cambio? Intentemos darle respuesta a un interrogante que, seguro, nos hemos hecho más de una vez.
La resistencia al cambio como un aspecto natural
Probablemente, en más de una ocasión, se opta por postergar una tarea. Esta es una clara manifestación de resistencia.
Si bien es cierto que esto puede revertirse, es importante comprender que dicha “fortaleza” para el cambio, esa capacidad de “luchar a contracorriente” y aplazar la posible recompensa inmediata por la satisfacción posterior a largo plazo, es todo un reto.
¿Por qué? Por la lucha interior experimentada, que tiene una base neurobiológica que moldea, sin darnos cuenta, cómo se sobrelleva dicho cambio.
La resistencia al cambio desde una visión neurobiológica
Resulta que la resistencia al cambio tiene su base en unas estructuras neurobiológicas que se conocen como ganglios basales. Núcleos de sustancia gris (zona del sistema nervioso central en la que se encuentran los cuerpos neuronales, dendritas, células de sostén) localizados en medio de la sustancia blanca (tejidos nerviosos de conjuntos de axones neuronales) de la región subcortical.
Debido a esta especie de “programación neurobiológica” cuesta tanto incorporar nuevas rutinas, pues van en contraposición a las propias vías neurofisiológicas. Así pues, los cuerpos de células participan activamente en comportamientos automáticos.
¿Cuál es la función de los ganglios basales?
Estas estructuras se encargan, principalmente, del depósito de la memoria motora de las tareas rutinarias que se realizan.
Por ejemplo, cuando estamos conduciendo de camino a casa, al ser un trayecto que nos resulta familiar, nuestro cuerpo se encarga de seguir la ruta correspondiente.
El fin de este tipo de actividades es ahorrar energía para evitar utilizar la memoria de trabajo.
Ahora, imaginemos que debemos cambiar de ruta. Nuestros sistemas se pondrán en alerta, pues debemos prestar atención a la nueva dirección, recordar los detalles que observamos e ir memorizando poco a poco la información.
Con dicha premisa es lógico pensar que el cuerpo prefiera evitar este tipo de modificaciones.
Por lo tanto, el cuerpo, neurobiológicamente hablando, rechaza el cambio. Pues este supone un uso de energía extra que, por lo general, se intenta evitar. Como una forma de mantener un estado de equilibrio conocido como homeostasis (Ryback, 2017).
El rol de la memoria de trabajo y la neocorteza
La memoria de trabajo está encargada de mantener activa cierta información durante un periodo corto. No obstante, tal función también incluye la capacidad de tener en mente los objetivos que se quieren alcanzar, encontrando una solución a los problemas.
Ahora, si se conecta esta información con el rol de los ganglios basales, podríamos decir que la resistencia al cambio se produce cuando se rechaza alguna actividad que implique una espera a largo plazo y, por lo tanto, se prefiere una acción que derive en una gratificación inmediata.
Y es que, en ese sentido, cuando se quiere cambiar algo de una forma más consciente, se ha de recurrir a otra área cerebral como la neocorteza, relacionada a la toma de decisiones.
No obstante, esto require de un mayor nivel de esfuerzo, por lo que es más probable que la motivación decaiga en el intento. Aspecto muy común cuando se intenta incorporar el ejercicio físico a una rutina, por ejemplo (Ryback, 2017).
¿Qué solemos sentir ante los cambios para resistirnos?
Se tiende a buscar un espacio cómodo y seguro para uno mismo.
Por esta razón, no es sencillo probar nuevas experiencias o situaciones, pues lo que es desconocido puede producir miedo. Emocionalmente, también se tiende a resistirse al cambio.
Otra sensación muy común es la de la pérdida de control, aspecto que puede causar ansiedad al no poder encontrar una zona “segura”.
De igual manera, la incertidumbre es otra sensación que por lo general se procura evitar, pues cuando no se ve un camino claro por el que transitar, cuesta confiar en lo que se está haciendo.
Por otro lado, aspectos como la vergüenza o el miedo a la incompetencia son muy comunes, dado que ante lo desconocido no se deja de enfrentar nuevos desafíos que ponen a prueba capacidades que, junto con el el miedo al fracaso, pueden resultar paralizantes (Wood y Rünger, 2016).
Estrategias básicas para aliviar la resistencia al cambio
Como hemos visto a lo largo de la nota, todos nos resistimos al cambio. Y, a pesar de ello, tenemos que lidiar con algunos cambios que, sean más o menos trascendentales en nuestra vida, pueden generar mucha molestia.
Por tal motivo, es necesario desarrollar algunas competencias para poder sobrellevarlos de mejor manera. Existen algunas estrategias que, generalmente, ayudan a que se acepte el cambio. Las revisamos brevemente a continuación (Harvey y Broyles, 2010).
- Poder – Coerción
En este tipo de estrategias la base es la presión. Como resultado, se produce un cambio abrupto a corto plazo.
Por ejemplo: Cuando un padre le grita a su hijo para que ordene en ese mismo momento su habitación. Si bien es cierto que el niño lo hará, a largo plazo, poco a poco, este tipo de dinámicas generarán una mayor resistencia.
- Racionales – Empíricas
Esta estrategia implica una explicación racional para motivar un cambio, pues se espera que, a partir de una nueva información, exista suficiente argumentación para la modicación de la conducta.
Por ejemplo: Cuando se le explica a alguien que fuma que el cigarrillo es nocivo para la salud.
Por más argumentos utilizados, es muy probable que no haya un cambio.
Como hemos visto, promoverlo a partir de dicha estrategia suele ser ineficaz.
- Normativas – Reeducativas
Estrategias que buscan identificar las recompensas de los cambios. Por este motivo, se conectan con el sistema emocional. Esto es, el sistema de recompensa cerebral. Requieren de más tiempo, pero resultan ser las más eficientes. Por lo que pueden aliviar la sensación de molestia que se produce cuando hay resistencia al cambio.
Conclusión
Somos seres de hábitos y costumbres. Los cambios simbolizan, entre otras cosas, salir de la zona de confort y abrir espacio a nuevas posibilidades.
Esto no es nada fácil, pero sin duda alguna se puede desarrollar nuestra capacidad de adaptación para hacer de las nuevas experiencias algo de lo que enriquecerse.
Aunque incluso si, neurobiológicamente, nos resistimos al cambio, la aceptación de este será, sin lugar a dudas, el inicio de un nuevo camino por descubrir.
Referencias bibliográficas
- Harvey, T. R. y Broyles, E. A. (2010). Resistance to Change: A Guide to Harnessing Its Positive Power. R&L Education.
- Ryback, R. (25 de enero de 2017). Why We Resist Change: How behavioral inertia affects success in exercise and weight loss goals. Psychology Today. https://www.psychologytoday.com/us/blog/the-truisms-wellness/201701/why-we-resist-change
- Wood, W. y Rünger, D. (2016). Psychology of Habit. Annual Review of Psychology, 67, 289-314. https://doi.org/10.1146/annurev-psych-122414-033417