“Si no lo castigo, no aprende”, “Solo así se dará cuenta que eso no se hace”, “Lo castigo pero aún sigue haciéndolo”, “Ya no sé qué hacer para que lo entienda”. Desde hace mucho tiempo, el castigo es uno de los principales métodos empleados por padres, profesionales y cuidadores sobre los niños. Se aplica con el objetivo de conseguir respeto y obediencia. Sin embargo, existen diversas consecuencias a causa del mismo. La disciplina positiva propone una perspectiva y reflexión educativa muy interesante acerca del castigo.

Disciplina positiva: Una guía respetuosa

La disciplina positiva es un método que busca transmitir saberes y valores con bondad y firmeza, evitando caer en estilos de crianza extremos como el autoritarismo o la sobreprotección.

Esta disciplina, es una herramienta que permite a los progenitores o cuidadores entender la actitud del menor en un momento de mal comportamiento. Favoreciendo, así, la comunicación a través del diálogo, de que su actuar está siendo equívoco y, de esta manera, lograr que el niño comprenda lo que es correcto. ¿El fin? Poder reconducirlo con respeto y sin luchas de poder (Rojas Maldonado et al., 2016).

Un principio básico de esta teoría radica en el hecho que todas las personas merecen ser tratadas con dignidad y respeto. Y, a su vez, reconocer la importancia del adulto como guía del proceso de formación (Portilla Castellanos, 2015).

Según la psicóloga y educadora Jane Nelsen, la misma se basa en la comunicación, el amor, entendimiento y empatía, con la intención de enseñar al pequeño competencias básicas para la vida.

¿Qué es el castigo?

El castigo según la disciplina positiva

El castigo es la forma en que se aplica la fuerza por parte de los padres de familia o cuidadores de los niños, donde ejercen el abuso de poder.

Esto puede generar daños físicos o emocionales en el niño.

Con esto, es un proceso que se enfoca en los errores del niño. Así como también, se fundamenta en que se debe hacer sufrir al mismo para ayudarlo a entender lo que ha hecho mal y evitar que lo vuelva a hacer.

Es decir que, cuando los padres ejercen el castigo, lo hacen con el objetivo de corregir comportamientos del menor (Rojas Maldonado et al., 2016).

En este caso, nos referimos a diferentes tipos de castigo

  • Físico: Emplear la fuerza física como palmadas, bofetadas, pellizcos y azotar. 
  • Verbal: Formas de humillar, ofender, ridiculizar, menospreciar de manera verbal. 
  • Suspensión de recompensas: Prohibir o restringir permisos, salidas, actividades, objetos. 

¿Por qué castigamos?

El castigo es una estrategia que puede emplearse para conseguir obediencia, respeto a los padres o acatamiento de las normas, así como también para establecer límites claros y firmes.

Si con nuestros actos y palabras hacemos que el menor se sienta culpable, poco o nada estamos aportando para que pueda convertirse en una persona responsable, capaz de gestionar y solucionar de una forma eficaz y autónoma los diferentes conflictos a lo largo de su vida (García Vega, 2020). 

El rol del adulto

El adulto es el responsable de despertar la conciencia, motivar la capacidad empática y fomentar valores.

Educación

Por lo tanto, también debe encargarse de facilitar la adquisición de metas claras y firmes.

Además, la capacidad de demostrar firmeza en determinadas situaciones permite que el respeto sea mutuo.

Pues, no se debe olvidar que hay un niño que también debe ser respetado, y para lograrlo hay que procurar dirigirse a él de manera amable y afectiva.

Por herencia

En ocasiones, se castiga porque así se ha educado en generaciones anteriores, y parece que ha funcionado. Esto se da sin parar a pensar que pueden existir otros métodos, y que es muy posible que mediante diferentes alternativas, las cosas funcionen mejor.

Como respuesta cómoda

El castigo puede ser una respuesta cómoda, rápida y fácil ante una situación que no se sabe manejar. Así, si el niño en repetidas ocasiones ha actuado de una forma inadecuada, y ya no se sabe qué medidas tomar, se opta por el castigo.

Esto puede suceder porque la desesperación deja sin ideas ni estrategias que aplicar. O sino, porque se considera que generando culpa o disgusto en el otro, hay más posibilidades de que desaparezca el mal comportamiento.

Por lo tanto, es una respuesta no procesada que, al fin y al cabo, deja en evidencia el propio estado emocional y escasez de herramientas para afrontar la situación.

Como respuesta impulsiva y primitiva

El castigo es una respuesta emocional e impulsiva que ofrecemos desde el cerebro más primitivo e inconsciente, por lo tanto, es muy probable que pasados unos instantes se experimente arrepentimiento.

En realidad, somos animales, y este tipo de respuesta forma parte del instinto de supervivencia.

Y es que, ante un estímulo recibido como amenaza o peligro, la respuesta más primitiva es la de protegerse y ahuyentar ese peligro.

No obstante, al ser una especie dotada de raciocinio tenemos el gran privilegio de entrenar la capacidad de reflexión y dar una respuesta que atienda a valores más abstractos, como el respeto, comprensión y tolerancia (García Vega, 2020).

No aprovechar el conflicto con el fin de encontrar soluciones

Generalmente, aquellas personas que utilizan el castigo no aprovechan el conflicto con el fin de encontrar soluciones. Sino que, pueden ampararse en la idea de que culpabilizar al otro por sus actos, en lugar de reflexionar y meditar, es la forma de convertir esa culpa en responsabilidad.

Sin embargo, la culpa no ayuda a que el niño elimine la mala conducta. Por el contrario, puede desencadenar comportamientos de resentimiento, cobardía y baja autoestima.

Entonces… ¿Es necesario el castigo en la educación?

Está muy extendida la creencia que considera que para que un niño “aprenda la lección” y obedezca, necesita vivir una experiencia negativa, dolorosa o desagradable.

Jane Nelsen, una de las figuras más representativas dentro de la disciplina positiva actual, expuso una frase que puede servir de reflexión:

¿De dónde hemos sacado la loca idea de que para que los niños se porten mejor antes hay que hacerles sentirse peor?”. Si el niño vivencia una situación desagradable a consecuencia de su comportamiento… ¿Creéis que adquiere así un aprendizaje? ¿Es probable que lo repita? ¿Se buscará la manera de hacerlo, desarrollando la picardía y astucia de que no lo descubran?

Conclusión

La culpa no ayuda a que el niño elimine la mala conducta, sino que puede desencadenar comportamientos de resentimiento, cobardía y baja autoestima. 

Tal vez deje de realizar esa acción, pero si el método empleado es el castigo… ¿Dejará de hacerlo porque ha comprendido y razonado que eso no está bien, o por el miedo a las represalias?

La obediencia por temor no es aprendizaje. De esta forma, lo que puede fomentarse tratando de lograr el acatamiento desde el miedo a ser castigado, es que el menor actúe movido por el temor y motivado por el interés de ser premiado, pero no porque reflexione acerca de si lo que ha hecho está bien o mal.

Referencias bibliográficas

  • García Vega, L. (2020). Castigar no es educar: Todas las ventajas de la disciplina positiva. La esfera de los libros.
  • Portilla Castellanos, S. A. (2015). Disciplina positiva una estrategia de amor para la promoción de pautas de crianza y manejo de las emociones. Cuadernos de Pedagogía, (5), 9-14. http://hdl.handle.net/20.500.12749/13838
  • Rojas Maldonado, A. P., Sanabria López, D. P. y Suárez López, C. J. (2016). Material educativo sobre la disciplina positiva, como una alternativa al castigo físico y humillante. [Trabajo de Grado, Pontificia Universidad Javeriana]. Repositorio Institucional, Pontificia Universidad Javeriana.