La violencia en las relaciones de pareja es un fenómeno complejo y multifacético que ha sido objeto de estudio en diversas disciplinas, especialmente en la psicología. Así pues, comprender las dinámicas subyacentes a este tipo de violencia es esencial para desarrollar intervenciones efectivas y prevenir su perpetuación. Uno de los modelos más reconocidos para explicar la perpetuación de la violencia en la pareja es el ciclo de la violencia, propuesto por la psicóloga Lenore E. Walker (1979). Modelo que describe un patrón cíclico de comportamientos que se repiten y que dificultan la salida de quien recibe la violencia de la relación abusiva. Veamos las fases de este ciclo, sus implicaciones psicológicas y las posibles vías de intervención.

Un caso para ver el ciclo de la violencia

L. H. acudió a consulta tras ser hospitalizada por una crisis de ansiedad severa. Su hermana fue quien insistió en que buscara ayuda psicológica. En la evaluación inicial, L. H. mostró signos de agotamiento emocional, hipervigilancia y sentimientos de culpa desproporcionados. En la entrevista clínica, describió que su relación con J. V. había cambiado en los últimos dos años y que, aunque intentaba minimizarlo, sabía que estaba atrapada en un patrón cíclico de abuso.

Fase 1: Acumulación de tensión

El ciclo de la violencia comienza con una fase de acumulación de tensión, donde se producen pequeños incidentes de maltrato psicológico o emocional. Quien ejerce la violencia puede mostrar irritabilidad, celos o comportamientos controladores, mientras que la persona en situación de violencia intenta apaciguar la situación, a menudo minimizando la gravedad de los incidentes. Esta fase puede durar días, semanas o incluso meses, y crea un ambiente de ansiedad y anticipación en la persona en situación de violencia.

Caso

ciclo de la violencia

El maltrato en la relación no comenzó con violencia explícita, sino con conductas sutiles de control. J. V. se mostraba cada vez más irritable y celoso sin justificación aparente. L. H. relató que, al principio, interpretó estas conductas como “pruebas de amor” y creyó que si demostraba suficiente afecto y comprensión, su pareja cambiaría.

Con el tiempo, J. V. empezó a descalificarla en público, criticar su vestimenta y cuestionar sus amistades. En casa, mantenía una actitud tensa, respondía con sarcasmo y dejaba de hablarle durante días cuando algo le molestaba. L. H. comenzó a evitar cualquier comportamiento que pudiera enfurecerlo, adaptándose a sus exigencias para “mantener la paz”.

Fase 2: Incidente agudo de violencia

La acumulación de tensión culmina en un episodio de violencia aguda, que puede ser física, sexual o emocional. Y es que, este es el momento más corto pero más intenso del ciclo, donde quien al ejerce descarga la tensión acumulada. El individuo perjudicado puede experimentar lesiones físicas, traumas psicológicos y un profundo sentimiento de vulnerabilidad.

Caso

Una noche, tras regresar de una cena con amigas, L. H. encontró a J. V. en el sofá con el rostro serio. Sin decir una palabra, le mostró su teléfono, donde había revisado sus mensajes sin permiso. En su mente, L. H. supo que cualquier intento de explicación sería inútil. Cuando intentó hablar, J. V. la empujó contra la pared, gritándole que lo estaba humillando y que “sabía perfectamente lo que hacía”.

Aterrorizada, L. H. se quedó paralizada. J. V. golpeó un mueble con el puño y la tomó del brazo con fuerza, dejándola con hematomas. Esa noche, ella durmió en el sofá, incapaz de procesar lo que había sucedido. Al día siguiente, cuando se vio en el espejo, notó la marca en su brazo y pensó en irse de la casa, pero no lo hizo.

3: Arrepentimiento o “Luna de Miel”

ciclo de la violencia

Tras el episodio violento, el ejecutor de violencia puede mostrar remordimiento, pedir perdón y prometer cambios. La fase, conocida como la “luna de miel”, se caracteriza por comportamientos afectuosos y atenciones especiales hacia la persona damnificada. Esta, deseando creer en la posibilidad de cambio, puede aceptar las disculpas y mantener la esperanza de que la violencia no se repetirá (Johnson, 2008).

Caso

Horas después del incidente, J. V. entró en el baño mientras L. H. se miraba en el espejo. Con lágrimas en los ojos, le pidió perdón repetidamente, asegurando que “no sabía qué le había pasado” y que ella “merecía algo mejor”. Compró flores, preparó su desayuno favorito y la colmó de halagos. L. H., aún conmocionada, quiso creer en su arrepentimiento, recordando los buenos momentos de la relación. J. V. le prometió que buscaría ayuda, que nunca más volvería a perder el control y que haría todo lo posible por ser mejor persona. Durante esa semana, todo parecía volver a la normalidad: él estaba atento, cariñoso y no discutían por nada.

Y 4: Calma aparente

Después de la fase de arrepentimiento, la relación entra en un período de calma aparente, donde no se producen incidentes violentos. No obstante, si no se abordan las causas subyacentes de la violencia, el ciclo tiende a reiniciarse, y la fase de acumulación de tensión comienza de nuevo.

Caso

En los días siguientes, L. H. empezó a convencerse de que lo ocurrido había sido un “error aislado”. J. V. no volvió a mencionarlo y retomaron su rutina cotidiana. Sin embargo, aunque no había discusiones, L. H. se sentía constantemente en estado de alerta, preocupada por decir o hacer algo que lo molestara. Las señales de control seguían presentes: J. V. insistía en revisar su teléfono “para evitar malentendidos”, hacía comentarios despectivos sobre sus amigas y cuestionaba su forma de vestir. L. H. justificaba estas actitudes argumentando que él tenía problemas con su autoestima y que solo necesitaba apoyo. Sin darse cuenta, se fue adaptando nuevamente a sus reglas.

Con el tiempo, la tensión empezó a acumularse otra vez. J. V. comenzó a mostrarse más impaciente, con cambios bruscos de humor y largos silencios. L. H. lo notó, pero en lugar de confrontarlo, intentó ser más comprensiva, más atenta, más complaciente. Finalmente, semanas después, ocurrió otro episodio de violencia, esta vez más grave.

Implicaciones psicológicas del ciclo de la violencia

La repetición de este ciclo tiene profundas implicaciones psicológicas. En consecuencia, la alternancia entre el maltrato y las muestras de afecto puede generar una fuerte dependencia emocional hacia el opresor, dificultando la ruptura de la relación.

Además, el sujeto oprimido puede desarrollar síntomas de trastorno de estrés postraumático (TEPT), depresión y ansiedad. Como resultado, la exposición constante a la violencia y la manipulación emocional puede erosionar la autoestima y llevarle a creer que merece el maltrato o que no tiene opciones fuera de la relación (Walker, 2009).

Factores que perpetúan el ciclo de la violencia

Entre ellos se encuentran las creencias culturales que normalizan la violencia, la dependencia económica, el aislamiento social y la falta de recursos de apoyo. Con esto, quien ejerce la violencia puede utilizar tácticas de manipulación y control para mantener al otro en la relación, como amenazas, coerción y minimización de la violencia (Campbell, 2002).

Un modelo similar e interesante

Hablamos del Modelo General de Agresión (The General Aggression Model, GAM, en inglés). Que surge como una integración de diversas teorías psicológicas sobre la agresión, con el objetivo de proporcionar un marco unificado para entender cómo y por qué se manifiestan los comportamientos agresivos. Fue desarrollado principalmente por Craig A. Anderson y Brad J. Bushman a partir de los años 90, y ha sido refinado en estudios posteriores (Anderson y Bushman, 2002).

Algunas diferencias con el ciclo de la violencia

Mientras que el GAM describe la agresión como el resultado de la interacción entre factores personales (historia de aprendizaje, personalidad) y situacionales (estrés, consumo de sustancias, provocación), el ciclo de la violencia de Walker explica cómo la violencia en la pareja se mantiene a través de fases repetitivas de tensión, agresión, arrepentimiento y calma.

Por otro lado, desde la perspectiva del GAM, cada episodio de violencia actúa como un refuerzo que fortalece estructuras cognitivas agresivas, haciendo que la agresión futura sea más probable, algo que coincide con la progresión cíclica descrita por Walker.

Además, el GAM enfatiza que la agresión no ocurre de forma aislada, sino que está influida por la exposición previa a la violencia y la normalización del abuso, lo que también es central en la idea de la repetición y escalamiento del maltrato en el ciclo de la violencia (Allen et al., 2018).

Intervenciones y estrategias de prevención

Definitivamente, romper el ciclo de la violencia requiere intervenciones a múltiples niveles. A nivel individual, la terapia psicológica puede ayudar a la persona perjudicada a reconstruir su autoestima, desarrollar habilidades de afrontamiento y planificar una salida segura de la relación. Por otra parte, a nivel comunitario, esencial proporcionar recursos de apoyo, como refugios y líneas de ayuda. Así como promover campañas de concienciación para cambiar las actitudes culturales que toleran la violencia. Y, en cuanto a legal, fundamental implementar y hacer cumplir leyes que protejan a un lado y responsabilicen al otro (o a ambos).

Para interrumpir la transmisión intergeneracional de la violencia familiar, las intervenciones más efectivas incluyen sesiones de terapia individualizadas a largo plazo y visitas domiciliarias para mejorar las prácticas de crianza. Una mayor frecuencia y duración de las intervenciones pueden tener efectos más duraderos (Livings et al., 2023).

Conclusión

En fin, comprender el ciclo de la violencia en pareja implica reconocer que no se trata de una simple repetición de eventos aislados, sino de un sistema de interacciones psicológicas, emocionales y sociales profundamente arraigado en la identidad de quienes lo viven. La violencia atrapa a la persona afectada, y lo hace por medio de la manipulación cognitiva, la distorsión del afecto y la resignación aprendida que acaba por moldear su percepción del mundo.

Ahora, el peligro más insidioso de este ciclo no es la agresión en sí misma, es la forma en que reconfigura la idea de lo posible: la persona atrapada en la dinámica deja de concebirse a sí misma como un sujeto con agencia y comienza a operar dentro de los límites que el otro ha instaurado, interiorizando la lógica del abuso como si fuera la única realidad existente. 

Referencias bibliográficas

  • Allen, J. J., Anderson, C. A. y Bushman, B. J. (2018). The General Aggression Model. Current opinion in psychology19, 75-80. https://doi.org/10.1016/j.copsyc.2017.03.034
  • American Psychiatric Association. (2013). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (5th ed.). Arlington, VA: American Psychiatric Publishing.
  • Anderson, C. A. y Bushman, B. J. (2002). Human aggression. Annual Review of Psychology, 53(1), 27-51. https://doi.org/10.1146/annurev.psych.53.100901.135231
  • Campbell, J. C. (2002). Health consequences of intimate partner violence. The Lancet, 359(9314), 1331-1336.
  • Johnson, M. P. (2008). A Typology of Domestic Violence: Intimate Terrorism, Violent Resistance, and Situational Couple Violence. Northeastern University Press.
  • Livings, M. S., Hsiao, V. y Withers, M. (2023). Breaking the Cycle of Family Violence: A Critique of Family Violence Interventions. Trauma, violence & abuse24(4), 2544-2559. https://doi.org/10.1177/15248380221098049
  • Walker, L. E. (1979). The Battered Woman. Harper & Row.
  • Walker, L. E. (2009)The Battered Woman Syndrome (3rd ed.). Springer Publishing.