El maltrato infantil ha sido identificado como un factor de riesgo significativo para el desarrollo de comportamientos delictivos violentos en la adolescencia. Sin embargo, la relación entre estas experiencias tempranas y la posterior conducta violenta no es lineal ni inevitable. Factores contextuales, como el entorno escolar, desempeñan un papel crucial en la mediación ante el maltrato y modulación de este vínculo, ofreciendo oportunidades para la intervención y prevención. Veamos cómo las características del entorno escolar influyen en la trayectoria de jóvenes que han experimentado maltrato, y qué tiene que ver la mediación en el entorno escolar en ello.

El maltrato infantil como precursor de la delincuencia violenta

mediación en el entorno escolar

Sabemos que las experiencias de maltrato durante la infancia alteran significativamente el desarrollo emocional y cognitivo. Dichas alteraciones se manifiestan en dificultades para regular las emociones, establecer relaciones interpersonales saludables y desarrollar estrategias de afrontamiento efectivas. Lo anterior, aumenta la vulnerabilidad hacia comportamientos agresivos y delictivos en etapas posteriores de la vida.​

Factores de riesgo asociados

En este sentido, investigaciones han identificado que ser de género masculino y experimentar una crianza parental deficiente son predictores significativos de la delincuencia violenta en adolescentes que han sufrido maltrato. Adicionalmente, estos factores pueden interactuar, exacerbando la probabilidad de involucramiento en actividades delictivas (Crooks et al., 2007).

Ahora, sobra decir que no todos los individuos que han sido receptores de maltrato infantil desarrollan conductas violentas o delictivas. Hecho que pone en evidencia la enorme plasticidad de la psique humana y la capacidad de resiliencia que muchas personas logran desplegar, incluso en contextos de adversidad extrema.

Entorno escolar como factor de mediación

Por otro lado, es importante mencionar que el entorno escolar actúa como un ecosistema psicosocial que no solo educa, sino que moldea. En él, convergen códigos relacionales, jerarquías implícitas y climas emocionales que son capaces de amortiguar —o amplificar— el impacto del maltrato temprano.

Así, no se trata únicamente de si la escuela es buena o mala, es más sobre cómo se articulan las experiencias interpersonales cotidianas. Esto es, el grado de reconocimiento del alumno, la legitimidad de su malestar, la posibilidad de encontrar interlocutores válidos, etc. Ahora… ¿Qué influye en todo esto?

Clima escolar y percepción de seguridad

La percepción de seguridad dentro del entorno escolar es fundamental para el bienestar y desarrollo de los estudiantes. Incluso con perfiles de riesgo similares, alumnos que asisten a escuelas percibidas como seguras tienen menos probabilidades de participar en conductas delictivas violentas en comparación con aquellos en entornos percibidos como inseguros. Algo que sugiere que, en efecto, cuando hay una correcta mediación y un clima escolar positivo, esto puede actuar como un amortiguador contra los efectos negativos del maltrato infantil.

Al final, quedarse solo en prevenir conductas disruptivas se queda corto. Se debería habilitar un espacio donde los significados del sufrimiento puedan ser reelaborados, donde el vínculo con el otro no se viva como amenaza, y donde la palabra circule como alternativa a la violencia.

Programas de prevención de la violencia

Lo cierto es, que la adopción de programas integrales de prevención de la violencia en las escuelas ha mostrado mitigar el impacto del maltrato infantil en la propensión hacia la delincuencia violenta. Estas intervenciones, al fomentar habilidades socioemocionales y promover un ambiente de apoyo gracias a la mediación, alteran trayectorias que de otro modo podrían conducir a comportamientos agresivos y maltrato (Crooks et al., 2011). 

Lo suyo es que pueda gestarse una pedagogía que, además de enseñar, repare. Porque, a veces, un entorno que no devuelve indiferencia puede ser el primer corte en la lógica de lo traumático.

Implicaciones para la práctica y políticas educativas

Exigen mucho más que protocolos preventivos genéricos: requieren una lectura crítica del malestar que emerge en el aula. La escuela no debe limitarse a ser un dispositivo de instrucción técnica, debe asumir su rol como agente psíquico y social.

Lo anterior, requiere formar a los profesionales en sensibilidad clínica: saber leer un retraimiento, una agresividad persistente o una apatía. Y, por supuesto, contar con que las políticas han de ir más allá del castigo o la exclusión y centrarse en generar estructuras de contención, escucha y acompañamiento continuo.

Desarrollo de estrategias de intervención temprana

Consecuentemente, identificar y apoyar a estudiantes con antecedentes de maltrato es esencial. ¿Cómo? Implementando en las escuelas sistemas de detección y proporcionando recursos adecuados, como consejería y programas de mentoría, para abordar las necesidades específicas de estos jóvenes (Sullivan et al., 2008).

Fomento de una cultura escolar inclusiva y segura

mediación y maltrato

Y es que, crear y mantener un ambiente escolar que priorice la seguridad, el respeto mutuo y la inclusión, puede servir como un factor protector significativo. Ello implica la formación continua del personal educativo en prácticas sensibles al trauma y la promoción de políticas de tolerancia cero hacia la violencia y el acoso (Masho et al., 2019).​

Y, sobre todo, entender que la protección se expresa en los gestos cotidianos: en cómo se mira, se escucha y se nombra a quienes han vivido experiencias adversas. Dado que educar también es alojar.

Conclusión

La relación entre el maltrato infantil y la delincuencia violenta es compleja. Pues está mediada por múltiples factores, entre los cuales el entorno escolar juega un papel crucial. Por lo tanto, invertir en salud mental escolar no es un lujo. Al contrario, se vuelve una estrategia estructural para interrumpir la transmisión transgeneracional de la violencia.

La escuela, cuando deja de ser únicamente un espacio de instrucción para convertirse en una red significativa de vínculos y reconocimiento subjetivo, es capaz de operar como una bisagra entre la repetición y la posibilidad. En este sentido, la mediación en el entorno escolar —entendida no solo como resolución de conflictos, sino como una práctica continua de escucha, cuidado y simbolización del malestar— se convierte en una herramienta decisiva contra el maltrato.

Referencias bibliográficas

  • Crooks, C. V., Scott, K. L., Wolfe, D. A., Chiodo, D. y Killip, S. (2007). Understanding the link between childhood maltreatment and violent delinquency: what do schools have to add?. Child maltreatment12(3), 269.280. https://doi.org/10.1177/1077559507301843
  • Crooks, C. V., Scott, K., Ellis, W. y Wolfe, D. A. (2011). Impact of a universal school-based violence prevention program on violent delinquency: distinctive benefits for youth with maltreatment histories. Child abuse & neglect35(6), 393-400. https://doi.org/10.1016/j.chiabu.2011.03.002
  • Masho, S. W., Zirkle, K. W., Wheeler, D. C., Sullivan, T. y Farrell, A. D. (2019). Spatial Analysis of the Impact of a School-Level Youth Violence Prevention Program on Violent Crime Incidents in the Community. Prevention science: the official journal of the Society for Prevention Research20(4), 521-531. https://doi.org/10.1007/s11121-019-0990-1
  • Sullivan, T. N., Farrell, A. D., Bettencourt, A. F. y Helms, S. W. (2008). Core competencies and the prevention of youth violence. New directions for child and adolescent development2008(122), 33-46. https://doi.org/10.1002/cd.227