Los trastornos de la personalidad son afecciones complejas que impactan profundamente la forma en que las personas piensan, sienten y se relacionan con los demás. Aunque tradicionalmente se han considerado como trastornos psicológicos, la investigación neurocientífica ha tenido grandes avances sobre la base biológica. En esta nota exploraremos la neurología detrás de los trastornos de la personalidad, examinando qué sucede a nivel cerebral en la manifestación de tales condiciones.

Acerca de los trastornos de la personalidad

Antes de adentrarnos en la neurología, es esencial comprender qué son los trastornos de la personalidad y cómo se manifiestan. Se caracterizan por la expresión extrema de rasgos de personalidad que interrumpen la vida cotidiana y contribuyen significativamente al sufrimiento y las limitaciones funcionales. En su abanico existen varios tipos de trastornos de la personalidad y cada uno con sus características distintivas.

Según el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, DSM, en inglés) los trastornos de la personalidad se dividen en tres grupos principales:

Trastornos de la personalidad
  • El grupo A, que incluye trastornos excéntricos como el trastorno paranoide y el trastorno esquizoide de la personalidad.
  • El grupo B, que abarca trastornos dramáticos, emocionales o erráticos como el trastorno límite y el trastorno antisocial.
  • Por último, los trastornos de personalidad del grupo C, que comprende trastornos ansiosos o temerosos como el trastorno por evitación y el trastorno por dependencia (Ramsay y Jolayemi, 2020).

Ahora sí… ¿Qué sucede a nivel cerebral?

A nivel cerebral, la inestabilidad emocional se ha asociado con patrones específicos. De hecho, se ha observado una reducción en el metabolismo de la glucosa en áreas premotoras, la corteza prefrontal dorsolateral, partes de la corteza prefrontal anterior, tálamo, núcleo caudado y núcleo lenticular. Además, se ha notado una disminución en el metabolismo de la glucosa en la corteza orbitofrontal medial bilateral.

Los análisis del líquido cefalorraquídeo realizados en personas con inestabilidad emocional y otros trastornos de la personalidad, han revelado niveles notablemente bajos de ácido 5-hidroxiindolacético, producto de degradación de la serotonina. Y, curiosamente, existe una correlación negativa entre los niveles de dicho ácido y la frecuencia de comportamientos suicidas, lo que sugiere un posible vínculo con las tendencias autodestructivas (Möhler, 2022).

Neuroanatomía de los trastornos de la personalidad

En cuanto a lo neuroanatómico, la corteza orbitofrontal emerge como un actor clave en la regulación de las emociones. En este sentido, ejerce una influencia reguladora sobre la amígdala a través de mecanismos inhibitorios. Así, se ha informado, por ejemplo, que los pacientes con lesiones en la corteza orbitofrontal exhiben niveles significativamente más altos de impulsividad y mayor frecuencia de comportamientos inapropiados en comparación con aquellos sanos.

Además, se ha sugerido que la oxitocina, al igual que la serotonina y la dopamina, son componentes importantes que afectan el comportamiento social y la percepción en personas con trastornos de la personalidad. Estas anormalidades neurobiológicas están indirectamente relacionadas con rasgos de personalidad como el neuroticismo, la impulsividad, ansiedad, inestabilidad afectiva y comportamientos de apego inciertos (Perugula et al., 2017).

El papel de los traumas y experiencias abusivas

Cerebro, DSM

Un aspecto esencial en la investigación de los trastornos de la personalidad es la influencia significativa de los traumas, abusos y adversidades experimentados en la infancia en el desarrollo de tales trastornos. Además, se ha observado que la neurobiología y la fisiología de las personas que han sido víctimas de abuso infantil pueden sufrir alteraciones significativas.

Estas experiencias adversas parecen desempeñar un papel crucial en la alteración de los mecanismos de regulación emocional y de afrontamiento durante el desarrollo. Lo que puede resultar en dificultades significativas en el control de los efectos emocionales y el comportamiento en la vida adulta.

Por ejemplo, estudios han revelado que un porcentaje significativo de personas con trastornos de la personalidad, especialmente aquellos con inestabilidad emocional, reportan antecedentes de abuso en la infancia y la adolescencia, lo que resalta la importancia de considerar dichas experiencias traumáticas como factores etiológicos relevantes en la comprensión de tales trastornos. Aunque, por supuesto, hay muchos más (DeYoung et al., 2022).

¿Existe una base sólida para el diagnóstico de estos trastornos?

Algunos autores sostienen que las inconsistencias en los diagnósticos de los trastornos pueden atribuirse, en parte, a la falta de bases biológicas sólidas. Y es que, la personalidad, involucra una compleja interacción de patrones de afectos, cogniciones, deseos y comportamientos, pero los diagnósticos actuales, en su mayoría, se basan en patrones observables de síntomas y comportamientos.

Esta falta de anclaje biológico sólido ha llevado a una variedad de sistemas de diagnóstico, como el DSM-V, a depender en gran medida de la observación clínica y la información autorreportada. Dicho enfoque conlleva críticas sobre la fiabilidad y validez de los diagnósticos, ya que los trastornos de la personalidad pueden manifestarse de manera diversa en diferentes individuos y diferentes momentos (McNaughton, 2020).

Fármacos y trastornos de la personalidad

 Neuroanatomia, DSM

La farmacoterapia ha sido señalada como posible solución en el tratamiento de los trastornos de personalidad a lo largo de las décadas. Sin embargo, la evidencia acumulada hasta la fecha no respalda la idea de que puedan considerarse una “cura” para este tipo de trastornos.

La investigación se ha centrado principalmente en los trastornos de tipo B, con un énfasis particular en el trastorno límite de la personalidad (TLP) debido a su prevalencia en muestras clínicas y la necesidad apremiante de abordar los síntomas asociados, como la impulsividad, disregulación afectiva y problemas interpersonales.

Así pues, a pesar de la amplia gama de fármacos evaluados, incluidos antipsicóticos, estabilizadores del estado de ánimo y antidepresivos, la evidencia de su eficacia es limitada en la mayoría de los casos. Además, los efectos secundarios y riesgos potenciales deben sopesarse cuidadosamente (Stoffers-Winterling et al., 2021).

El TLP en el punto de mira

La investigación sobre el TLP ha revelado una conexión fundamental con la disfunción frontolímbica. Pues, aunque la regulación emocional se erige como el rasgo distintivo del TLP, este trastorno también afecta ampliamente a áreas como el control de impulsos, las relaciones interpersonales y la función cognitiva.

En este contexto, la Teoría de la línea base social de Coan emerge como una perspectiva interesante para comprender la génesis del TLP. Esta sugiere que el funcionamiento humano óptimo depende de un adecuado apoyo social y que, en condiciones normales, los sistemas biológicos operan de manera interdependiente en lugar de independiente. Dicha perspectiva nos proporciona una base sólida para explorar cómo las deficiencias en la co-regulación emocional en el TLP pueden tener raíces en experiencias tempranas de apego y cómo estas experiencias influyen en la disfunción frontolímbica que caracteriza al trastorno (Hall y Moran, 2019).

Conclusión

En resumen, los trastornos de la personalidad representan una compleja interacción entre factores biológicos, neuroanatómicos, ambientales y comportamentales. Aunque la investigación avanza sobre las bases neurobiológicas, todavía hay un largo camino por recorrer en la comprensión completa de su etiología y tratamiento. Por lo que su abordaje sigue evolucionando y la investigación futura deberá abordar sus complejidades desde una perspectiva integral.

Referencias bibliográficas

  • DeYoung, C. G., Beaty, R. E., Genç, E., Latzman, R. D., Passamonti, L., Servaas, M. N., Shackman, A. J., Smillie, L. D., Spreng, R. N., Viding, E. y Wacker, J. (2022). Personality Neuroscience: An Emerging Field with Bright Prospects. Personality science3, e7269. https://doi.org/10.5964/ps.7269
  • Hall, K. y Moran, P. (2019). Borderline personality disorder: an update for neurologists. Practical neurology19(6), 483-491. https://doi.org/10.1136/practneurol-2019-002292
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  • Möhler, E. (2022). Personality Disorders and Development. Brain sciences12(8), 983. https://doi.org/10.3390/brainsci1208098
  • Perugula, M. L., Narang, P. D. y Lippmann, S. B. (2017). The Biological Basis to Personality Disorders. The primary care companion for CNS disorders19(2), 10.4088/PCC.16br02076. https://doi.org/10.4088/PCC.16br02076
  • Ramsay, G. y Jolayemi, A. (2020). Personality Disorders Revisited: A Newly Proposed Mental Illness. Cureus12(8), e9634. https://doi.org/10.7759/cureus.9634
  • Stoffers-Winterling, J., Völlm, B. y Lieb, K. (2021). Is pharmacotherapy useful for treating personality disorders?. Expert opinion on pharmacotherapy22(4), 393-395. https://doi.org/10.1080/14656566.2021.1873277