La desvinculación se ha convertido en un problema de salud silencioso que afecta especialmente a quienes transitan la vejez. Precisamente, investigaciones recientes comenzaron a revelar un impacto profundo: la soledad podría acelerar el deterioro cognitivo y contribuir al envejecimiento cerebral. En tal sentido, lejos de ser un suceso circunstancial, el aislamiento emocional y social compromete funciones esenciales del bienestar. A continuación, exploraremos cómo la misma afecta el cerebro durante la vejez y qué tipo de intervención psicológica puede marcar la diferencia.

¿Qué entendemos por soledad en la vejez?

Intervención psicológica en la vejez, Soledad y envejecimiento

Se trata de una experiencia subjetiva caracterizada por la percepción de carencia o insuficiencia de relaciones sociales significativas. Se diferencia del aislamiento social, que se refiere a la falta objetiva de interacciones. Ambos conceptos, sin embargo, tienden a solaparse y comparten consecuencias negativas similares sobre la salud.

Algunas cifras importantes

En los países occidentales, se estima que entre el 24 % y el 40 % de los adultos mayores de 65 años experimentan soledad. Dicha cifra se eleva con la edad y con condiciones como la viudez, la baja escolaridad, los recursos económicos limitados o la dependencia funcional. De hecho, en un estudio realizado en España, casi un tercio de las personas entrevistadas refirió sentirse sola de manera frecuente, a pesar de que solo un 17 % vivía efectivamente sola.

Por otra parte, los factores asociados a esta experiencia son numerosos. Algunos ejemplos de ello son ser mujer, disponer de recursos económicos reducidos, padecer depresión, presentar déficits sensoriales y la necesidad de asistencia para las actividades básicas de la vida diaria, las cuales se asocian con una mayor probabilidad de sentirse solo. Por el contrario, el ejercicio físico regular, el contacto frecuente con otras personas y una buena autopercepción de salud, actúan como factores protectores (Hernández Gómez et al., 2021).

Soledad y deterioro cognitivo: ¿Qué dice la evidencia?

La hipótesis de que el aislamiento podría influir directamente en el envejecimiento cerebral se ha venido consolidando en la literatura científica. Una revisión sistemática reciente de estudios longitudinales identificó a la soledad como un factor de riesgo significativo para el deterioro cognitivo y el desarrollo de demencia en adultos mayores.

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Los mecanismos subyacentes de la relación son diversos. Por un lado, la soledad se encuentra asociada con una mayor activación del eje hipotálamo-hipofisario-adrenal (hypothalamic-pituitary-adrenal, HPA, en inglés), lo que genera un aumento sostenido de cortisol, la hormona del estrés. Dicho exceso prolongado de cortisol puede inducir un daño neuronal considerable, especialmente en regiones como el hipocampo. Además, la falta de estímulos sociales reduce la neuroplasticidad y el compromiso cognitivo, esenciales para mantener la función cerebral.

Asimismo, la evidencia también señala que la desvinculación social incrementa el riesgo de depresión, ansiedad y alteraciones del sueño, condiciones que, a su vez, aceleran el deterioro cognitivo. En este sentido, se configura un círculo vicioso: el deterioro mental favorece el aislamiento, que a su vez agravan el cuadro cognitivo (Boccardi et al., 2021).

Factores que incrementan el riesgo de soledad en la vejez

Siguiendo con el estudio español anteriormente mencionado, el mismo identificó diversos factores que aumentan la probabilidad de experimentar soledad en el envejecimiento. Particularmente, se observó una fuerte asociación con la presencia de depresión. Además, la falta de ejercicio físico regular también se vinculó con un mayor riesgo de sentirse solo. A lo anterior, se suman otras condiciones como la dependencia funcional, el tratamiento por dificultades emocionales recientes y la necesidad de mejoras en la vivienda, que contribuyen a intensificar la experiencia.

A su vez, se encontraron diferencias notables según el sexo. En efecto, las mujeres presentaron una prevalencia de soledad considerablemente mayor, relacionada con ingresos económicos más bajos, mayor viudez y menor acceso a actividades sociales. A esto se adhiere que una proporción importante de personas mayores no cuenta con un espacio público accesible o seguro donde socializar, lo que limita sus oportunidades de contacto.

Claves para una intervención psicológica

Ante el presentado panorama, resulta imprescindible desarrollar estrategias efectivas de intervención psicológica en la vejez. Ciertamente, identificar la soledad como un determinante social de la salud debería formar parte de la evaluación rutinaria en el ámbito clínico. Incluir preguntas específicas sobre el estado emocional y los vínculos sociales permitiría detectar precozmente situaciones de riesgo.

Acciones integradas e intervenciones comunitarias

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Consecuentemente, podemos afirmar que la intervención psicológica en la vejez no debe limitarse al tratamiento individual. Si bien distintos abordajes, como la terapia cognitivo-conductual (TCC) son capaces de ayudar a reformular pensamientos disfuncionales y fomentar la activación conductual, se requiere una perspectiva integradora. En tal marco, programas grupales de apoyo emocional, talleres de habilidades sociales, actividades intergeneracionales y espacios de escucha comunitaria son componentes clave.

Además, debe considerarse la articulación entre salud mental y servicios sociales. Las intervenciones que abordan simultáneamente las necesidades emocionales, físicas y sociales tienden a tener mayor impacto. En este sentido, la atención primaria sería fundamental al establecer redes de derivación, ofrecer seguimiento y fomentar el vínculo con la comunidad.

Abordando barreras y fomentando la participación en la vejez

En otro orden de ideas, resulta interesante identificar y abordar las barreras que limitan la participación social. A menudo, las personas mayores se enfrentan a obstáculos económicos, dificultades de movilidad o problemas de salud que restringen su acceso a espacios comunitarios. En dichos casos, adaptar las propuestas a sus necesidades específicas no solo mejora el alcance, sino también su impacto. Por ejemplo, facilitar el acceso a tecnologías abre nuevas vías de contacto e interacción, siempre que se acompañe de instancias de apoyo sostenido.

Por último, la intervención psicológica en la vejez debe considerar su dimensión preventiva. Fomentar el ejercicio físico, la educación continua, los espacios de participación ciudadana y la promoción de la salud desde etapas tempranas del ciclo vital reduce considerablemente la probabilidad de que la soledad se instale en el envejecimiento.

Un vínculo que no podemos ignorar

En definitiva, la evidencia muestra que el aislamiento es mucho más que una situación pasajera. Se trata de un factor de riesgo relevante que impacta sobre la salud y el bienestar de quienes envejecen. Reconocer la soledad como parte del proceso de envejecimiento no implica resignarse a ella, sino que, al contrario, habilita un abordaje proactivo y sensible, centrado en el bienestar integral.

La intervención psicológica en la vejez representa una herramienta poderosa para reducir el impacto de la soledad, promover la salud cerebral y fomentar una vida digna y conectada. En este sentido, si te interesa la psicología aplicada a la vejez, te recomendamos nuestro curso en psicogerontología.

Referencias bibliográficas

  • Hernández Gómez, M. A., Fernández Domínguez, M. J., Sánchez Sánchez, N. J., Blanco Ramos, M. Á., Perdiz Álvarez, M. C. y Castro Fernández, P. (2021). Soledad y envejecimiento. Revista Clínica de Medicina de Familia, 14(3), 146-153.
  • Boccardi, V., Ruggiero, C., Mecocci, P. y Baroni, M. (2021). A systematic review of longitudinal risk factors for loneliness in older adults. Aging Clinical and Experimental Research, 33, 1141-1154. https://doi.org/10.1007/s40520-020-01746-3