Con el paso de los años, el cerebro humano experimentó transformaciones inevitables. Algunas de ellas se manifiestan en una disminución de la velocidad de procesamiento, pérdida de memoria episódica y menor flexibilidad cognitiva. No obstante, en las últimas décadas ha emergido un concepto que desafía la idea de un envejecimiento lineal e irreversible: la plasticidad cerebral. En esta nota, exploraremos los avances más recientes sobre la plasticidad cerebral en adultos mayores, analizando cómo el ejercicio físico podría influir en la salud del cerebro.

La importancia de la plasticidad cerebral en la vejez

La neuroplasticidad refiere a la capacidad del sistema nervioso para reorganizarse estructural y funcionalmente en respuesta a experiencias, aprendizajes o lesiones. Lejos de ser una propiedad exclusiva de las primeras etapas del desarrollo, permanece activa a lo largo de la vida, aunque con ciertas limitaciones relacionadas con la edad.

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En el caso de los adultos mayores, permite compensar ciertas pérdidas funcionales, favoreciendo la adaptación a cambios cognitivos, emocionales y físicos. Por ejemplo, ante una disminución en la eficiencia de una región cerebral determinada, otras áreas pueden asumir funciones complementarias, promoviendo un rendimiento más estable. Así, dicha capacidad adaptativa se convierte en un recurso clave para afrontar el envejecimiento.

Revirtiendo el declive: ¿Mito o posibilidad?

A pesar de la idea generalizada de que el mero hecho de envejecer conlleva un deterioro progresivo e inevitable, la evidencia actual sugiere que ciertas intervenciones podrían no solo frenar el deterioro cognitivo, sino también generar mejoras. De tal manera, existe el planteo de que estimular la plasticidad cerebral en adultos mayores podría traducirse en beneficios a nivel cognitivo y funcional.

En este sentido, una de las estrategias más prometedoras en para el contexto mencionado es la actividad física. En especial, cuando involucra elementos que desafían también las habilidades mentales.

Ejercicio físico como motor del cambio

Desde la perspectiva de la fisioterapia, se ha investigado cómo el ejercicio es capaz de impactar positivamente en la salud del cerebro envejecido. A través de mecanismos como el aumento del flujo sanguíneo cerebral, la liberación de neurotrofinas y la reducción del estrés oxidativo, pudo comprobarse que el movimiento tiene efectos neuroprotectores.

De hecho, un artículo de revisión sobre envejecimiento neural y ejercicio físico destacó que las intervenciones combinadas, es decir, aquellas que incluyen tanto ejercicio aeróbico como actividades coordinativas o de fuerza, parecen generar mayores beneficios en términos de plasticidad estructural y funcional. Las mencionadas intervenciones podrían inducir cambios en la conectividad cerebral, promoviendo así una mayor reserva cognitiva, inclusive en edades avanzadas (Párraga-Montilla y Ávila-Gandía, 2021).

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Resultados observados en adultos mayores

Siguiendo esta línea, la práctica sistemática de ejercicio físico se asocia con mejoras en funciones ejecutivas, atención y velocidad de procesamiento. Dichos cambios no solo se evidencian en pruebas cognitivas, sino también en estudios de neuroimagen que muestran una mayor conectividad entre áreas clave para el funcionamiento ejecutivo, como el córtex prefrontal y las redes por defecto.

Además, la actividad física parece actuar como un factor de protección frente a enfermedades neurodegenerativas. Aunque no puede considerarse una cura, sí podría retrasar el inicio o reducir la severidad de ciertos síntomas cognitivos. De tal manera, ofrece una herramienta preventiva eficaz.

¿Influye la carga cognitiva del ejercicio?

Otro estudio reciente investigó el impacto de diferentes tipos de ejercicio físico en la plasticidad del cerebro con adultos mayores. En él, se compararon los efectos de actividades con baja carga cognitiva (como caminar en cinta) frente a ejercicios que demandan mayor implicación mental (como rutinas de baile coreografiado).

Luego de cuatro meses de entrenamiento, solo el grupo que realizó ejercicio con alta carga cognitiva mostró mejoras significativas en su rendimiento cognitivo general. Las mejoras señaladas incluyeron un aumento en la puntuación total del Instrumento de Evaluación de Capacidades Cognitivas (Cognitive Abilities Screening Instrument, CASI, en inglés) y una reducción en el tiempo necesario para completar las pruebas.

Cambios cerebrales medibles

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Por otro lado, los resultados de neuroimagen fueron igual de reveladores. En el grupo de ejercicio con alta carga cognitiva se observó un aumento de la conectividad funcional en regiones asociadas con la atención y la memoria de trabajo, como el giro frontal superior y la corteza cingulada anterior. Al mismo tiempo, se redujo la conectividad en regiones vinculadas a la percepción sensorial, lo que sugiere un mayor enfoque atencional.

Desde el punto de vista estructural, el ejercicio con alta carga cognitiva evitó un aumento en la medida llamada betweenness, que indica cuántas conexiones pasan por una región específica del cerebro. Un aumento de dicha medida suele interpretarse como una forma de compensación cuando otras áreas comienzan a fallar. Por eso, mantenerla estable en regiones como el giro temporal medio propone un efecto protector, posiblemente vinculado a la preservación del volumen de sustancia gris en esa zona.

La importancia del componente cognitivo

En conjunto, estos hallazgos apoyan la idea de que no todos los ejercicios generan los mismos efectos sobre la plasticidad cerebral. Aquellos que requieren coordinación, memoria, atención y toma de decisiones parecen tener un impacto más profundo. En este sentido, el baile, los deportes con reglas cambiantes o incluso algunos videojuegos activos podrían convertirse en aliados clave para mantener un cerebro saludable en la vejez.

Limitaciones y próximos pasos en la investigación

Si bien los resultados de los ensayos experimentales son prometedores, deben interpretarse con cautela. El tamaño de muestra en las referencias utilizadas es reducido y no se incluyó un grupo que realizara únicamente entrenamiento cognitivo, lo que limita las conclusiones sobre el papel exclusivo del componente físico. Por otro lado, la mayoría de los estudios disponibles se centran en adultos mayores sanos. Aún resta por explorar qué sucede en poblaciones con deterioro cognitivo leve o enfermedades neurodegenerativas ya diagnosticadas.

En consiguiente, para avanzar en el conocimiento sobre la plasticidad cerebral en adultos mayores, será necesario incluir muestras más amplias y diversas. Factores como el nivel educativo, el género, el contexto cultural o el estado de salud general sin lugar a dudar influirán en los efectos observados, y aún no han sido suficientemente estudiados.

Repensando el cerebro envejecido

Durante mucho tiempo se asumió que el envejecimiento era un proceso unidireccional, caracterizado por pérdidas irreversibles. Sin embargo, los avances científicos en neuroplasticidad han comenzado a desafiar esta perspectiva. En dicho contexto, existen posibilidades de que la incorporación de ejercicios con componentes cognitivos se convierta en una herramienta poderosa para fortalecer las capacidades mentales, proteger el tejido del cerebro y enriquecer la experiencia de la vejez.

Si aceptamos que la plasticidad cerebral en adultos mayores puede coexistir de manera activa, entonces también estamos aceptando el desafío de diseñar intervenciones, programas y políticas que promuevan este potencial. Si te interesa la psicología aplicada a la vejez, te recomendamos nuestro curso en psicogerontología.

Referencias bibliográficas

  • Chao, Y.‑P., Wu, C. W., Lin, L.‑J., Lai, C.‑H., Wu, H.‑Y., Hsu, A.‑L. y Chen, C.‑N. (2020). Cognitive Load of Exercise Influences Cognition and Neuroplasticity of Healthy Elderly: An Exploratory Investigation. Journal of Medical and Biological Engineering, 40(3), 391-399. https://doi.org/10.1007/s40846-020-00522-x
  • Párraga-Montilla, J. A. y Ávila-Gandía, V. (2021). Envejecimiento neural, plasticidad cerebral y ejercicio: Avances desde la óptica de fisioterapia. Revista Andaluza de Medicina del Deporte, 14(3), 135-141. https://doi.org/10.1016/j.ramd.2020.06.002