El trastorno de pánico, con o sin agorafobia, es uno de los síndromes más disruptivos y al mismo tiempo más subdiagnosticado en los entornos sanitarios. A pesar de su prevalencia y su alto impacto en la calidad de vida de quienes lo padecen, es común que pase inadvertido en el primer contacto clínico. Dicho fenómeno no responde a una mera falta de atención, sino a un engranaje complejo de factores institucionales, formativos y clínicos que actúan como velos diagnósticos. Y es que, por su naturaleza multifacética, suele mimetizarse con cuadros cardiológicos, neurológicos o digestivos, lo que empuja tanto al paciente como al clínico a buscar respuestas exclusivamente somáticas. Esta búsqueda tiene un coste: la pérdida de tiempo crítico para un abordaje psicoterapéutico temprano y eficaz.
La trampa de los síntomas físicos en el trastorno de pánico
Uno de los errores recurrentes que hacen que el trastorno de pánico sea subdiagnosticado es el sesgo organicista. En la práctica, los pacientes con trastorno de pánico suelen presentarse en urgencias o consultas médicas con síntomas como dolor torácico, taquicardia, mareo o disnea. Así pues, sin un contexto psiquiátrico claro, tales síntomas son abordados desde un modelo biomédico clásico. Lo que, desgraciadamente, da lugar a un peregrinaje por diferentes especialidades médicas.

Lo paradójico es que, tras la acumulación de pruebas complementarias sin hallazgos patológicos, el diagnóstico de trastorno de pánico no siempre emerge como opción prioritaria. Esta demora en reconocer la dimensión psicopatológica del cuadro deja al afectado atrapado en una narrativa de enfermedad física inespecífica, generando dependencia del sistema de salud y reforzando la hipervigilancia somática (Kasper, 2006).
Subdiagnóstico en atención primaria
Se estima que hasta un 50 % de los casos de trastorno de pánico no son correctamente identificados en atención primaria. Algo que no solo se debe al camuflaje somático del trastorno, sino también a la ausencia de formación específica de los profesionales sobre la fenomenología del pánico y sus variaciones clínicas (Kolek et al., 2021).
El tiempo limitado de consulta y la presión asistencial contribuyen a que el profesional priorice diagnósticos diferenciales más urgentes y descartes médicos inmediatos, dejando la dimensión ansiosa, relegada o malinterpretada. Y, justo, ese es el germen del subdiagnóstico, donde los pacientes permanecen meses o años sin recibir la ayuda especializada que necesitan.
Y no termina ahí. Este escenario alimenta una especie de dinámica de frustración bidireccional: la persona siente que sus síntomas no son tomados en serio, mientras que el clínico experimenta una sensación de impotencia al no encontrar una causa orgánica clara.
El modelo farmacocéntrico

Otro error estructural es el exceso de dependencia en la farmacoterapia como única vía de intervención. Aunque los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) y benzodiacepinas son eficaces en la modulación de la sintomatología, su uso exclusivo sin integración de terapia cognitivo conductual (TCC) limita la recuperación sostenida.
De hecho, la evidencia científica muestra que la TCC reduce significativamente las tasas de recaída y promueve la exposición controlada a situaciones temidas, desarticulando el círculo vicioso de evitación y ansiedad anticipatoria. Sin embargo, muchos profesionales recurren a la prescripción como primera y última estrategia, dejando sin abordar las cogniciones disfuncionales y esquemas de evitación que perpetúan el problema (Sánchez-Meca et al., 2010).
Costo emocional del diagnóstico tardío
La demora diagnóstica no solo impacta en la cronificación de los síntomas, mina la autopercepción del paciente. ¿Qué ocurre? A nivel emocional, la ausencia de un diagnóstico claro genera sentimientos de incomprensión, frustración y autoinvalidación.
De este modo, el paciente, tras múltiples visitas médicas fallidas, comienza a dudar de la legitimidad de su malestar, desarrollando un discurso de autoatribución negativa (“debo ser débil”, “es solo estrés”). Una narrativa interna que, sin dudas, agrava el impacto emocional del trastorno y reduce la probabilidad de que la persona demande ayuda psicológica especializada.
Dependencia de recursos sanitarios
Otro aspecto interesante es que el trastorno de pánico no tratado correctamente, y subdiagnosticado, genera un fenómeno de hiperfrecuentación médica: múltiples visitas a urgencias, consultas reiteradas en atención primaria y uso excesivo de pruebas diagnósticas. El circuito mencionado, además de sobrecargar el sistema de salud, cronifica el rol de “paciente crónico” en la vida del afectado.
En consecuencia, se origina un círculo perverso donde cada nueva consulta médica sin hallazgos patológicos refuerza la ansiedad basal y la desconfianza hacia la propia salud física. Con lo que, sin una derivación oportuna a salud mental, el sistema contribuye inadvertidamente a la perpetuación del trastorno (Kolek et al., 2021).
Trastorno de pánico y agorafobia secundaria
Un error clínico crítico es no detectar ni anticipar la posible evolución del trastorno de pánico hacia agorafobia secundaria. La evitación de situaciones percibidas como peligrosas (transportes públicos, espacios cerrados o aglomeraciones) es común que se instaure de manera progresiva si no se aborda tempranamente desde la intervención psicológica (Foldes-Busque et al., 2007).

El riesgo de la inacción
Lo relevante es que la aparición de la agorafobia, además de agravar la limitación funcional de la persona, dificulta aún más la adherencia al tratamiento y la exposición a entornos ansiógenos. Es por ello que la falta de intervención oportuna en las primeras fases del trastorno de pánico puede ser el detonante de este deterioro.
La invisibilidad del componente existencial
Pocos modelos diagnósticos convencionales exploran la dimensión existencial del trastorno de pánico. No es solo miedo a morir o a perder el control, es también el enfrentamiento inconsciente con la finitud y vulnerabilidad humana.
Y es que, dicho cuadro, suele desatar en el paciente preguntas profundas sobre su fragilidad, su capacidad de sostener la vida diaria o la percepción de control sobre el entorno. Estas angustias, cuando no son abordadas desde un marco terapéutico integrador, es muy probable que amplifiquen la sensación de despersonalización o desesperanza.
Conclusión
El trastorno de pánico sigue siendo, en muchos contextos sanitarios, una presencia silente que transita entre la sala de espera y el despacho médico sin ser plenamente visto. La tendencia a somatizar el sufrimiento psíquico, la sobrecarga de los sistemas de atención y la falta de integración de modelos biopsicosociales lo convierten en un ejemplo de cómo la clínica moderna aún puede fragmentar lo que es inseparable: mente y cuerpo.
Entender el trastorno de pánico para no subdiagnosticarlo es desvelar las narrativas de inseguridad existencial y vulnerabilidad que lo atraviesan. Y la verdadera reparación empieza cuando dejamos de perseguir el síntoma aislado y empezamos a escuchar el relato completo del paciente. Ahí, en ese espacio de escucha profunda, es donde el pánico empieza a perder su terreno. Si te interesa profundizar en el diagnóstico y abordaje clínico de los ataques de pánico, te invitamos a nuestro curso sobre trastornos de pánico y estrategias de intervención.
Referencias bibliográficas
- American Psychiatric Association. (2022). DSM-5-TR: Diagnostic and statistical manual of mental disorders (5th ed., text rev.). Arlington, VA.
- Foldes-Busque, G., Marchand, A. y Landry, P. (2007). L’identification et traitement du trouble panique avec ou sans agoraphobie: Mise a jour [Early detection and treatment of panic disorder with or without agoraphobia: update]. Canadian family physician Medecin de famille canadien, 53(10), 1686-1693.
- Kasper S. (2006). Anxiety disorders: under-diagnosed and insufficiently treated. International journal of psychiatry in clinical practice, 10 Suppl 1, 3-9. https://doi.org/10.1080/13651500600552297
- Kolek, E., Seidler, K. P. y Bernhard, S. (2021). Don’t Tell Me I’m Hysterical: Unmet Needs of Patients with Panic Disorder. Front Psychiatry, 12, 635421.
- Sánchez-Meca, J., Rosa-Alcázar, A. I. y Marín-Martínez, F. (2010). The psychological treatment of panic disorder with or without agoraphobia: A meta-analysis. Clin Psychol Rev, 30(1), 37-50.
- World Health Organization. (2019). ICD-11: International classification of diseases 11th revision. Geneva: WHO.