Está más que demostrado que la pandemia acontecida ha generado muchas consecuencias. En quienes padecieron el virus, uno de los síntomas que más se pudo observar en las salas de recuperación de las unidades de cuidados intensivos (UCI) fue el delirium. Tal es así, que, según lo reportado por los propios pacientes y sus familiares o cuidadores, manifestaban alucinaciones, pérdida de memoria, sueños confusos o terrores nocturnos. De hecho, gran parte de las demandas en el servicio de salud mental en las salas de recuperación de la UCI, provenían de pacientes que manifestaban un gran temor de tener como secuela del COVID-19 alguna patología mental. Véase esquizofrenia, delirio o algún tipo de psicosis, debido a los síntomas que experimentan tras el alta y su recuperación. Indaguemos más en la frecuencia del delirium durante el COVID-19.
¿Qué es el delirium?
Según el DSM-V (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, Fifth Edition, en inglés), el delirium se caracteriza por alteraciones de la conciencia, cambios en las funciones cognoscitivas y puede ser inducido por sustancias o abstinencia de ellas.
Una de sus principales características es que se presenta en un corto periodo de tiempo. Habitualmente, en horas o días con una tendencia a fluctuar a lo largo de estos.
Es fundamental conocer la semiología del delirium dado que puede compartir ciertas características con el delirio, por ejemplo.
Tal como las alucinaciones de tipo auditivas o visuales, sueños que se recuerdan de manera muy vívida, alteraciones en la conciencia o en la memoria (no reconocer a familiares), y el fenómeno de sundowning (tranquilidad durante el día y agitación a lo largo de la noche), entre otros.
Así pues, el delirium se caracteriza por repercutir en el psiquismo de manera aguda, con poca duración y totalmente reversible.
Lo que se traduce en la recuperación total de las funciones psíquicas sin la aparición de una patología mental crónica. Pudiendo ser considerado una resultante esperable de los pacientes durante la estancia en la UCI o, incluso, tras el alta.
¿Qué tiene que ver el delirium con el COVID-19?
Dada la alta demanda de interconsultas provenientes de las salas de recuperación de UCI a los equipos de salud mental, se ha observado una semiología muy similar entre los pacientes que agravaba la angustia en los mismos.
Entre estos, sueños vívidos (actividad onírica), terrores nocturnos, recuerdos ficticios manifestado como hechos reales, alucinaciones de tipo auditivo y pérdida de memoria.
En el comienzo de la pandemia, si bien la Organización Mundial de la Salud (OMS) contemplaba síntomas atípicos, no estaba incluido el delirium como tal (O’Hanlon e Inouye, 2020).
Sin embargo, a día de hoy, ha sido reconocida la alteración de la conciencia y/o confusión, como síntomas centrales del COVID-19, poniendo de manifiesto la importancia de la salud mental tanto en el inicio, transcurso y fin de la enfermedad.
En concordancia con lo que se ha podido observar en otros estudios, la tasa más alta de delirium se registra en pacientes ingresados en la UCI, llegando a la conclusión que el ingreso a la UCI puede ser delirógeno de por sí.
¿Cómo tratar el delirium en las salas de recuperación de la UCI?
El diagnostico diferencial da respuesta a los pacientes y sus familias/cuidadores. Pues es una forma en la que pueden comprender que se trata de un cuadro transitorio y esperable. Y no de un trastorno mental crónico o secuela permanente por el COVID-19.
Una vez realizado el diagnostico diferencial por el equipo de salud mental, es importante llevar a cabo intervenciones de psicoeducación. Esto es, informar y explicar al paciente el fenómeno, generando con esto una disminución de la ansiedad y angustia.
Con esto, un aspecto clave en dicho proceso es la función del familiar o cuidador como “referente memorial”. Una persona confiable para el paciente que le ayudará a recuperar la lucidez de los recuerdos ficticios o las fallas cognitivas que pueda presentar el paciente.
Por otro lado, hay que tener en cuenta el aislamiento social (ausencia del familiar o cuidador) y el tiempo acotado de las intervenciones del personal de salud directas con el paciente debido al riesgo de infección. Pues son factores que aumentan las probabilidades de incidencia del delirium en la recuperación.
Así mismo, Hawkins et al. (2021) mencionan que son recomendables las intervenciones no farmacológicas. Añadiendo, además, el uso de tecnología para obtener mayor comunicación tanto con sus vínculos afectivos como con el personal de salud tratante.
Pronóstico y seguimiento: Un aspecto importante
La evolución del delirio es variable, de forma que cuando el tratamiento es precoz y eficaz el trastorno puede ser transitorio y reversible, resolviéndose en un periodo de entre 3 a 7 días. Aspecto que puede depender según las características del paciente y del manejo del tratamiento. Si este no es correcto puede aumentar el periodo de hospitalización (Alonso, González y Gaviria, 2012).
Por ello, es ineludible el seguimiento para una mejor evolución y reorganización psíquica.
De hecho, es necesario que el mismo se realice una vez dada el alta, por consultorio externo y fuera del ámbito de hospitalización para evaluar posibles secuelas y tener una óptima recuperación de la salud mental.
Ahora, prevenir siempre será la clave, lograr que la persona afectada tenga una buena calidad de sueño, alimentación, movilidad y orientación será un paso muy grande en su recuperación.
Conclusión
Es importante la evolución de salud mental, para poder descartar posibles secuelas permanentes de aquellas que son temporales y esperables, como el delirium.
Para ello, es fundamental no solo realizar una evaluación previa, diagnóstico diferencial e intervención, sino psicoeducar a la persona utilizando la información disponible y explicando el fenómeno.
Y es que, aportar información y solventar dudas al entorno, brinda mayor tranquilidad a la familiar o cuidador, quienes muchas veces no comprenden tales fallas cognitivas.
Además, es necesario realizar un seguimiento en el tiempo una vez que la persona está en su domicilio con el alta hospitalaria para trabajar con posibles sintomatologías persistentes. Acompañando siempre desde la salud mental para una óptima recuperación, según la evolución de cada paciente y sus familias.
El delirium en el COVID-19 está latente, por lo que la salud mental debe ser tenida en cuenta desde el momento de la detección del virus, siendo incluida en los protocolos de triage una evaluación que permita advertir el estado mental actual de la persona. Pudiendo, así, comenzar desde un primer momento las intervenciones pertinentes.
Referencias bibliográficas
- Alonso Ganuza, Z., González-Torres, M. Á. y Gaviria, M. (2012). El Delirium: Una revisión orientada a la práctica clínica. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 32(114), 247-259. https://www.redalyc.org/pdf/2650/265024499003.pdf
- Hawkins, M., Sockalingam, S., Bonato, S., Rajaratnam, T., Ravindran, M., Gosse, P. y Sheehan, K. A. (2021). A rapid review of the pathoetiology, presentation, and management of delirium in adults with COVID-19. Journal of Psychosomatic Research, 141, 110350. https://doi.org/10.1016/j.jpsychores.2020.110350
- Morrison, J. (2015). DSM-5. Guía para el diagnóstico clínico. El Manual Moderno.
- O’Hanlon, S. y Inouye, S. K. (2020). Delirium: a missing piece in the COVID-19 pandemic puzzle. Age and ageing, 49(4), 497-498. https://doi.org/10.1093/ageing/afaa094