Las funciones ejecutivas son un conjunto de habilidades clave para la autorregulación, la planificación y la toma de decisiones. Sin embargo, cuando tales funciones se ven alteradas, surgen problemas significativos en la conducta y la capacidad de adaptación a normas sociales. En este contexto, la disfunción ejecutiva ha sido identificada como un factor de riesgo en la criminalidad, tanto en jóvenes como en adultos. A continuación, exploraremos las implicaciones de distintos hallazgos para la prevención y la intervención en el ámbito de la justicia penal.
Funciones ejecutivas: ¿Qué son y por qué son importantes?

Distintas habilidades, como el control inhibitorio, la memoria de trabajo y la flexibilidad cognitiva, son esenciales para la autorregulación y la toma de decisiones. Las mismas permiten a las personas planificar, organizar y ejecutar tareas complejas, así como adaptarse a nuevas situaciones y resolver problemas de manera efectiva. Así, las funciones ejecutivas son fundamentales para la conducta adaptativa y la convivencia social (Sepúlveda et al., 2022).
Tales procesos ejecutivos se asocian principalmente con la corteza prefrontal. Justamente, dicha área es responsable de integrar información de diversas partes del cerebro para planificar y ejecutar acciones complejas.
En consecuencia, juega un papel esencial en la mediación de las funciones ejecutivas, lo que subraya su importancia en la regulación de la conducta. Por lo tanto, la presencia de una alteración en la corteza descrita, puede llevar a problemas significativos en el comportamiento y la adaptación social.
Disfunción ejecutiva y criminalidad juvenil
Siguiendo lo anteriormente planteado, la disfunción ejecutiva se ha asociado con la criminalidad juvenil, ya que las habilidades cognitivas son esenciales para la autorregulación y la toma de decisiones. En efecto, cuando tales funciones se ven alteradas, los jóvenes parecen tener dificultades para controlar impulsos, planificar a largo plazo y adaptarse a normas sociales. Precisamente, esto puede aumentar la propensión a comportamientos delictivos y la reincidencia (Sepúlveda et al., 2022).
Hallazgos de una revisión sistemática
En un reciente metaanálisis, se identificaron 64 estudios que evaluaron las funciones ejecutivas en relación con la conducta en jóvenes que han infringido la ley. La mayoría de los ensayos encontraron déficits en los mecanismos de regulación, lo que sugiere una relación entre la disfunción ejecutiva y la criminalidad.
En concreto, las alteraciones observadas incluyen problemas en el control inhibitorio, la memoria de trabajo y la flexibilidad cognitiva. Tales hallazgos destacan la importancia de evaluar y abordar los procesos ejecutivos en programas de rehabilitación para jóvenes infractores.
Disfunción ejecutiva en población penitenciaria adulta

La alteración de los procesos ejecutivos es una característica frecuente en adultos privados de libertad. En este contexto, las dificultades en planificación, memoria de trabajo y control inhibitorio son habituales entre los reclusos. De tal modo, las limitaciones afectan su capacidad para beneficiarse de programas de rehabilitación y dificultan su reinserción social tras cumplir su condena, aumentando el riesgo de reincidencia (Meijers et al., 2015).
Estudios en población carcelaria
En la investigación de Meijers y colaboradores (2015), se revisaron ensayos sobre el rendimiento cognitivo en la población penitenciaria general. Los hallazgos indican déficits en funciones ejecutivas específicas, como la atención y la flexibilidad cognitiva. Estas dificultades no solo afectan la capacidad de los presos para adaptarse a la vida en prisión, sino que también alteran la capacidad de responder de manera eficaz a situaciones nuevas o imprevistas.
Asimismo, tal vulnerabilidad cognitiva es capaz de generar respuestas impulsivas y una menor adherencia a intervenciones diseñadas para modificar patrones delictivos. Entonces, integrar estrategias de fortalecimiento de las funciones ejecutivas en el sistema penitenciario podría mejorar la regulación de la conducta y favorecer una transición más estable hacia la vida en libertad (Meijers et al., 2015).
Impacto del ambiente carcelario
Por otra parte, el estrés asociado con la vida en prisión, incluyendo la tensión interpersonal y la incertidumbre sobre el futuro, plantean la posibilidad de exacerbar los déficits en funciones ejecutivas. En este sentido, el ambiente carcelario, además de reflejar, también contribuye a la disfunción ejecutiva (Meijers et al., 2015).
Implicaciones para la prevención y la intervención

La evaluación neuropsicológica es una herramienta clave para detectar alteraciones en las funciones ejecutivas. En especial, es útil en poblaciones vulnerables como jóvenes infractores y adultos en privación de libertad.
Su aplicación no solo permite identificar alteraciones específicas, sino también desarrollar estrategias de intervención ajustadas a las necesidades individuales. Tanto es así, que integrar la evaluación de manera sistemática en el ámbito de la justicia penal, favorecería un enfoque más preciso y efectivo.
¿Existen estrategias de intervención?
Diversos enfoques de intervención han demostrado ser efectivos para fortalecer las funciones ejecutivas en poblaciones de riesgo. Entre ellas, los programas de estimulación cognitiva muestran resultados alentadores en la mejora del autocontrol y la toma de decisiones.
Por otro lado, las terapias basadas en la atención plena y el fortalecimiento de la resiliencia contribuyen a reducir el estrés y mejorar la regulación emocional. En efecto, dichos factores influyen directamente en la conducta adaptativa. En tal sentido, la incorporación de estrategias en los programas de rehabilitación favorece la adaptación a la comunidad tras el cumplimiento de una condena, y promueve un proceso de reinserción más efectivo y sostenible (Meijers et al., 2015).
Un desafío para la justicia penal
Sin dudas, la disfunción ejecutiva es un factor crítico en la criminalidad, tanto en jóvenes como en adultos. Los déficits en distintas habilidades afectan la capacidad de los individuos para adaptarse a normas sociales, y también limitan su capacidad para beneficiarse de programas de rehabilitación.
Por ende, es esencial que las estrategias de intervención aborden directamente tales funciones, mediante programas de estimulación cognitiva, educación y entrenamiento en autorregulación. En definitiva, una evaluación neuropsicológica temprana y un enfoque personalizado en el tratamiento pueden facilitar la reintegración social, contribuyendo así a una sociedad más segura y justa.
Referencias bibliográficas
- Meijers, J., Harte, J. M., Jonker, F. A. y Meynen, G. (2015). Prison brain? Executive dysfunction in prisoners. Frontiers in Psychology, 6, 43. https://doi.org/10.3389/fpsyg.2015.00043
- Sepúlveda, G., Cayupe, C. y Zúñiga, J. (2022). Funciones ejecutivas de jóvenes que han infringido la ley: una revisión sistemática. Revista Criminalidad, 64(3), 169-202. https://doi.org/10.47741/17943108.372